No quisiera aludir a la probada salvaterridad de don Federico Escobedo y Tinoco (Salvatierra, 1874- Puebla, 1949) sin hacer primero una exaltación al escritor que “desde su juventud se dio a conocer como poeta. Y con elegancia intuitiva vertió sus líricas creaciones en el estrecho molde del verso, ya fuera éste, griego, latino o español. Con facilidad digna de encomio logró trasladar a nuestro idioma el “divino ritmo” de Horacio y de Virgilio1.”
Las que tú, Padre querido,
desme alabanzas en tu ya célebre
libro: “HORACIO MEXICANO”,
al que las Piérides rinden unánime
aplauso; alabanzas tales
yo no a la cuenta pongo de méritos
propios, ninguno teniendo;
sino, —en justicia—, cédolas íntegras
a tu benévolo pecho,
que es como fuente, de la que innúmeros
raudales copiosos saltan,
por los que el suelo de hórrido, páramo
doquier de plácidas flores
se viste; como si, en vuelo rápido,
de Primavera los días
anticipase!… Si hoy por discípulo
fiel soy de Horacio tenido;
y ya las Gracias gozosas mézclanme
de hombres excelsos al coro,
dónde las Musas residen, débese
a ti entero honor y gloria;
pues, por tu causa, ya entre los líricos
vates ocupo un asiento,
y con las hojas del árbol délfico
ya puedo ceñir mis sienes!…
Por tal motivo, Gabriel, conságrote
con pecho grato estos versos,
porque, con tonos puedan dulcísonos
contigo estar siempre hablando:
Te doy, por tanto, gracias innúmeras,
pues de tus manos en las palmas
ya me conduces, en vuelo rápido,
con rumbo al polo sereno!…
Para marcar la calidad y pureza del estilo de don Federico Escobedo (Tamiro Miceneo) vale la pena citar otro poema. Éste celebra el regreso a México de don Ignacio Montes de Oca y Obregón (Guanajuato, 1840- Nueva York, 1921) —Ipandro Acaico entre los árcades de Roma—:
Ignacio, por ninguno superado
de los que forman el ilustre coro
de la familia episcopal; Prelado,
que, de ciencia y virtud por el tesoro,
de la Iglesia eres gloria esclarecida,
y de México, al par, honra y decoro!
Aunque ya por la edad desfallecida
creyéndose tu voz; ello, no obstante,
cobra, peregrinando, nueva vida;
prestándole la fama resonante
mayor gloria —si cabe—, cuando España
con aplauso recíbela triunfante.
Mas, del tiempo a pesar, y de la saña
con que los años en fugaz carrera
te oprimen con su mole, tú, de extraña
fuerza derroche haciendo; a la manera
de Néstor, ya conviertes en sabrosa
del Evangelio la palabra austera.
Retornas vencedor, con la gloriosa
palma del triunfo, no en la lid ganada,
de Olimpia, en la carrera polvorosa;
sino en justa más noble y afamada,
la del arte español; por quien, al cielo
la frente alzas de lauros coronada!
Y cuando ya, mañana, por el hielo
de la muerte cruel quedes vencido,
el orbe todo y el latino suelo
celebrarán tu nombre esclarecido!
A Ipandro Acaico5 [fausto saludo por su vuelta a la Patria.]
Los dos arcadios (árcades) comparten el gusto por los clásicos, estudian y viajan por la Europa del siglo XIX y XX; detentan la Retórica y la Poética aprendida en las aulas. Para Ipandro Acaico —desde temprana edad en el colegio— gustaba de “traducir algún fragmento de los poetas españoles o franceses, entonces ya conocidos por mí y desconocidos a mis condiscípulos6” al inglés. Por su parte Tamiro Miceneo tradujo el poema latino Rusticatio mexicana del jesuita Rafael Landívar a la versión castellana conocida bajo el nombre de Geórgicas Mexicanas (en 1924).
Si Acaico ostenta una poesía original que “es un primor, una elegancia y una vibración de sensibilidad que no fueron, por cierto, antes de él comunes7”; Miceneo es un “firme expositor de la magnificencia divina” apegado a la razón, “a esa exaltación de la inteligencia y al descubrimiento de la belleza…8”.
Mientras el primero ofrece un canto, no tan grato a su ciudad natal (“Cava infelice, tus avaras minas, / cubierta siempre de ansiedad y espanto, / y con sudor y codicioso llanto / el oro riega que afanosa hacinas9 /”); el segundo despliega el amor al terruño original pues “donde quiera se mostró satisfecho de su origen10”, de su “salvaterridad”:
Al Culiacán vecina,
con esmeralda fina
de mil huertos
en torno del circuito,
mírase de una tierra
por nombre Salvatierra:
mi cuna, mi ciudad, mi hogar bendito.
La identificación plena del poeta con su tierra a la que visitó en 1939 con motivo de la coronación de la Virgen de las Luces (hoy denominada Virgen de la Luz) y su creación literaria, juega (va como un péndulo) y no tiene ese paralelismo (ocasiona) sobre lo que Xavier Villaurrutia señala con acuciosidad: “La poesía popular es paralela a la poesía lírica propiamente dicha, tan paralela que no se le encuentra nunca. (…) No es popular la poesía mexicana como en España, en donde la lírica culta, la lírica selecta, sufre benéficas transfusiones de sangre como épica popular. No es pues como la poesía en España, como la poesía en Irlanda, o como la poesía en Alemania, tan tocadas por la vena popular11.”
