La crónica nuestra: entre la razón y el derecho

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

Disminuida la crónica nuestra, es decir, derivada de la buena conversación con los antiguos y sumada al encanto de los cuenteros —contrapuesta al concepto de “Microhistoria” de Luis González y González donde se cae demasiado en la narrativa local— esta reunión que bien hacen los cronistas de todos lados, desde siempre nos ha ayudado a viajar de ida y vuelta por pasajes poco claros de la historia local.

Aunque la microhistoria se regodea por tener alianza con la expresión inspirada en el lenguaje, de allí su fortaleza, desdeña la posible intelectualidad de los historiadores monumentales o bien de los críticos que defienden la comparación histórica con ciertos métodos que la citada tesis del historiador michoacano antepone con una jocosa consideración como esta: “La microhistoria es indicada para los hombres ajetreados”. De allí que: “La lectura de microhistorias puede ser un pasatiempo divertido y saludable”.

Si apelamos entonces a lo festivo dejamos en manos del nuevo actor, con incipiente método de trabajo, nos muestre pormenores del diario cotidiano nuestro deseñando la conseja popular en toda su manifestación. Aunque claro, ganamos en cuanto a la divulgación de lo popular y por ende la seducción nos llega al caer la tarde. No así con la memoria y crónica nuestra pues, más que contar la historia pueblerina y colocar una serie de parrafadas, nos coloca frente al espejo de costumbres.

¿Es el cronista un campeón de la razón y el derecho? Para contestar esta difícil pregunta cabría entonces acudir a la dialéctica:

“(…) doctrina del conocimiento y sustancia medular de la historiografía y de la ciencia política” pues “la función y el significado de la dialéctica sólo se puede concebir en toda su fundamentalidad si se concibe la filosofía de la praxis como una filosofía integral y original que inicia una nueva fase en la historia y en el desarrollo mundial del pensamiento, por cuanto supera tanto el idealismo como el materialismo tradicional, expresiones de las sociedades anteriores (y al superarlos se apropia de sus elementos vitales)”. (Antonio Gramsci, “Ensayo popular de sociología”).

Esto de alguna manera lo podemos entender como aquella gente que, en efecto, ve tierra, pero siempre con seres humanos. Entonces el motivo de su quehacer es pleno y verdadero. No está para nada vinculado al vulgar sentido común ya que en el ejercicio de hacer crónica se educa al lector propiciando un ambiente contrario al simple olvido o incluso al sobrevalorado academicismo que los nuevos contadores de historias anteponen, con multiplicidad de títulos e investigaciones escolares, a la vida familiar y popular.

Dicho sentido común, las más veces caricaturesco por un lado y otro impuesto, como un valor real del ser humano por ley de la naturaleza es fondo y forma de su ser y quehacer ya que no apela a la razón, su defensor o bien practicante, porque no se ha planteado el problema en los términos teóricos exactos y, por consiguientes, se encuentra prácticamente desarmado e impotente.

Ahora bien, nuestro modo de pensar y de una cultura compartida en el Bajío nos lleva a recordar que la unidad nuestra consiste en su materialidad, demostrada desde la filosofía y la ciencia porque recurrimos a la historia y al hombre para demostrar la realidad objetiva. “Objetivo significa siempre humanamente objetivo, lo cual puede corresponder exactamente a «históricamente subjetivo»; es decir, objetivo significaría «universal subjetivo».

El hombre conoce objetivamente en la medida en que el conocimiento es real para todo el género humano históricamente unificado en un sistema cultural unitario; pero este proceso de unificación histórica se produce con la desaparición de las contradicciones internas que laceran la sociedad humana, contradicciones que constituyen la condición de la formación de los grupos y del nacimiento de las ideologías no universales concretas, pero que el origen práctico de su sustancia hace inmediatamente caducas. Existe, por tanto, una lucha por la objetividad (por liberarse de las ideologías parciales y falaces) y esta lucha es la misma que se libra por la unificación cultural del género humano”.

