Unas fojas más para Martín Xavier Mina y Larrea

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 17 de mayo de 2021.-En el discurso patriótico pronunciado en la plazuela principal de la Ciudad de México por José de Jesús Huerta en octubre de 1833 habla del “inútil empeño (…) porque en falta de palabras, de manifiestos y comunicaciones oficiales, hablarían siempre los hechos y el carácter generoso de las personas que dirigieron la revolución hasta el año de 1821”.

Líneas adelante abunda: “Y por lo que toca a los hechos, es notorio que entre los hijos de Iberia no faltaron quienes tuviesen la noble resolución de identificar su suerte con la de los insurgentes: que ellos corrieron a incorporarse entre las filas de los que llevaban el aspecto de sediciones y rebeldes; y que allí fueron tratados como hermanos sin que la odiosa distinción de criollos y gachupines produjese en su respecto temores, recelos, disgustos o sinsabores. ¡Mina! ¡Valiente y despreocupado Navarro! Ni tu origen ni los mal entendidos intereses de tus paisanos pudieron servirte de retrahente para hacerte mexicano. Tú dejaste a tu patria gimiendo entre las cadenas que no alcanzaste a romper, y nosotros tuvimos el placer de comprenderte en el número de los Atletas que combatían por la libertad. Mina, señores, fue tan español como los déspotas que nos oprimían, y Mina, señores, fue recibido con salvas y aclamaciones de júbilo en el fuerte del Sombrero, y el nombre de Mina se halla escrito con letras de oro en el catálogo de los mártires de la patria”.

Otras apuntaciones

Los curiosos y detallados apuntamientos de Mariano Azuela nos dan refugio en el México viejo pues el autor de Pedro Moreno, el insurgente nos cuenta sobre uno de los episodios más gloriosos y más ignorados de la guerra de Independencia: el sitio del Fuerte del Sombrero ocupado por don Pedro Moreno con 300 hombres y rodeado de más de 5 mil soldados realistas.

El doctor Azuela se dio a la tarea de buscar “el campo de los sucesos” pues necesitaba, para efectos de su trabajo novelístico, urgentemente ver, oler, oír, captar con todos mis sentidos el terreno mismo donde tuvo lugar la gloriosa epopeya.

En las Páginas autobiográficas Azuela consigna: “(…) venciendo mi modorra de viejo médico aburgesado, con sesenta y tantos años a cuestas, un día me decidí a visitar el sitio histórico. Mi amigo y paisano don Jacobo Romo, avecindado en León de los Aldamas, me puso en contacto con don Mariano de León, propietario del cerro del Sombrero, que también era nuestro paisano y este caballero me proporcionó todas las facilidades para realizar mis deseos. Acompañado por un hermano y un hijo mío, guiados por uno de los hijos de Mariano de León, hicimos la excursión en automóvil un sábado de gloria, después del repique general en todos los templos. Nos detuvimos en el rancho de Barbosa situado en la falda misma del cerro del Sombrero, ya en plena sierra de Comanja. En adelante caminamos a caballo y en largos tramos a pie, por lo accidentado y peligroso del escarpadero. El sol nos derretía, pero yo me refrescaba bebiéndome el paisaje. Viví la propia tierra que humedecieron la sangre y el llanto de los mejores hijos que mi tierra ha dado a México. La viví, la gocé y la sufrí. La sufrí hasta saturarme totalmente. La espléndida belleza del arisco panorama, los dilatados horizontes, las fantásticas perspectivas tomadas desde las cimas más altas de aquella cadena de montañas, el canto dulce de las huilotas y el sonoro de los cenzontles en el saucedal, a orillas del arroyo, las aguas zarcas y transparentes, susurrando sobre las guijas relavadas, corriendo mansamente al pie del Sombrero, la soledad y la  ausencia de todo rostro humano, todo me sirvió poderosamente de evocación para cuanto le hacía falta a mi obra. Obtuve cuantos datos pedí acerca del terreno, de su configuración general, de su flora y de su fauna, lo mismo que de las denominaciones usuales en esa región.

De aquellas fortificaciones de calicanto sólo quedan huellas, derruidas por los realistas a más de un siglo, después de su vergonzoso triunfo y de los viles asesinatos del puñado de valientes que pudieron capturar vivos, ya sucumbiendo de hambre y de sed.

Un obelisco blanco, levantado por vecinos de León y de Lagos, al borde del despeñadero, rememora la gloriosa hazaña.

Una vez que mis sentidos captaron cuanto el paisaje quiso darme y mi mente se saturó de recuerdos, tuve la íntima sensación de que mi biografía estaba terminada”.

Apuntación final

En la tradicional tertulia del café Italiano del Portal Guerrero recuerdo se acercó Enrique ―otrora conductor de taxi y, desde siempre, buen lector―. Me convidó entonces una reflexión sobre lo leído por él y publicado por mí sobre Xavier Mina en ocasión del aniversario de su arribo a la Villa de León.

Desliza sobre la mesa dos fojas más, de su puño y letra, donde coloca a personajes clave de aquel tiempo. Uno de ellos es el coronel Young quien “deseoso de observar” la retirada de los realistas “subió a una piedra de la muralla y mientras” veía “con el doctor Henneessey sobre el éxito feliz de la jornada y sobre la cobardía de las tropas reales… El último tiro que disparó su batería le llegó a la cabeza al coronel Young” quien “era un oficial de mucho mérito”.

Leo esta apuntación final y en efecto, recuerdo que Mina le tenía gran confianza al estadounidense y Pedro Moreno «el Toro» le lloró en demasía pues lo consideraba un hermano. Los soldados de la expedición le honraron de manera solemne. Luego del entierro la dispersión se dio y dejaron atrás dinero y pertrechos. El camino de los expedicionarios y sus jefes estaba trazado. No así la pregunta que no tenía respuesta: Martín Xavier Mina y Larrea (Dra. Guadalupe Jiménez Codinach dixit) pero que ha venido probándose porque la historia es una ciencia.