Es verdad. La poesía de Tamiro Miceneo tiende a ir como un péndulo ya que en la asamblea de poetas donde se formó tuvo el rigor de los clásicos grecolatinos (que los poetas alemanes luego supieron revalorar y transformar en su momento). Miceneo siempre anheló dar un jubiloso ritmo de notas del alma. Lo hizo con largo aliento.
Su último viento lo impulsó “cargado de dolencias y de lauros (…) visitaba de cuando en vez esta “ciudad del Refugio,” [León de los Aldamas] en la que las rosas de admiración y del cariño lucían la variedad de gayos colores y difundían la delicadeza de su grato perfume, en los viejos jardines de la sincera amistad. La Sociedad Artística “La Trapa”, de historial luengo y fecundo, se honró al contarlo entre sus miembros más conspicuos12.”
Allí tuvo contacto con los intelectuales y poetas de la época: aquellos que desde el monasterio del ensueño compartían el ARS VITA NOSTRA, el arte es nuestra vida. Siempre en busca de nuestra señora la Belleza.
Dicha hermandad, surgida a raíz del poema “Yo soy un viejo monje de La Trapa” del poeta y orador leonés José Ruiz Miranda (1889-1970) publicado en el diario El Presente (junio de 1922) y que años más tarde su creador la consideraría como “una nadería” que “dio origen a este simpático movimiento literario” siendo bastante fecundo; tuvo el honor de contar a quien una vez dijo en Pro Patria:
I
¿Qué voz, qué lira celebrar pudiera,
México ilustre, tus gloriosas palmas,
hoy que los mares, y la tierra, y cielos
libre te aclaman?
Canto Secular [fragmento]
Addenda
Tanto Ipandro Acaico como Tamiro Miceneo fueron solventes traductores de los clásicos griegos, latinos y demás. Imagino que su pasión por esta actividad, a la que Adolfo Castañón ha llamado “mi escuela, mi gimnasio, mi taller y mi cocina13”, y que Paz, con antelación dijo que era “pasión y casualidad, pero también trabajo de carpintería, albañilería, relojería, jardinería, electricidad, plomería —en una palabra: industria verbal. La traducción poética exige el empleo de recursos análogos a los de la creación, sólo que en dirección distinta14.” Por eso señalo con atención que hay una veta para leer y ensayar sobre estos sensibles y prácticos traductores ya que “la escritura es una laboriosa artesanía, un ir pasando y repasando las frases por la pluma, por la mano, por la lengua y los labios, por el oído propio y por el ajeno15.”
Notas
1 Julio Orozco Muñoz, El Pbro. Federico Escobedo, Árcade Romano y Trapense, Secc. Página literaria, Periódico Noticias, s / f., 1953, p. 4
2 P. Federico Escobedo, La sombra de Virgilio (fragmentos) en La Trapa, sociedad artística y literaria. Poesía reunida y otros escritos (1922-1957), ICL, 2007, 1ª. Edición, Juancarlos Porras, compilador, pp. 136-138
3 Julio Orozco Muñoz, op. cit., p. 4
4 P. Federico Escobedo, en La Trapa, sociedad artística y literaria, p. 139-140
5 Julio Orozco Muñoz, op. cit., p. 4
6 Julio Orozco Muñoz, Exmo. y Revdo. Sr. Don Ignacio Montes de Oca y Obregón, Árcade Romano, Secc. Página literaria, Periódico Noticias, Domingo 4 de enero de 1953, p. 4
7 Julio Orozco Muñoz, Exmo. y Revdo. Sr. Don Ignacio Montes de Oca, op. cit., p. 4
8 Jesús Guisa y Acevedo, El padre Escobedo, hombre de esta nuestra tierra, Homenaje del Seminario de Cultura Mexicana corresponsalía Salvatierra, 7 de febrero de 1974, Mecanuscrito del Congreso Nacional sobre Federico Escobedo en Salvatierra 1999, p. 3
9 Julio Orozco Muñoz, Exmo. y Revdo. Sr. Don Ignacio Montes de Oca, op. cit., p. 4
10 J. Jesús García y García, Federico Escobedo. Un vislumbre de su personalidad, Mecanuscrito del Congreso Nacional sobre Federico Escobedo en Salvatierra 1999, s / p.
11 Xavier Villaurrutia, Introducción a la poesía mexicana, Obras, FCE, 11996, 3ª. Reimpresión de la 2ª. Edición, aumentada, 1996, p. 765
12 Julio Orozco Muñoz, El Pbro. Federico Escobedo, op. cit., p. 4
13 Adolfo Castañón, De cómo hemos escrito algunos textos nuestros, Crítica, revista cultural de la UAP, publicación bimestral, junio-julio de 2006, No. 116, p. 144
14 Octavio Paz, Versiones y diversiones, Nota preliminar, México, a 12 de marzo de 1973, Joaquín Mortiz, 1990, 3ª. Edición, noviembre, pp. 6-7
15 Adolfo Castañón, op. cit., p. 145