Los que piden la patente de corso

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

El primer encuentro que tuvo Sole Navarro con la política fue cuando en la campaña de Caldera, éste visitó la universidad donde la chica estudiaba. No entendía a bien por qué un minúsculo personaje se engrandecía con los halagos que buena parte del magisterio y el alumnado le hacían. Si en las reuniones, unos y otros, osaban en criticar siempre a los populistas y alabar la buena labor del gobierno del cambio; algunos desvivían comentarios tan casuales como ingenuos al candidato de la oficialidad.

Como estudiante de psicología Sole era atrevida y muy freudiana, según ella se presentaba. Solitaria por lo regular, algunas veces compartía la rara manía de leer e invitar a su residencia a ver la serie de Smallville y de la cual se consideraba una gran admiradora del hombre de acero: Superman.

Sus compañeras de clase envidiaban también su elocuencia. Además de ser atractiva y de buenas carnes, su silueta impresionaba a más de alguno. Era un portento de mujer.

Sole recordaba con jocosas risas —hasta llegar a las lágrimas— su encuentro con Sinesio Caldera. Cuando el candidato salía del acto inaugural de las obras de remodelación del campus un grupo de alumnos lo confrontó al gritar consignas a favor del llamado peligro para México.

La chica fue más allá de los simples gritos y entre su chamarra sacó a la vista de Sinesio una pancarta que decía: el gran peligro eres tú: fascista de mierda. Al mismo tiempo que se la leía en voz alta. El candidato se detuvo. No supo qué decir. La sorpresa fue mayúscula cuando algunos de los guardias se arremolinaron sobre ella. Los demás compañeros comenzaron un abucheo total que sobrevino en empujones y más gritos. Una de las maestras responsables del acto inmediatamente llamó por su teléfono móvil al personal de seguridad y pidió que sacarán a la chica del recinto al igual que a otros de los manifestantes.

La dispersión fue total. Sole no dejaba de manotear al momento que los guardias del Estado Mayor protegían al candidato y otros más, apoyados ya por la seguridad interna, despejaban el camino.

La estudiante de psicología fue reprendida al instante por el coordinador de la carrera. Ordenó que la sacaran inmediatamente del recinto. Ella seguía gritando consignas a favor de la libertad de expresión, de su ciudadanía social, de su compromiso político.

Otros estudiantes no dudaron en insultarla y en apoyar con gritos a ¡Sinesio! ¡Sinesio! ¡Sinesio! De esta manera lograron apagar el bullicio oposicionista. La reacción fue captada por la prensa escrita. Un reportero gráfico del diario El Presente había logrado tomar las placas del momento en que la chica confrontaba a Caldera. El gesto de pasmo del candidato quedó suspendido al igual que la consigna gritada por Sole.

Otro reportero del Presente siguió sigilosamente al personal que escoltaba a la chica. Sinesio sonreía nerviosamente y saludaba a la fanaticada que coreaba su nombre con más fuerza. Uno de sus guardias personales se acercó y le dijo: —Ya la tenemos identificada—.

Sole fue encerrada en uno de los salones que los conserjes utilizaban como “oficina”: entre utensilios de limpieza fue reprimida primero por la asistente de la coordinadora del evento con Sinesio Caldera. Luego la retahíla de calumnias y de personajes indignados que demandaban la suspensión inmediata desde afuera del salón de servicio.

El rector pidió una investigación seria para saber quién o quiénes fueron los que organizaron un acto tan deleznable.

Triunfo Manrique estuvo atento a lo sucedido. Logró comunicarse por teléfono móvil con la chica para preguntarle cómo estaba. —Algo asustada. Con miedo. Está por llegar mi madre, me han avisado—, le dijo.

El poeta le recomendó no decir nada hasta que él llegara. Ella asintió.

El coordinador de la carrera de psicología estaba abrumado con la llamada hecha por el rector. —“Exijo una explicación y a los culpables”—, fue el final de la comunicación.

Afuera el reportero del Presente solicitaba permiso para platicar con la chica e interrogaba a uno de los guardias de seguridad sobre quién había dado la orden de encerrarla. El guardia solo se aprestaba a decir:  no sé, no estoy enterado, es una orden y yo tengo que obedecer.

Poco a poco fue cediendo por su inexperiencia y por la habilidad del reportero. El griterío a favor de Sinesio no cesaba. Literalmente aislada Sole Navarro esperó más de dos horas para que Victoria de los Ángeles, su madre llegara.

