Plenitud

Doctor Arturo Mora Alva, investigador, escritor, académico y columnista Platino News

“Nunca podré ser todas las personas que quiero ser ni vivir todas las vidas que quiero vivir. Jamás podré aprender a hacer todas las cosas que quiero aprender a hacer. Y ¿por qué quiero? Quiero vivir y sentir todas las tonalidades, matices y variaciones de la experiencia mental y física que sea posible”. –Sylvia Plath-

“Cuando surge un vacío, algo tiene que llenarlo”. –Haruki Murakami-

“Si la mayoría de nosotros permanecemos ignorantes de nosotros mismos, es porque el autoconocimiento es doloroso y preferimos los placeres de la ilusión”. –Aldous Huxley-

“Los cerebros están llenos de palabras que viven en paz y en armonía con sus contrarias y enemigas. Por eso la gente hace lo contrario de lo que piensa creyendo pensar lo que hace”. –José Saramago-

“Deja que todo te acontezca. Lo bello y lo terrible. Solo sigue adelante. Ningún sentimiento es definitivo”. –Reiner Maria Rilke-

La ilusión de la felicidad que se vende en estos días se presenta desnuda, no tiene sujeto, ni adjetivos, pareciera que es una mera sensación que además de efímera e ilusoria esta tiene precio.

El mercado capitalista que todo lo convierte en mercancía ha hecho de las suyas y pareciera que la felicidad se puede comprar, o al menos se presenta como un placebo en forma de productos y en emociones que eleven la adrenalina, la dopamina, la serotonina como una forma de mantener “exaltado” el cuerpo, “excitado” el espíritu, esto es, dejando de pensar en la realidad en la que estamos y en las condiciones materiales que condicionan lo que somos.

La felicidad es al final de cuentas un estado de ánimo que idealmente siente una persona al experimentarse plenamente satisfecha por gozar lo que desea o por disfrutar algo que es bueno o que siente que le hace bien. Sin embargo, es un hecho que las personas tienen una “experiencia” de felicidad al poder consumir, pagar o comprar algo que se desea o se apetece. Sabemos que la experiencia de adquirir cosas incrementa las emociones positivas como la alegría y las asociamos al confort, al éxito y hasta al amor, en donde evidentemente se sacraliza el amor a las cosas y nos hacemos materialistas en sentido estricto.

El amor a las cosas es de lo más contradictorio de la condición humana, ya que las cosas no pueden expresar nada, pero si representan elementos de relación y las formas de creer que al adquirir algo, se llena algo que esta vació en nosotros. Lo cierto es que la “desoquedad”: el miedo a los huecos, sigue y seguirá, porque es parte de lo que nos constituye como seres humanos, y en la que la sociedad de mercado se utiliza para hacernos pensar que los nuevos templos de la felicidad son los centros comerciales y los supermercados y que comparando lo que sea ahí, se gana la vida eterna en el nuevo cielo.

La felicidad no existe. La felicidad consiste y son acciones que buscan hacer el bien a las personas que queremos, que amamos. Las cosas no son el fin, no son el medio, las cosas son en tanto nos permiten ser, en tanto resuelven las necesidades básicas y en tanto potencian las capacidades intelectuales, sensibles, creativas y afectivas. Entender que las cosas, en sí, pasa por un proceso de apropiación y por el valor de uso de ellas, de un uso social y personal, que redunda en una experiencia positiva y en un bienestar necesariamente compartido, porque el hedonismo, el egoísmo, traducido en narcisismo es solo un sujeto de la apariencia, de la simulación, de la ficción idealizada de la felicidad.

La plenitud es pensarnos desde la totalidad lo que hemos sido, de lo que somos y de lo que seremos. Es entender que estamos capacitados para aceptar la realidad, para distinguir lo que no podemos cambiar, lo que, si tiene un valor para hacer lo necesario para transformar lo que sí podemos cambiar y seguir en el proceso de ser, sin perder la tensión que se necesita entre necesidad y deseo, para mantener un equilibrio personal en y con relación a los demás.

La plenitud va más allá de la edad, va más allá de la historia personal y de nuestras circunstancias. Es un ejercicio permanente del conocimiento de sí y para sí. Es evitar el auto engaño, la ilusión y la búsqueda de una perfección moral, que nos pone a comparar, a señalar, a descalificar, a clasificar y a etiquetar de la ingenuidad, la ignorancia y muchas veces desde la soberbia y la arrogancia.

La plenitud es complejidad, es un proceso dinámico de integración de todas las dimensiones humanas, es un proceso de funambulismo en la acción cotidiana que es vivir. La plenitud es auge del ser humano, que implica así mismo tomar conciencia de su ser y estar el mundo siguiendo el pensamiento de Heidegger.

Estamos lejos aun de la plenitud como horizonte de vida para las mujeres y hombres que habitamos el planeta. Por ahora las luchas pasan por el reconocimiento de los derechos humanos, por el reconocimiento y defensa de la dignidad de cada persona en la diversidad y de la aceptación de la alteridad como principio para el dialogo, la comprensión y para alcanzar la igualdad, la fraternidad y sororidad y la libertad.

La plenitud humana es posibilidad en tanto podamos asumir nuestra responsabilidad personal, histórica y social de construirla con otros, desde lo que es cada quien.

Plenitud no es felicidad, no es gozo, no es riqueza, no es ausencia de dolor, no es inmunidad ante el sufrimiento, no es éxito, no es placer, no es poder. Plenitud es disfrute, es conciencia, es compromiso con el otro, es dignidad, es arte, es sensibilidad, es responsabilidad afectiva, es autocuidado, es respeto, es espiritualidad, es la humanidad puesta en acción y que va más allá de una idealización romántica del ser humano.

Buscar la plenitud es hacer caso al deseo, es ir a contracorriente de la certeza de la muerte. Ser plenos es ser y aceptar que somos y seremos relativamente libres, y de vez en vez felices, dignamente felices hasta llegar al ocaso, a la cima, al auge de nuestra vida y por tanto de nuestra muerte.

¿Cómo queremos llenar los vacíos? ¿Cómo encontrar lo que nos falta? ¿Cómo ser y estar en el mundo?

Preguntas que viene bien hacerlas de frente al espejo, y con el corazón vibrante en la mano y con la mente abierta para aceptar y reconocer que somos -todas y todos- profundamente contradictorios, ambiguos, imperfectos e incompletos y por lo tanto seres en movimiento que no buscan la felicidad, sino la plenitud.