El voto de quinto peón a la luz del 2 de enero de 1946

Juancarlos Porras Manrique. Platino News

Las líneas publicadas en la carta editorial del semanario Rescate (León, 1947) convergen para dar un pormenor del mediocris animus «espíritu moderado» de los citadinos de la época, es decir, reportar el cómo: “León jamás ha sido tenazmente oposicionista, sino simple y sencillamente defensor de sus derechos y libertades, cosas que nada ni nadie puede impedirle, [ya que] manifestó su regocijo por el acto valiente que significó la sujeción de los líderes al imperio de la ley, sin que ello quiera decir que el pueblo entero merezca el mote que se le aplica en una reciente publicación”.

Entonces aparecen los claroscuros de la historia local y fustigan a los lectores ―luego convertidos en leyentes― que dudan, por lo que vieron en la Plaza Mayor (el 2 de enero de 1946), pues no sienten como ellos y manifiestan que: “Hace un año León se dispuso a elegir a un alcalde honesto y a hacer respetar ese derecho. El cacique [Ernesto] Hidalgo hizo todo lo que estuvo de su parte para negar e impedir el derecho que tiene el pueblo de elegir a sus gobernantes. Sin embargo, el pueblo leonés, a pesar de que derramó mucha sangre subió al poder a su candidato, y derrocó al Gobernante imposicionista”.

El calendario civil acuñó para la clase política una fecha simbólica donde la voz democracia no es asunto de “libertad” sino, signo de “necesidad” para conservar su sistema político. Remedan a Napoleón quien sostenía que “para destruir el liberalismo y el deseo de reforma, es preciso sofocar las luces, y crear una ignorancia completa que no dé lugar siquiera a sospechar mejoras…”.

De allí derivó la pugna por el Municipio libre que pasó a ser un despliegue de facultades donde la palabrería necesaria, libertaria pues, determina los hechos. Sus protagonistas abogan por la resistencia civil para vitorear actos justicieros y solicitar al recién llegado presidente de la República el castigo a los responsables: el coronel Emilio Olvera Barrón y el C. Luis Guízar quienes “han vivido al amparo de la impudicia revolucionaria”, dicen.

La energía que demandan los leoneses para abolir la “necesidad” del sistema local que, al amparo del sedimento, goza del apoyo institucional es reflejada por los autores con un florilegio literario que va de expresiones variopintas como: “(…) este cruento clamor, inconocible,/ es un eco del Grito de Dolores.//” (José Ruiz Miranda); pasando por: “(…) Noche de iras y llagas,/ mellaste en mi pueblo de oro tus tridentes.//” (José Fidel Sandoval Ponce);  hasta llegar a la revisión histórica de la denuncia: “(…) y otros reductos del orden/ No son sino perrezuelos fascistas/ que hace años lamentaron la matanza de León.” (Efraín Huerta).

Los poetas llegan no como simples relatores de hechos sino como cantores de la expresión del pueblo abatido. Cada uno lo hace en su justa dimensión. Para los periodistas significa el hecho cotidiano que habrá que reportar para luego condenar a mansalva como hicieron los diarios nacionales de la época lo mismo que la revista dirigida por Martín Luis Guzmán.

Así pues, los sucesos del 2 de enero de 1946 marcan la indignación de un pueblo que buscó autoridades verdaderamente populares, Unos Cuantos Locos, UCL, es decir, la Unión Cívica Leonesa que quedó desplazada en la historia para que otros, al paso del tiempo, se adjudicaran su triunfo democrático colocándole otras siglas. Una necesidad imperiosa de reconversión histórica que pesa harto en estos días del 2024 donde las elecciones del 2 de junio próximas, se juegan el voto del quinto peón.