Rostros del Moisés mexicano: algunos retratos de Miguel Hidalgo / 2ª. Parte

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

El 26 de noviembre de 1810, ya con el nombramiento de Generalísimo de todas las armas de América, Hidalgo entra a Guadalajara y “la ciudad se bulle por todas partes”. Las calles “están apiñadas como en Jerusalén el día de la entrada de Jesús: —las campanas de la catedral y a su ejemplo las de las otras iglesias, anuncian que Su Excelencia pisa ya las primeras calles de Guadalajara: —¡Salud al hombre de la revolución!— ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! —“, recupera para nosotros esta página de la historia (desconocida) el Doctor Jesús Díaz de León.

En dicha Relación de entrada… (dada a conocer en 1849) aparece otro significativo retrato del «hombre doctísimo y de mucha extensión». En realidad, es un notorio apunte lleno de simbolismo. Veamos: “Hidalgo es de una fisonomía severa: —su cabeza está ya cana: —se conoce por su color y la configuración de su cara, que pertenece a la raza del país: —su vestido es negro, su banda de general: —ha dejado siempre los hábitos de clérigo.— (…) Hidalgo es simpático hasta  lo infinito, porque siempre son simpáticos los buenos, y siempre es bueno el que salva a un pueblo de la servidumbre”.

Si seguimos con el postulado arriba citado en cuanto a que no ha “envejecido, porque nada puede el tiempo sobre los recuerdos inmortales.—Están frescas sus letras todavía. ¡Quizás algún día arranquemos a nuestra memoria otras páginas más limpias!”, entonces tenemos posibilidad de obtener correspondencias entre los rasgos escritos y los pictóricos.

Es precisamente en este nuevo arranque a la memoria histórica donde aparece una imagen primitiva de Hidalgo. Se trata de abrir con ella el abanico de páginas más certeras —y a la vez de otras posibilidades— a partir de la iconografía hidalguina.

Sabemos de antemano que “lo que enseña el estudio de las imágenes en contextos conocidos es tan sólo que esta multiplicidad es aún más importante para el estudio de los símbolos que para los asuntos del lenguaje cotidiano” (Gombrich: [1972] 2001: 12).

Aunque, apegado a la concepción de la historia de Hegel, veamos el símbolo como un boceto vago de algo inexpresable (Gombrich: [1972] 2001: 188-189). Aplicado a la multiplicidad de imágenes de Hidalgo, claro que forman el símbolo por antonomasia de la autoría de la patria mexicana.

  1. H. Gombrich nos arroja luz al citar al “erudito clásico suizo Jakob Bachofen, que repite la vieja doctrina con nuevas palabras:

“El símbolo evoca indicaciones, el lenguaje sólo puede explicarlo. El símbolo pulsa a un tiempo todas las cuerdas del corazón humano, el lenguaje se ve siempre obligado a tomas los pensamientos uno a uno… el lenguaje enlaza partes aisladas y tan sólo puede afectar la mente por etapas. Sin embargo, si algo ha de ganar ascendiente sobre la conciencia, el alma necesariamente ha de aprehenderlo en un instante… los símbolos son signos de lo inefable, de lo inagotable, tan misteriosos como necesarios”.

La formulación hecha, a partir del criterio pensamiento-pasión-espiritualidad, nos conduce a terrenos del “simbolismo cristiano medieval y hacia delante” (Gombrich: [1972] 2001: 188) pues evoca la Tradición (la continuidad en la vida estética) que no es momificación; sino renovación especial sin destruir (Nicolás Mariscal: 1953: 328).

Volvamos entonces al primer retrato de Miguel Hidalgo y Costilla.

Datado el día 8 de octubre de 1810 el cuadro —al óleo sobre tela—, ofrece a un personaje ataviado (ilustración 1) con modesto ropaje conforme a su jerarquía religiosa: encargado de un curato. El rostro, ligeramente recargado hacia su lado derecho (y en posición tres cuartos de perfil), es el de un venerable presbítero (anciano, sería la traducción correcta). Sus rasgos son finos y se circunscriben al prototipo del criollo de la época. Tiene una ligera chispa de audacia que aflora de la mirada de los ojos. El rostro connota tranquilidad y las típicas arrugas —ligeramente predispuestas por la composición bien lograda— concentran, junto con el escasísimo cabello canoso, a un valeroso anciano demasiado delgado.

La conocida copia de 1840 es de la exquisita manufactura de Juan N. Herrera y Romero (1818-1878) pintor leonés que para esa fecha “se puede considerar (…) como un pintor formado, poseedor a fondo de su oficio” (Gonzalo Obregón: 1960: 11).

Para nada se parece a las descripciones de Alamán (de color moreno y ojos verdes vivos) y menos a la del testimonio coleccionado por J. E. Hernández y Dávalos —dado a conocer por el Dr. Díaz de León— (fisonomía severa: —su cabeza está ya cana: —se conoce por su color y la configuración de su cara, que pertenece a la raza del país).
Además, entre lo «bastante cano y calvo» así como «su cabeza cana» abre una posibilidad: la de tener cabello completo. Suena descabellado, pero como veremos líneas adelante un joven artista oaxaqueño lo pinta así.

1. 1. Miguel Hidalgo y Costilla [1810] de D. Francisco Inchaurregui;
1840 copia de Juan N. Herrera y Romero.

En 1826 en la Ciudad de México a instancias de tres intelectuales de la época, Linati, Galli y Heredia, publicaron EL IRIS, periódico crítico y literario.  A decir de sus editores “este papel está destinado a las ciencias, a la literatura, a las artes y a la política”. En el cuaderno de ocho páginas varios números llevan ensayos litográficos, retratos, vistas, antigüedades, modas, música, etc.; a lo menos aparece los miércoles y los sábados.

Por el rumbo de Guanajuato se puede conseguir por la vía de suscripciones. Su representante es el licenciado Pedro Baranda. Al IRIS lo podrán leer quienes se suscriban por 5 pesos incluido el franco de porte.

El número 34 consigna en su AVISO. —página 171— lo siguiente: “Tenemos la satisfacción de anunciar a nuestros suscritores (sic) que el retrato litográfico que acompañan este número, está dibujado é impreso por un joven mexicano.”

En su última página aparece un curioso retrato de Hidalgo con abundante cabello (ilustración 2). El grabado concentra la tonalidad clara-oscura y muestra a un bonachón generalísimo que bien acomoda a la descripción hecha en Guadalajara.

Su rostro es firme y le va el atuendo que porta. El cabello es plateado y recuerda —por asuntos de simbología— el apodo con que los colegiales le llamaban: «el Zorro» cuyo nombre correspondía perfectamente a su carácter taimado, nos recuerda Lucas Alamán.

Cabe mencionar, de manera simbólica también, al apreciar dicho rostro del cura (“tu retrato siempre brilla, / porque fuiste mexicano”, escribe unos versos un visitante al “cuarto de Dolores”, en el Álbum de Hidalgo) que era «muy fácil cosa para un viajero entender que aquellos lugares estaban regidos por un hombre de cabeza…», bien apunta Carlos María de Bustamante.