La vida y la muerte

La vida tiene su relato en nosotros mismos y en nuestras vivencias.

“Al final lo que queda es abrazarse, confiar en el otro, amar y dejarse amar en medio de la balacera que es la vida”. Fito Páez

 

“Si sobrevives, si persistes, canta,

sueña, emborráchate.

Es el tiempo del frío: ama,

apresúrate. El viento de las horas

barre las calles, los caminos.

Los árboles esperan: tú no esperes,

es el tiempo de vivir, el único”.

Jaime Sabines

“El amor, la niñez, la revolución, el otoño, la muerte, la poesía, siguen sumiéndome en la abierta oscuridad de su sentido, obligándome a buscar respuestas que nunca encontraré”. –Juan Gelman

 

“Yo había puesto

encima de mi pecho,

un pequeño letrero que decía:

“Cerrado por demolición”.

Y aquí me tiene usted pintando las paredes,

abriendo las ventanas,

adornando la mesa con la flor amarilla

con que paga el otoño sus encantos”.

Carlos Pellicer

Las vidas se van desprendiendo del árbol como frutas maduras. Otras vidas son arrancadas como los filamentos de las espigas que brotan en los campos por el viento que agita sus tallos. Algunas se van secando en la misma rama que las vio crecer, pasar del brote de la flor, a la flor engalanada, ser fruto y semilla para luego soltarse en un salto intrépido para buscar un lugar en donde completar el ciclo de la vida, otras vidas son cortadas de tajo antes de lograr germinar o ser un brote.

La vida está en uno, solo si somos capaces de sentirla en nuestro interior. La vida se expresa con la sutileza de los rayos del sol que despejan la penumbra de la noche y hace su entrada en el amanecer. La vida está también en la fuerza de las olas que golpean las rocas y acantilados tallando con constancia los filos hirientes. La vida se vive en el susurrar de las ramas y hojas de un bosque que nos hace sentir en su savia contenida en el interior de cada árbol que el tiempo no se detiene, si no que fluye lentamente en su interior hasta alcanzar los ápices más altos y lejanos de su raíz.

La vida esta en todos lados, la vida nos busca asombrar y sorprender en las pinturas que las nubes trazan en el lienzo del cielo, y en los colores inexpresables que las flores tienen, está en los cantos de las aves que aún cruzan por sobre nuestras cabezas, con trinos que nos rememoran tiempos primitivos en la historia humana con los aprendimos a hacer música.

La vida tiene su relato en nosotros mismos y en nuestras vivencias. La alegría de sentir las emociones que hemos ido reconociendo hablan de seres humanos complejos, indeterminados, falibles, sensibles y que vamos aprendiendo a la buena, pero más a la mala a manejar lo que sentimos.

Los caminos de las artes nos demuestran la infinidad de posibilidades que tienen y en donde la creación artística y la creatividad son el vehículo para intentar nombrar lo innombrable y para buscar provocar emociones en quienes se encuentran ante el arte en cualquiera de sus formas, y entonces la trascendencia se experimenta y nos trastoca. El arte y el espectáculo de la naturaleza y sus bellezas nos avasalla y nos hace sentir la finitud y humildad, nos hacen sentir la gratitud de experimentar la vida como un todo y que solo si tomamos conciencia de nuestro ser y estar en el mundo, podemos contagiar la vida con todo lo que implica.

Son tiempo de duros, crueles, difíciles, solitarios, individualistas, tiempos violentos, la muerte se ha naturalizado con formas perversas y sanguinarias, que hablan del uso del poder, de los intereses de unos pocos, de la ganancia como sinónimo de desarrollo como pretexto para justificar lo injustificable. La muerte es el costo especialmente para los desechables, para los diferentes, para las mujeres, niñas y niños que son víctimas de estructuras inhumanas avaladas por la impunidad y por el desprecio a la vida. La muerte es la única factura que tienen los grupos criminales, es la consigna de la guerra, eliminar al otro, crear enemigos a muerte para legitimar la producción y venta de armas, de cohetes, de bombas, en síntesis, la muerte como negocio.

Son también tiempos de las enfermedades del siglo XXI: la ansiedad y la angustia; la tristeza y la depresión; la soledad y el individualismo; el burnout y la auto explotación; la miseria y la frustración. Son tiempos de una nueva barbarie hecha reality show, que se trasmite por todos los medios posibles, son días juego de azahar y de apuestas, son tiempos de distopias y clarividencias y astrologías trasnochadas, los dados los cargamos desde nuestros actos al dolor, al sufrimiento, al rencor, a la venganza. Las utopías al parecer son buenos deseos que se quedan ahí.

Amar duele sin duda alguna, pero amar nos salva irremediablemente. Enamorarse es vivir. “Lo mejor es enamorarse, y lo segundo estar enamorado; lo peor es desenamorarse. Pero todo ello es mejor que no haber estado enamorado nunca” escribió Maya Angelou. Enamorarse de la vida, de lo que te gusta, de lo que te apasiona, de lo que te hace imaginar y crear, de lo que te anima a encontrar respuestas a eso que la trascendencia convoca. Nadie sale ileso del amor. Pero nadie puede ser y vivir sin amor.

“¿Es necesario que el dedo de la muerte se pose en el tumulto de la vida de vez en cuando para que nos haga pedazos? ¿Estamos conformados de tal manera que necesitamos minúsculas dosis de muerte a diario para ejercer el oficio de vivir?” se preguntó Virginia Woolf y en esta dualidad que es la vida y la muerte los devaneos del pensamiento se ancla la existencia.

La vida y la muerte son diadas de la existencia. La pulsión de vida y la pulsión de muerte se hacen presentes cada mañana, cada nuevo día. La consciencia de la vulnerabilidad de la vida y la certeza de muerte es la posibilidad y la oportunidad para hacer que la vida sea un buen proyecto a ser vivido. No hay respuestas hechas de antemano, pero, las preguntas son las que cuentan junto con la audacia y el valor de intentar -cada uno, cada una- a su manera responderlas.

En estos días en que las tradiciones judeo-cristianas se expresan, entre Semana Santa y la Pascua, emblema y alegoría de la muerte y la vida, bien haríamos en preguntarnos qué nos significa el vivir.

Dolores Castro Varela, poeta mexicana quien murió hace poco, plasmó en este poema la única certeza existencial que tenemos y la única para vivir.

Volverá el polvo al polvo,

caerán desmenuzados los cabellos

como último baluarte de mi cuerpo.

Te esperaré a la orilla,

en los maderos rotos de mi cuerpo.

Al tomarte la mano, pobre muerte,

tan antigua, tan niña,

palpitará en tu sangre

la madura inquietud de cada día.

Romperás secos lazos

recostada en la hierba de tu sueño,

te embriagarás en angustioso canto

de la noche primera.

Te llegará en latidos de mis ansias,

la frescura del agua tan lejana

la voz, y el sonido

de la vida que evita tu llamada.

Y morirás de amor,

del mismo amor que apagará la hierba.

Y morirás de viento y de tristeza,

cuando fría mi sangre

no transmita a tu cuerpo,

el calor que robamos a la fragua.

Y cuando de nosotros

no quede ya en la tierra

más huella que la ardiente de tu estancia,

volveremos al polvo

que al cubrir este canto

lo perderá en la noche de su huella.