Si apelamos luego al punto de vista del cosmos en sí deberíamos corresponder por ende a la unidad en sí que planteamos líneas arriba que no deja de ser un residuo del concepto de Dios (Antonio Gramsci dixit) que sumaría al tiempo lineal, o sea, cronológico que tratamos de formular y estudiar para la historia en la citada unificación cultural aludida.

Pero, el cronista del siglo XXI, puede sostener o, mejor dicho, está llamado a reconocer, (sigamos con Gramsci), la realidad en relación con el hombre y así como el hombre es un devenir histórico, el conocimiento y la realidad también son un devenir, también la objetividad de un devenir, etc. En el caso de la crónica nuestra, entre la razón y el derecho, podemos destacar que su hacedor demuestra, no un transterramiento del hecho histórico, sino que habla de la realidad del mundo que logra escuchar y por supuesto ver…

De lo anterior algunos nuevos cronistas ven a sus antecesores como meros aficionados. O sea, los ineptos que incursionaron en la minihistoria según Luis González y González que las más de las veces corren a la par de los investigadores provincianos: denostados también por el pseudoperiodismo donde sus ejercitadores creen ser objetivamente reales en sus relatos vestidos como nueva crónica.

Como primer ejemplo merece la pena traer a colación el opúsculo “Juárez en Guanajuato” (1972) de Fortino López R. donde narra cómo su padre Calixto López Murillo lo llama a su taller y le dice: —“Quiero que platiquemos mucho. Necesito confiarte algunas cosas, y pedirte que me prometas algo”. Entonces le suelta los demás cabos, para que anude bien, sobre lo sucedido en el año de 1858 “durante los días que vivió el señor presidente de la República y sus acompañantes en la casa del amo don Macario Quesada. Tengo apuntes de lo que tu abuelito Eugenio me contó; tengo papeles y muchas cosas relacionadas con la época; hijo, que nada quedará sin aclarar”.

Así pues, de aquel serio y real testimonio donde don Benito Juárez y aliados son los constructores de la historia mínima en Purísima del Rincón, del 15 de febrero cuando llegaron al pueblo y los recibió una multitud delirante; donde luego participó en varias veladas musicales, donde las oberturas y pasajes operísticos fueron fundamentales en su estadía; así como posar para Hermenegildo Bustos que realizó un cuadro de 35 cms., aproximados, “logró un estupendo dibujo, en blanco y negro, del gran Patricio”.

La crónica del citado libro forma un elemento considerable del concepto universal subjetivo que corresponde al quehacer de quien ofrece a todos, “para que una y otra contemplen en su límpida imaginación, sea por breves instantes, el paso gallardo de don Benito Juárez por nuestro Estado; frente a tan magnífico panorama, admiren su serena presencia; y aprendan de él, que a la Patria se le ama con toda la pasión, se le sirve noble y lealmente, y en su defensa la vida es oblación bendita”. (Fortino López R., Dedicatoria).

Pero para los neo-cronistas esto es extinguible pues desde su bloque histórico por no decir “espíritu estatal” lo consideran una simple y minimísima leyenda donde pesa más el concepto de pueblo mágico con el consabido culto a la tradición cristiana versus judaísmo, que no es más que aludir al «gesto por el gesto» sin más objetividad. Tal y como se da en la ciudad de León de los Aldama con el trágico acontecimiento del 2 de enero de 1946 donde, desde 1947 a la fecha, la fuerza centralizadora y disciplinadora del politicismo en turno, se avoca a contar un relato hecho a la medida donde, de manera actual, se hace un revisionismo periodístico parcial sin atender la bibliografía adjunta necesaria para el esclarecimiento de los sucesos contra la Unión Cívica Leonesa, UCL.

Su acomodo es tal que hay una singular cohesión partidista donde, de manera implícita, se adhiere a la reinterpretación histórica hecha por el fundidor José Arturo Tavares Padilla en su “Mártires del 2 de enero” colocado en la otrora Plaza Catedral hoy S.S. Benedicto XV. Precisamente, sin apelar a la razón y al derecho, como vínculos fundamentales del cronista es de lo que más prescinden los del rumbo.

¿Es el cronista un campeón de la razón y el derecho entonces? La respuesta es harto conocida.