La muerte causada por la utopía comunista

Alejandro Gómez Tamez es economista y especialista en el análisis finaiciero.

En este convulsionado momento de la historia, en el que existe el riesgo permanente de que la China comunista invada a Taiwán a un costo incalculable para el mundo, en el que Rusia invadió Ucrania por las locuras de su presidente que sueña con regresar a los años de gloria de la Unión Soviética, en el que Corea del Norte sigue haciendo pruebas con misiles que pueden llevar ojivas nucleares fácilmente a Japón y posiblemente hasta Alaska, en el que China pretende construir una base de espionaje civil y militar en Cuba, en el que el narco gobierno de Nicolas Maduro sigue afianzado en Venezuela, en el que el pueblo cubano sigue en la miseria y en opresión, creo que es pertinente recordar de qué se trata la basura comunista y toda la muerte que genera. En México sigue habiendo gente que cree en la utopía comunista y que quiere que ese sistema de odio se enraíce en nuestro país. Me imagino que muchos de ellos son personas que quieren destruir las libertades para implementar un sistema que a ellos en lo individual les garantice la riqueza a costa de empobrecer a todos los demás. Es por ello que se dice que el peor error de un comunista es estar fuera del gobierno.

El 22 de diciembre de 2019 publiqué en mi blog de economex.blog un artículo editorial titulado “En contra de quienes quieren la basura Marxista en México”, y en él hago una relatoría de los enormes costos sociales y económicos que el comunismo ha causado en todas aquellas naciones en las que se ha pretendido implementar. Menciono sus incongruencias, la falta de incentivos económicos, y cómo sus líderes políticos se convierten en tiranos que abusan del pueblo que los llevó al poder, entre otras tantas características nefastas de dicho sistema económico.

El profesor de la Universidad George Mason, Bryan Caplan en su artículo sobre el comunismo para la Concise Encyclopedia of Economics, señala que “comunismo” y “socialismo” eran básicamente sinónimos hasta la revolución bolchevique en Rusia. Después de eso, el “comunismo” se asoció más estrechamente con la filosofía revolucionaria de Vladimir Lenin. Los dos términos se pueden usar indistintamente y básicamente significan “una economía centralmente planificada en la que el gobierno controla los medios de producción”. En el Manifiesto Comunista, Karl Marx y Friedrich Engels escriben que “la teoría de los comunistas se puede resumir en una sola oración: abolición de la propiedad privada”.

Partiendo de lo anterior y como ya lo señalé, en esta entrega quiero profundizar la crítica al comunismo, pero ahora abordando con mayor detalle los enormes costos humanos impuestos a través de los genocidios comunistas que se dieron a lo largo del Siglo XX y que le quitaron la vida a más de 100 millones de personas.

En el libro “Genocide: A world history” de Norman M. Naimark, en el capítulo dedicado a los “Genocidios comunistas” se menciona que la Convención de las Naciones Unidas para la Prevención y la Sanción del Genocidio de 1948, el documento legal fundacional que define el genocidio, limitó las categorías de sus víctimas a grupos nacionales, étnicos, religiosos o raciales. Los intentos de incluir grupos sociales y políticos en la convención fracasaron en gran parte debido a la oposición de la delegación Soviética ante las Naciones Unidas, que temía que su represión de grupos sociales y políticos en el país pudiera considerarse genocida. Desde entonces, ha sido difícil pensar en el genocidio como un crimen contra un grupo social o político o, en su caso, de otros grupos identificables de connacionales como, por ejemplo, homosexuales o discapacitados en el caso de los nazis.

Sólo un ignorante retrograda puede negar que el comunismo, el marxismo-leninismo y sus variantes, significa en la práctica terrorismo sangriento, purgas mortales, gulags letales y trabajos forzados, deportaciones fatales, hambrunas provocadas por el hombre, ejecuciones extrajudiciales y juicios espectáculo, y genocidio. También es ampliamente conocido que, como resultado, millones de personas inocentes han sido asesinadas a sangre fría con el pretexto de esta ideología.

