¿Los mejoradores de la lengua?

Juancarlos Porras y Manrique, columnista Platino News

Si pensamos en que Cortés se inspiró en las guerras de César —aquí merece la pena citar a un sabio auténtico como don Wigberto Jiménez Moreno— fue un estadista que actuó por el camino correcto para la creación de la Nueva España, pero dudo que tuviera tiempo para redactar un relato tan expresivo y dar el matiz necesario de las maravillas naturales y culturales que vio en el Nuevo Mundo.

Claro que hizo lo propio en sus Cartas de Relación donde dio cuenta de lo que vio y escuchó en buena medida por doña Marina su lengua y faraute.

De manera reciente tenemos la postura de Christian Duverger quien acartona la figura de Bernal Díaz del Castillo y la coloca —harto desmantelada— en nuestra historia general como la ficción absoluta del conquistador.

El autor francés entra a la categoría de los mejoradores de la lengua que, según Arthur Schopenhauer lamenta, no hayan vivido entre los griegos [porque] tienen la convicción de la brevedad y la concisión de la expresión. Es decir, “se permiten cualquier estropicio gramatical y léxico de la lengua para ahorrarse un par de sílabas”.

Su desprovista encomienda muestra a Cortés no como un gran capitán sino a un fabulador de la historia. Toma ventaja de ciertos atavíos que desafían la historia y propone cierto parangón con Cide Hamete Benengeli autor del Quijote que (nos) lleva a pensar en Borges a través de su Pierre Menard autor del Quijote. O también en la figura del paje Orteguilla, otro más de los traductores del momento, que sirvió al soldado Díaz del Castillo.

Valga para comentar el referido trabajo de Duverger lo que bien escribió el sabio mexicano Jiménez Moreno:

“Cuando Moctezuma y Cortés se encontraron por primera vez, el gran tlacatecuhtli se comportó como si recibiera a Quetzalcóatl que regresaba, y sólo uno de ellos tendría el derecho de gobernar y poseer la tierra. Cortés le habló de Carlos V como un emperador lejano del Este, casi la mano derecha de Dios, con el poder suficiente para sojuzgar la tierra. El descendiente de los emperadores toltecas lo sabía bien como para atreverse a desafiar el destino; así que lo aceptó con resignación. Cortés, mientras conversaba con Moctezuma, debió haber aprendido mucho sobre la situación política y las estrategias de su gobierno”.

A destacar está la frase “casi la mano derecha de Dios” que señala ya la dominación del Reino español a través del Evangelio por los frailes a todos los naturales del rumbo.

Del anterior pronunciamiento se desprende una versión atribuida a Cortés quien se decía era el dedo meñique de la mano de Dios.

Imposible traducir dedo meñique de la mano de Dios a Moctezuma y que lo entienda a cabalidad el soberano si pensamos en pos de la perduración de las flechas y los escudos que defenderán Tenochtitlan, así como a los hombres venidos de Castilla.

Los mejoradores de la lengua aparecen sin el rigor y la convicción necesarios para maltratar la historia. Sus argumentos recalan necesariamente sin la medida del tiempo en cuanto al ejercicio práctico de la lengua.