En otra oficina Manrique negociaba con el coordinador de psicología la liberación de la chica. El tira y afloja era constante. El profesor aludía a la libertad de manifestación y de pensamiento. El psicólogo trataba de explicarle las presiones que tenía de la rectoría, del escándalo que había suscitado una actuación nada decorosa.

Al poco rato todo era paz en el campus. —“No pasó nada. Una simple ocurrencia de una estudiante. No pasa nada.”— señaló el rector a los pocos medios de comunicación apostados afuera del lugar cuando salía en su flamante automóvil.

Sole Navarro estaba agotada. De vez en cuando se incorporaba de la silla para ver sobre la ventanilla de acrílico qué pasaba allá afuera.

El profesor Manrique llegó a un acuerdo con el psicólogo. Ambos se dirigieron al salón donde estaba la detenida. El reportero salía del lugar cuando estos llegaron. No se dieron cuenta. Triunfo Manrique tomó la palabra cerca de 10 minutos. La chica decía sólo y no y algunas veces no lo sé.

La indignación del responsable de la alumna iba en aumento. Manrique trataba de suavizar el diálogo. El profesor confesaba las presiones del rector y de tener a los responsables. El poeta lo conminó a no incrementar el asunto y a no sentirse obligado a buscar chivos expiatorios.

El reportero, que había logrado desaparecer del lugar, se encontraba detrás del cuarto de servicio. Por una ventanilla escuchaba la negociación y anotaba detalles.

Victoria de los Ángeles por fin apareció. Su angustia fue aumentando al momento de ingresar al pasillo que la conducía aquel salón de arresto. Iba acompañada de un guardia.

Los reporteros gráficos sólo lograron tomar algunas placas de la angustiada madre.

Manrique exigía y no paraba de explicar al coordinador que todo era un malentendido. Victoria de los Ángeles llegó por fin al lugar. A pesar de identificarse el guardia de la puerta no la dejó pasar. —“Están hablando con la señorita. No se puede”—.

La traductora comenzó a sollozar, pero no soltó lágrima alguna. El reportero del Presente no sabía a bien que pasaba y corrió de nuevo a la entrada del sitio.

Sole Navarro escuchó su nombre en voz de su madre. “¡Estás bien, hija!”. La chica se incorporó en el acto. Se lanzó hacia la puerta y comenzó a mover la manivela. Triunfo Manrique exigió al guardia abrir. Éste, abrumado por la orden, lo hizo al momento. Sole salió del brazo del profesor Manrique. El coordinador detrás de ellos hizo lo propio.  Con gran enojo e insultos amenazó al rapsoda.

El reportero vio todo. Manrique escoltó a las mujeres al automóvil. El bullicio de los medios de comunicación nuevamente causó alboroto y los guardias extremaron precauciones.

Sole subió al carro de Victoria de los Ángeles, su madre.

Manrique las despidió no sin antes hacer algunas recomendaciones. La traductora agradeció nerviosamente el gesto del profesor. La chica, cabizbaja y asustada, solo dio un lacónico ¡gracias!

Cuando el automóvil avanzó otro detrás de ellas encendió el motor. Algo normal para muchos sin duda. El reportero del Presente observó el detalle. Le dijo al poeta Triunfo Manrique que previniera a las mujeres.

—¡Ya les pusieron cola!—, advirtió.

—¿Es uno de los guardias de Caldera?—, preguntó el profesor.

—Sí. Son del equipo del Naufrago. Y con ellos hay que andar con cuidado—, recomendó el reportero.

—¿El naufrago? ¿Quién es él?

—Un cabrón bien hecho. Dicen que siempre anda a la caza de quienes piden la patente de corso.

—¿Patente de corso?

—Andan a la caza de los Otros. Los sin nombre. Los que protestan por algo. Los que apoyan al peligro para México. Usted debería cuidarse también poeta. No vaya a salir perjudicado.

—De cualquier manera, ya lo estoy. La rectoría tomará cartas en el asunto y seguro reprenderá a unos y a otros. Estén o no estemos involucrados. Lo siento por la chica. No fue más que una reacción a tanta injuria e imposición que tiene el sistema.

—Pero ellos no lo ven así poeta. Perciben la amenaza y se ponen en alerta. Les fastidia que intervengan en sus asuntos. Y ahora más que Caldera ya se sabe ganador de las presidenciales.

Fin del diálogo. Un guardia se aprestó para solicitar al reportero y al profesor que estaban en un área no destinada a ellos. Los conminó a salir y caminaron por los jardines del campus. Platicaron algo más. Manrique luego de llegar a su oficina obsequió un libro de su autoría al reportero donde estampó su firma.

Con un saludo de manos terminó el encuentro.