Es una cuestión de suma importancia a la luz del angustioso hábito de nuestra especie de matarse unos a otros. Las muertes generadas es uno de los puntos en los que el fracaso del comunismo es  más visible. Diversos libros dan cuenta de que los experimentos con el comunismo tienen una preocupante tendencia a convertirse en asesinatos en masa. Como explica Kristian Niemietz en su excelente libro “Socialismo: la idea fallida que nunca muere”, los intelectuales tienen una relación de tres etapas con el socialismo. Surge un régimen socialista y tal vez tenga algunos éxitos. Durante esta fase de luna de miel, los defensores del socialismo señalan que los detractores están equivocados y que esta vez es diferente. La luna de miel pasa a ser un período de “excusas y cosas por el estilo” en el que los defensores del régimen intentan explicar los crecientes problemas en el paraíso de los trabajadores. Durante esta fase, podríamos aprender que las causas del fracaso económico son el mal clima o algo así como el sabotaje deliberado de la CIA, y no las torpezas de la planificación central.  Finalmente, una vez que las fallas del experimento se vuelven demasiado obvias para ignorarlas o explicarlas, ingresamos a la tercera etapa, la etapa del “socialismo no real”. ¿La Unión Soviética? No es socialismo real. ¿China bajo Mao? No es socialismo real. ¿Venezuela? No es socialismo real. Etcétera. Y es por ello que al paso del tiempo llega un nuevo líder en alguna otra para del mundo diciendo que ahora si funcionará porque ahora si lo van a implementar bien.

Entre las teorías de porque los regímenes comunistas se mueven tan rápidamente hacia la opresión y el asesinato en masa, Bryan Caplan nos dice que el comunismo “nació en la maldad” en el sentido de que “los primeros socialistas eran de hecho ‘idealistas'” pero “su ideal era el totalitarismo”. En un nivel fundamental, las revoluciones comunistas no se han tratado simplemente de producir cosas de manera más eficiente o de garantizar que la producción se comparta equitativamente. Los experimentos comunistas han sido esfuerzos para rediseñar fundamentalmente a la humanidad. Han sido proyectos de transformación social, y su brutalidad a veces ha sido excusada como una desafortunada necesidad histórica. El historiador Eric Hobsbawm, por ejemplo, estuvo de acuerdo, sin dudarlo, en que millones de muertos serían un precio aceptable a pagar por una sociedad comunista. Después de todo, Lenin dijo célebremente “no se puede hacer un omelette sin romper los huevos”.

Comunismo: la principal causa ideológica de muerte en el siglo XX

En un artículo del autor taiwanés, Jim Liao, se menciona que de todas las plagas que han asolado a la humanidad, desde la Peste Negra hasta el cáncer, una de las más mortíferas ha sido una idea virulenta que se ha cobrado millones de almas. Y como no va a ser así si el comunismo niega la existencia de un alma, y sus adherentes normalmente castigan a aquellos que digan lo contrario. La creación brutal de Karl Marx, el Manifiesto Comunista, prometía una utopía en la Tierra. Todo lo que había que hacer era derrocar a la sociedad y deshacerse de la clase dominante mediante una revolución violenta. El camino al paraíso era rojo, construido sobre un nuevo orden social construido mediante la destrucción de creencias tradicionales, estructuras sociales, propiedad y gobierno.

El terrible Holocausto de Adolf Hitler es un horror más conocido para la mayoría, pero los sombríos recuentos de muertes causadas por las revoluciones comunistas en Rusia y China superan con creces sus esfuerzos genocidas. Mientras Hitler apuntaba principalmente en contra del pueblo judío, los comunistas apuntaban a todas las religiones y clases enteras de la sociedad.

Algunos marxistas laicos han descrito como aberraciones a las oleadas de asesinatos que siguieron a las revoluciones comunistas. De hecho, estas muertes son resultados sistemáticos de las revoluciones comunistas, son soluciones prescritas a las desigualdades del capitalismo y creencias y prácticas arraigadas. Por esta razón, las revoluciones comunistas han sido acompañadas por matanzas sin precedentes.

Según El libro Negro del Comunismo de Stéphane Courtois, el comunismo es responsable de 100 millones de muertes, un número total que supera con creces al nazismo, que dejó 16.3 millones de asesinados, y eclipsa las cifras de muertes por cáncer de pulmón, diabetes y homicidios del siglo XX.

Al llevar a cabo la implementación de esta ideología, los regímenes políticos del siglo XX encabezados por dictadores como Mao Zedong, Joseph Stalin y Pol Pot, entre otros, fueron responsables de una rápida destrucción de vidas humanas como nunca se había visto en la historia.

Según la mayoría de las estimaciones, el más asesino de varios dictadores del siglo XX fue Mao Zedong de China. El número estimado de muertos de Mao oscila entre 60 y 80 millones, lo que supera las vidas cobradas por la Primera Guerra Mundial (37 millones) y posiblemente la Segunda Guerra Mundial (66 millones). La composición de estos más de 60 millones de muertes en China incluye, pero no se limita a: guerras civiles, terratenientes que fueron asesinados bajo la política de reforma agraria comunista y guardias rojos durante la Revolución Cultural que torturaron y mataron a supuestos “enemigos de clase”.

