No queremos escuchar que el médico nos diga… tiene cáncer, ni queremos escuchar que se lo digan a familiares o a amigos cercanos, vamos, en un estricto sentido no queremos malas noticias de esa o cualquier enfermedad terminal.
Es algo para lo que no estamos preparados y la verdad, es algo para lo que difícilmente se puede preparar uno. Ya sea para el diagnostico propio o el de gente cercana a uno. No queremos escuchar lo inevitable.
Si bien todos sabemos que un día nos vamos a morir y que nuestros seres queridos se van a morir, no es lo mismo saber que la fecha de la muerte es ya próxima, casi inaplazable, casi inmediata.
No es lo mismo que sepamos que el viejo va a morir, como saber que alguien relativamente joven morirá o que quien muere deja esposo o esposa, hijos, o quien va a morir es un joven o un niño. Los impactos son diferentes, aunque siempre dolorosos.
Siempre nos preguntamos el papel que debemos de jugar cuando la noticia es que nosotros, o alguien cercano tiene una enfermedad terminal. Y generalmente se enmudece, con el pretexto de ser prudentes, de no preocupar, de no importunar.
Si tú eres quien padece una enfermedad terminal, compártelo, no digo que, a los cuatro vientos, no por las redes sociales, sino con gente cercana, con esa gente a la que le interesas y a la que le duele tu dolor.
Si hay alguien cercano con una enfermedad terminal, dale la oportunidad de que lo hable, de que lo comparta. Pregúntale, ayúdale a que se exprese, porque contrariamente a la creencia popular que hay que respetar, el enfermo terminal tiene necesidad de hablar de su dolor, se sus angustias, de su incertidumbre con respecto a la enfermedad.
Quiere hablar de sus inquietudes, de los reclamos a la vida, a todo, pues no es grato estar enfermo y no es grato saber que uno se va a morir ya pronto. Que no hay cura y que en realidad no existen los milagros.
El enfermo terminal, va a cuestionar todo, la religión, sus creencias, sus principios, su educación y no hay que confrontarlos, hay que darles la oportunidad de que se expresen, de que hablen de sus dolores físicos y psicológicos.
Cuando la muerte acecha, se necesita compañía, ser, como decimos los psicólogos, un escucha imparcial.