Rostros del Moisés mexicano: algunos retratos de Miguel Hidalgo/ 3ª. Parte

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 12 de julio de 2021.- Como ya dijimos anteriormente, el retrato muestra a un generalísimo bonachón que acomoda bien a la descripción del Cura Hidalgo hecha en Guadalajara. El rostro es firme y le va muy bien el atuendo que porta. El cabello es plateado y recuerda —por asuntos de simbología— el apodo con que los colegiales de San Nicolás le llamaban: «el Zorro» cuyo nombre correspondía perfectamente a su carácter taimado, según recuerda Lucas Alamán.

Retrato del que es 

Al irrumpir con la serie de retratos hablados y pictográficos de Miguel Hidalgo y Costilla no podemos pasar por alto la sentencia escrita por el insurgente antes de ser ejecutado: «La lengua guarda el pescuezo». La mencionamos por dos motivos: 1) por la epopeya independentista, 2) la realidad desnuda y deslumbradora. Claro que, entre los intersticios de los dos numerales citados, se hallan la ficción y el mito. Luis González Obregón propone para lo anterior que “sólo falta el poeta que haga surgir la epopeya” sin mitos y sí con realidad absoluta, deslumbradora… Y volvemos al mecanismo de sentir y de pensar.

A la muerte de Hidalgo le sigue el peregrinar de su cabeza —separada por orden de Félix María Calleja del Rey el restaurador de la América— cortada por un indio tarahumara a petición del teniente Armendáriz luego de la ejecución.

Los ojos claros, la boca risueña, la limpia frente y los cabellos canos, que describen “los que lo conocieron”, se desvanecen poco a poco: entre la sal, que protege la cabeza, y el clima por donde viaja junto con las otras cabezas de sus correligionarios pierde su rostro. La desmemoria hace su aparición y el olvido —verdad absoluta— pierde terreno. La leyenda se apodera del personaje y comienza el abono al título de caudillo, conductor de muchedumbres.

El mito del rostro tiene uno y mil significados y congela la imagen del personaje. En la transición de octubre de 1811 hacia el año de 1823, el cura de Dolores y sus secuaces son considerados infames caudillos y principales motores de la horrible insurgencia de este Reino… por los realistas. Pasan al escarnio público y pronto, de nueva cuenta a la clandestinidad, y la veneración, entre los insurgentes. El imaginario popular colectivo conforma a su imagen según su semejanza al y a los héroes que promovieron la Causa independentista.

El rostro (d)escrito de Hidalgo es uno y su retrato es otro.

Pocos recuerdan aquella imagen reacia primero y después paciente del cura. Más cuando se da el horroroso y frío testimonio de la ejecución. El teniente Pedro Armendáriz, le escribe al impresor de la Abeja Poblana (1822) lo sucedido en aquel año 1811: “(…) llegó como dije al banquillo, (…) y sin hablar palabra, por sí se sentó en el tal sitio, en el que fue atado con dos portafusiles de los molleros, y con una venda de los ojos contra el palo, teniendo el crucifijo en ambas manos, y la cara al frente de la tropa que distaba formada dos pasos, a tres de fondo y cuatro de frente. Con arreglo a  lo que previene le hizo fuego la primera fila, tres de las balas le dieron en el vientre, y la otra en un brazo que le quebró, el dolor o hizo torcerse un poco el cuerpo, por lo que se zafó la venda de la cabeza y nos clavó aquellos hermosos ojos que tenía: en el tal estado hice descargar la segunda fila, que le dio toda en el vientre, estando prevenidos que le apuntasen al corazón; poco extremo hizo, solo sí le rodaron unas lágrimas muy gruesas; aún se mantenía sin siquiera desmerecer en nada aquella hermosa vista, por lo que le hizo fuego la tercera fila que volvió a errar no sacando más fruto que haberle hecho pedazos el vientre y espalda, quizá sería porque los soldados temblaban como unos azogados: en este caso tan apretado y lastimoso, hice que dos soldados le dispararan poniendo la boca de los cañones sobre el corazón, y fue con que se consiguió el fin. Luego se secó a la plaza del frente del hospital, se puso una mesa a la derecha de la entrada de la puerta principal, y sobre ella una silla en la que lo sentaron para que lo viera el público que cuasi en lo general lloraban, aunque sorbiéndose las lágrimas, después se metió adentro, le cortaron la cabeza que se saló, y el cuerpo se enterró en el campo santo(…) remitiendo con la cabeza del señor Cura Hidalgo las otras a Guanajuato.”

La carta termina con la recomendación que “estos héroes son dignos de que se perpetúen en nuestras memorias…” y sin duda así ha sido. Más porque “murieron tan cristianamente como los mejores cristianos”. Pero la figura del anciano héroe persiste. En los siguientes años el pueblo impondrá a este como el único Padre de la Patria quien junto con la imagen de la Guadalupana —incluso refrendada por la que lleva en su pecho el día de su ejecución— son artífices de la identidad nacional. Aunque en el Discurso del Excelentísimo Sr. presidente de la República, al jurar la Constitución de 1857 se hable de “los heroicos esfuerzos de nuestros padres [que] conquistaron la independencia de la nación”.

Allí, donde el pueblo legisla, la “Constitución Política de la República Mexicana, [está fincada] sobre la indestructible base de su legítima Independencia, proclamada el 16 de septiembre de 1810 y consumada el 27 de septiembre de 1821”.

No aplica el concepto de Padres Fundadores —como en los EE. UU.— entendido esto como los que fundamentan el ser y quehacer de una nación a partir de intereses comunes acordados llanamente en el puritanismo cristiano más radical. Por estos lares decir “Padres de la Patria” implica que la hechura de la misma está solventada en la conciliación de ideas amparada en los acuerdos, primero de una región y un grupo social determinado (los criollos) —al que se suman otros regionalismos en lucha— ya que ocurre la transición de las Tres Garantías hasta desembocar en la consumación para dar paso al primer Imperio —fallido por cierto— hasta la República y sus restauraciones: sin dejar de lado el intervencionismo posterior de EE. UU. (y la concesión territorial de Santa Anna), la presión de Francia, la conveniencia de Inglaterra, etc., y llegar a la Reforma que traerá otro periodo evolvente… con otros rostros de Hidalgo amparados en los que los precedieron.

Continuará…