Courtois ubica el número total de muertes del dictador ruso Joseph Stalin en 20 millones, aunque este número fluctúa de 10 a 60 millones dependiendo de la fuente. Stalin, el infame autor de la cita “la muerte de una persona es una tragedia, un millón de muertes es una estadística”, arrojó a los campos de concentración y persiguió a millones de ciudadanos “desleales”. También ejecutó a intelectuales y figuras políticas consideradas como amenaza a su poder para establecerse como la única autoridad de Rusia. Incluso pudo hacer “desaparecer” a estas personas eliminando sus fotos y registros de la historia. Con 20 millones, el total de muertes de Stalin supera los recuentos de todas las muertes causadas por cáncer de páncreas (17 millones), VIH/SIDA (12.5 millones) y epilepsia (10 millones) del siglo XX.

Una de las formas más comunes en que los comunistas matan y quebrantan para siempre la voluntad de los ciudadanos en sus “repúblicas populares” ha sido el hambre.

“El Gran Salto Adelante” de Mao se presentó como una forma de modernizar la economía de China. Sacó comunidades de trabajadores de las granjas y los obligó a fundir metales como el hierro y el acero en hornos de traspatio. Esta eliminación de la mano de obra dedicada a la producción de alimentos finalmente resultó en la gran hambruna de China, que según los expertos se cobró entre 30 y 40 millones de vidas.

En Ucrania, la colectivización y la industrialización soviética provocaron el Holomodor, una hambruna que causó entre 2.5 y 7.5 millones de muertos.

Aquellos que han escapado de Corea del Norte a menudo les dicen a los gobiernos que envíen ayuda alimentaria allí y que si realmente quieren ayudar a aliviar la hambruna perpetua allí, sería mejor enviar alimento para animales, ya que es más probable que llegue a quienes realmente lo necesitan.

Si bien Rusia y China encabezan el recuento de muertes, las cifras en otros países comunistas son igualmente trágicas.

En Camboya, Pol Pot, quien anteriormente fue miembro del Partido Comunista Francés, intentó crear su versión de una sociedad comunista utópica al llevar a millones de personas de las ciudades a las áreas rurales para realizar trabajos manuales. Esta fue una práctica común después de las revoluciones comunistas también en otros países, al igual que su asesinato de miembros educados de la sociedad, como abogados, médicos y filósofos, a quienes llamó “la raíz de todo el mal capitalista”.

Durante su reinado de 1975 a 1979, murieron entre 1.5 y 2 millones de una población total de 7 millones de camboyanos, ya sea por matanza directa o por hambruna debido a la intensa mano de obra y la escasez de alimentos en los campos.

Otros dos millones fueron asesinados por comunistas en Corea del Norte y Etiopía.

¿Cómo podemos entender todos estos asesinatos por parte de los comunistas? De acuerdo con R.J. Rummel, es el matrimonio de una ideología absolutista con el poder absoluto. Los comunistas creían que sabían la verdad, absolutamente. Creían que sabían a través del marxismo lo que traería el mayor bienestar y felicidad humana. Y creían que el poder, la dictadura del proletariado, debe usarse para derribar el viejo orden feudal o capitalista y reconstruir la sociedad y la cultura para realizar esta utopía. Nada debe interponerse en el camino de su logro. El gobierno, el Partido Comunista, estaba por lo tanto por encima de cualquier ley. Todas las instituciones, normas culturales, tradiciones y sentimientos eran prescindibles. Y la gente era como madera y ladrillos, para ser usados en la construcción del nuevo mundo.

Para los comunistas, la construcción de esta utopía es vista como una guerra contra la pobreza, la explotación, el imperialismo y la desigualdad. Y por el bien mayor, como en una guerra real, se mata gente. Y así esta guerra por la utopía comunista tuvo sus necesarias bajas enemigas: el clero, burguesía, capitalistas, saboteadores, contrarrevolucionarios, derechistas, tiranos, ricos, terratenientes y no combatientes que lamentablemente quedaron atrapados en la batalla.

Para concluir solo hay que recordar que mientras gobernaban bajo el pretexto de la libertad y la prosperidad para todos, los regímenes comunistas, han causado miseria y destrucción en todas las naciones en las que han reinado. A través de regímenes en Europa, Asia y África, el comunismo se ha cobrado un total de 100 millones de vidas en 100 años, lo que lo convierte en un asesino ideológico sin precedentes. El comunismo ha sido el mayor experimento de ingeniería social que jamás hayamos visto. Fracasó por completo con un enorme costo en vidas para millones de hombres, mujeres y niños. Sin embargo, hay una lección más grande que aprender de este horrendo sacrificio a una ideología, y esa es que a NADIE se le puede confiar todo el poder. Cuanto más poder tiene el tirano o dictador para imponer las creencias de una élite ideológica o religiosa o imponer sus caprichos, más probable es que se sacrifiquen vidas humanas. Esta es solo una razón, pero quizás la más importante, para fomentar la democracia liberal.