Feriantes de la cultura

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 26 de enero de 2021.-La macdonalización de la cultura, prefigurada desde la Glasnot (1985) pasando por el derribo del Muro de Berlín (1989) y asumida a cabalidad con el desmembramiento de la URSS (1991) en el mundo, trajo consigo que una de las bellas artes, la literatura, se contrajera a un estatus libertario, pero también comercial. En el caso de la poesía mexicana este fenómeno orilló a los poetas a vivir un sueño guajiro, desde la política cultural, pues los apoyos dados por el naciente Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) en 1988 se dispersaron en unos cuantos, hasta crear, con el paso de los años, una casta de intelectuales orgánicos que vapulearon a los creadores de provincia.

Lo mismo con becas, viajes, impresiones de libros, encuentros de escritores, los beneficiados de ayer, que adoraron el centralismo del gobierno, ahora demandan que su manutención perviva porque en treinta años han aportado lo mejor de sí para hacer crecer a nuestro país.

En dicha aportación está concentrado su estatus de fe, es decir, por la fe en lugar de por las obras pues “de la hechura de las políticas a las habilidades gerenciales” su trabajo cotidiano se propagó luego en revistas como Letras Libres, Nexos, Siempre, y otras empresas subsidiarias del sistema. De allí deriva el gerencialismo cultural que seguimos padeciendo donde la disminución de apoyos reales a los autores locales es notable.

Los métodos incluyen a la gestión privada junto con la educativa pues, las universidades intramuros presupuestan mercados, no de ciudadanos sino de clientes satisfechos, que buscan de manera periódica influir en todos los terrenos de la vida social. Su orientación entonces da como resultado una ideología antiestatista y liberal en clara contraposición al Estado de Bienestar.

Ahora bien, existe una uniformidad y muchas veces una “clonación” permanente de los procesos culturales que corporativizan la política cultural de nuestra ciudad. La cortina de humo es el producto de la ausencia de un Plan de Cultura en el Municipio de León desde hace treinta años.

Estamos por debajo en tiempos de pandemia, de aquella medición del Observatorio Ciudadano de León (OCL) que indicaba que sólo había “eventos” culturales como respuesta a la imperiosa necesidad de la ciudadanía que busca Cultura fincada desde un plan maestro.

En la era Covid-19 la virtualidad de la cultura se asoma sin tapujos y con gran mediocridad.

Dicho esto, involucra por supuesto al Instituto Cultural de León (1998) y a su reglamento que no lo han homologado con la Ley de Derechos culturales para el Estado de Guanajuato (2018) ni mucho menos con la Ley General de Cultura y Derechos Culturales (2017) que van en franca sintonía con la Carta magna.

Entonces la macdonalización citada, que exalta la pequeña caja feliz de cultura que todos debemos consumir por obligación, está más que decantada. El ICL tiene de todo y para todos: becas, premios, festivales, escuelas, patrimonio, etc. pero su bien público no existe. Solo aplica con énfasis la frugalidad de la empresa según el modelo del parque de diversiones que migra a la cuestión política.

La Feria Estatal de León tiene, por ejemplo, en lo que va del siglo XXI, esta consideración. No es un hecho cultural con diversos derivados, sino un mero parque de diversiones de ocasión que atiende la oferta y la demanda de los clientes, pero no de los ciudadanos en busca de movilidad cultural.

Este no es un problema de semántica sino de política cultural justa porque, entre la tradición y el cambio, quienes nos gobiernan muchas de las veces no tienen el perfil adecuado para promover una práctica profesional en la materia (como la cultura o la literatura). No pedimos que nuestros gobernantes o servidores públicos sepan de literatura o poesía, pero sí que conozcan que existen sus creadores. Y que León tiene una modesta pero gran tradición literaria.

Los especialistas en la materia seguro tendrán la suficiencia para realizar los proyectos y programas para el desarrollo cultural que les atañe si los involucran. Siempre en busca de saber hacer el trabajo para beneficio de la ciudadanía. Aquí aplica también “la honestidad y la resistencia en la administración pública”, que consiste en identificar “que el gobierno es la autoridad pública establecida para regir el Estado; que es en sí la administración suprema y, como tal, el principio de la administración considerada como institución particular”.

De lo anterior procede “que la justicia es una consecuencia de la administración, como la administración es una consecuencia del gobierno”, según Charles Jean Bonin. Por ende, el conjunto de reglas para forjar que los feriantes de la cultura, así como los de la literatura o la historia tengan participación en el próximo Plan de Cultura para el Municipio es vital ya que necesitamos eliminar tanto la pequeña caja feliz como la disneylandización de la cultura que obran en la ciudad.