Doy para que me des

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 23 de agosto de 2021.-Lo asustadizo de las beatas aunado a los opositores del cinematógrafo, artistas de relumbre y asociaciones pías de la ciudad, junto con el señor Cura Rojano, no dejaron de fastidiar al Cabildo de Amoxco. En sesión solemne, como aquel mítico jueves de la proyección de las vistas lumièrinas (recuérdese el 29 de abril de 1897), los funcionarios determinaron arrendar el teatro De Campos, con su soberbio pórtico griego, a don Jacobo Granda.

Venido desde, como muchos lugareños de los Altos del Bajío, a lo que llamaban la otra tierra del refugio, o sea el otro Alto Bajío mexicano de la tierra adentro (ubíquese de manera geográfica el lector hacia el lado opuesto al cerro del Gigante) lo recibió como hijo bienhallado.

El señor Granda a su vez provenía, según geografía dispuesta, de uno de los pueblos del Levante y no pocas veces era confundido con otro precursor del nuevo invento: Jacobo Granat propietario del Salón Rojo y del Cinematógrafo Garibaldi en la ciudad de México.

Al darle la noticia del arrendamiento don Jacobo Granda salió presuroso de la Casa Municipal a mostrar el permiso a su mujer. Dio indicaciones a la servidumbre para que se aprestaran al teatro y comenzar las adaptaciones (paulatinas) al recinto e instalar su sala de vistas.

—«Año de nieves, año de bienes»—dijo elevando mirada y brazos al cielo la esposa de don Jacobo.

Pasó el tiempo y ciudad Amoxco se convirtió en una plaza por demás llena de vistas donde, la lámpara mágica, semana tras semana alumbró tanto el teatro De Campos que fue nombrado CINEMATÓGRAFO GRANDA con un vistoso anuncio puesto entre las dos columnas corintias del recinto y un programa de mano (continuo), que junto con el salón Rojo y Verde de los hermanos Becerril, el teatro-cine Élite de don Federico Bouvi en la ciudad gemela: León de los Aldamas y otros más instalados por tierras abajeñas, las Altas y las Bajas, poblando de exordios y quebrantos a los habitantes llegó para quedarse.

Don Jacobo Granda vio con satisfacción su triunfo y el aumento de sus ganancias y escribió a uno de sus parientes en la ciudad de los Palacios: —«En pocos días logramos reunir tan buena cantidad de dinero con las vistas que, no obstante, de las presentaciones de arte escénico por la compañía dramática del teatro De Campos y su buena promoción, tuvimos más público que ellos. Y tú que dudabas de la generosidad del novedoso invento»—.

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Nunca, los protestantes—al cinematógrafo—dejaron de rechazar tal aberración creada por el hombre.

Al ser los primeros en espiar aquello de las «vistas» no dudaron en organizar todo un seísmo para hacerlo caer.

Pero poco a poco las imágenes en movimiento de Rodolfo Gaona «el indio triste» cautivaron a más de algún aficionado a la fiesta brava y por supuesto a uno que otro villamelón de los siempre quejosos.

¿Cómo era posible ver al otrora maletilla, en una de sus faenas, convertido en matador de toros en la plaza del Toreo sentado uno en un local de Amoxco, el máximo recinto de las artes, a muchos kilómetros de distancia?

Por la pantalla del Granda también pasó Guerrita dando pases y unas incipientes gaoneras al buril que lo acechaba.

El seísmo, relajo pues, en pro de que saliera el cinematógrafo del recinto teatral se vino abajo pau-la-tina-men-te.

Disminuyó su fatalista escala.

Las beatas esperaron órdenes del cura-párroco.

El cura-párroco esperó noticias del obispo de León.

El obispo de León esperó agenda del Estado Vaticano.

El Estado Vaticano, a través de su Curia, esperó el pronunciamiento del Papa Pío X.

El Papa Pío X esperó la señal de Dios bajo el amparo del Espíritu Santo vía el Hijo, el Ungido.

Dios no esperó… ¡nada!

Él miró con atención como, cuadro tras cuadro, su creación en el mundo transcurría con el tiempo a su favor: «más de 4 mil y tantos metros de película con escenas sorprendentes», se anunciaron por las marquesinas del Paraíso.

Así, con resultados divinos—realizados desde la hechura del hombre, el homo sapiens—«el arte sucede» sin menoscabo alguno y el cinematógrafo triunfó sobre los pensamientos débiles, dijo Aquel y remató su argumento en lengua de la Selva Negra: —«Ich bin der ich bin»—que, a la manera romana significa: —«Doy para que me des»—.