Estampas de Agustín de Iturbide en el Bajío

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 30 de agosto de 2021.-¿De dónde nació la ambición particular de Agustín de Iturbide con el pretexto de salvaguardar a la nación? Para el oficial realista, en voz de Lucas Alamán, quien “tenía en sus manos la fuerza” (Lourdes Quintanilla: 1991) hizo la gran maniobra de todo castrense: confiscar el poder del pueblo y con ello conseguir los más sobrados nombres como “Generalísimo-Almirante” para convertirse en la única opción viable de la reconciliación total.

Pero sigamos al autor de la Historia de México pues contando con “la única autoridad efectiva. De hecho, con este nombramiento la Junta Provisional Gubernativa lo puso en la disyuntiva de convertirse en un Emperador o en un proscrito”. Con esta estrategia muy definida el lisonjeador, a la postre libertador, logró confundir a la Junta y con ello “entregó a la nación a la incertidumbre de las deliberaciones, generó entonces enteramente nuevo y desconocido en México”.

Es decir, Iturbide, buscó intervenir en todas las decisiones ya que, de alguna manera, hizo alarde De la confesión de la propia vileza, Cap. XXXIII del Libro de los Soliloquios del Ánima a Dios de San Agustín: “(…) tarde te conocí, porque tenía una gran nube, y llena de vanidad, la cual me ponía impedimento para que no pudiese ver el sol de justicia y hambre de la noche, y amaba mi oscuridad porque no conocía la lumbre. Estaba ciego y amaba mi ceguedad, e iba a las tinieblas por medio de las tinieblas. ¿Quién restituyó la vista estando asentado en las tinieblas y sombra de muerte? ¿Quién es el que me tomó por la mano y me sacó de tanta oscuridad?”.

Luego de la liberación de sus tinieblas, su beligerancia se dio en el terreno de las palabras. A lo largo de la guerra ya tuvo la suficiencia de sus extravíos, errores y crueldades. Buscó en este momento “el furor de gobernar” (Mirabeau dixit) y con ello consiguió el título de “Primer jefe del Ejército de las Tres Garantías”.

Por lo anterior los Iturbidistas estuvieron más vivos que nunca pues instalaron a un vacilante Emperador que nació, un 27 de septiembre de 1783, bajo el sino del Glorioso Padre San Agustín y tienen confianza en el empeño que pondrá para gobernar por todo género de medios al naciente país lejos de la Corona española.

Iturbide tiene una insinuante conversación. Es de carácter impetuoso. Se le recuerda también por aquella exigencia de azotes “que se supuso haber dado a un individuo, que lo había ofendido de palabra”. Además, por haber perdido “su caudal, que se había formado con sus comercios en el Bajío, y se hallaba en muy triste fortuna, cuando ocurrió el restablecimiento de la constitución, y las consecuencias que produjo, vinieron a abrir un campo a su ambición de gloria, honores, representación, celebridad y riqueza”, bien apunta José María de Liceaga.

Así se da el nuevo orden de cosas, la falta de moderación que había en los causantes del nuevo sistema llega para quedarse. De allí que por el Bajío mexicano todavía escuchemos: “Iturbidistas de México, uníos” y los afiches en el siglo XXI resurjan con la figura bajo el signo de Agustín.

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A don Agustín de Iturbide se le olvidaron, con el paso del tiempo, aquellas palabras que pronunció al consumar la Independencia: Ya sabéis el camino de ser libres, a vosotros toca señalar el de ser felices. Esto equivale también a aquel pronunciamiento que muchos independentistas gritaron: “mexicanos, sed libres y gobernaos por vosotros mismos”. Que para nuestro tiempo significa cumplir el sueño del bienestar que todos buscamos a través de un cambio de régimen.

Pero el olvido de Iturbide sobrevino después por llevar a cabo su sueño particular: ser Emperador, ya que creyó ser el único autor de la Independencia de la nueva nación: el Imperio mexicano. Entonces confabuló con quien pudo al asumir el sentimiento de gratitud y dolor de muchos para ser el Libertador de México o campeón de la Libertad como más tarde le llamaron, para que cada 28 de septiembre se le consagrara como el héroe más profundo de la nueva nación.

Uno de esos días 28, pero de 1848, los señores diputado José Ramón Pacheco y senador Francisco Modesto de Olaguibel, “quienes heridos del contraste que formaba la pobreza del acto con la grandiosidad de su objeto, y penetrados de la obligación en que México está de rechazar de sí la nota de ingrato a su libertador”, discurre Manuel Moreno y Jove en la Santa Iglesia Metropolitana de México, “promovieron ambos en sus respectivas cámaras en aquel mismo día se mandara: que anualmente se celebrasen en todas las iglesias de la República, sufragios solemnes de honras por el alma del Sr. D. Agustín de Iturbide”.

El Senado llegó a un acuerdo y trasladó a la Cámara de Diputados aquel pacto, pero por las ocupaciones de los finos diputados no salió en tiempo y forma, para el 28 de septiembre de 1849, así que otro grupo de cercanos al pensamiento de Iturbide y su Imperio, suscribieron que “unos cuantos mexicanos en desahogo de la gratitud que a todos nos debe animar hacia el inmortal caudillo de Iguala tributamos el día 28 de septiembre a su memoria, y por el desencanto de su alma, un pobre sufragio de honras en la capilla de esta Santa Iglesia Catedral donde existen depositados los preciosos restos del que nos dio patria y nacionalidad”.

Lo que peleaba aquel grupo era que por ley se elevara este acto a la categoría de nacional, y le diese la generalidad, brillo y esplendor que corresponden al testimonio público de la gratitud de México hacia su libertador.

Pues bien, la insistencia de estos espontáneos, “miserable producto del esfuerzo de unos cuantos”, se vio recompensada el 23 de abril de 1850 pero con el avance del tiempo se diluyó hasta caer en el olvido. Pero los adscritos al primer Imperio mexicano todavía conmemoran esta fecha como propia, en la intimidad, así como la del 19 de julio de 1823, día del abatimiento del abigarrado personaje, con un Te-Deum donde la descendencia familiar recuerda la catástrofe del Sr. Iturbide.

En León de los Aldama, una rama de los De Arámburu, todavía le lloran.