El lector leonés en la esfera de la historia / 2ª. y última parte

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 21 de junio de 2021.- Sin duda la instalación del Seminario Conciliar de León contribuyó a que la lecto-escritura tomara carta de naturalización en su ya consabido carácter de formación humana y cristiana a sus allegados. Prueba de ello son los poemas y discursos, estos últimos filosofales los más, donde se da cuenta del tañido de “la ebúrnea lira, que sonidos/ hace brotar de célica dulzura”.

Muestra de lo anterior son los Ligeros apuntes sobre la filosofía de Spencer comparada con la filosofía escolástica (León, 1894) del Pbro. Secundino Briceño que fueron dichos en voz alta el 27 de agosto en la distribución de premios del Seminario donde existe “una clara manifestación de los amplios y profundos conocimientos que su autor posee en materias filosóficas, como porque en ella se hacen palpables muchos de los absurdos y contradicciones que contiene la obra de Spencer que lleva por título Primeros principios”.

“¿Qué filosofía es esa, que pretende tener derecho a reinar en el mundo de las inteligencias? Spencer nos contestará con esta fórmula pomposa: “La filosofía es el saber unificado”. En verdad que esta brevísima definición tal como suena no es nada sospechosa; por el contrario, parece darnos una grandiosa idea de la ciencia filosófica. ¿Habrá pues de ser injustos los calificativos de materialista, panteísta y ateísta, dados a la filosofía spenceriana? ¿Serán otra cosa que una ciega preocupación sugerida por la afición tenaz al escolasticismo?”, increpa su autor.

En general el discurso estudia las fuentes de las verdades filosóficas y las opone a Spencer en el entendido que la Filosofía “es un conocimiento diametralmente opuesto a los que la experiencia nos da asimilando hechos. Es el producto final de la operación que comienza por una simple recopilación de observaciones, que continua por la elaboración de proposiciones universales”.

En el caso de la poesía en las Páginas en prosa y verso escritas por el licenciado Juan Torres Septién (León, 1909) leerá para todos también en ocasión de la distribución de premios del Seminario Conciliar un generoso poema donde, no las Musas sino la Virgen bendita es fuente de inspiración, “a quien gozosa/ rinde su amor, la humanidad entera”. Ella, al poeta su labio aclama y este entona su canto:

“Mirad en torno nuestro: congregados

Los jóvenes están, que conmovidos,

A severos estudios consagrados,

Hoy recogen los lauros merecidos.

Contempladlos gozoso

Su triunfo celebrar, y ante el murmullo

De aplausos mil sinceros y estruendosos,

Yerguen la frente con cristiano orgullo;

Campeones del saber y de la ciencia,

Se disponen a ser, quizás mañana,

Sostén de la virtud y la inocencia;

Los confesores de la fe cristiana;

Los que en lid con el vicio y los errores

Serán, de Cristo en nombre, vencedores.

 

¿Qué estudian? Preguntáis. ¿Por qué se afanan?

¿Qué porvenir esperan en la tierra?

Con su tenaz trabajo, ¿acaso ganan

cuanto rico y preciado el orbe encierra?

¿Aspiran a la gloria

de regir de su pueblo los destinos?

¿Sueñan tener un nombre, que la Historia

guarde con entusiasmo en sus anales?

¿Piensan hollar los plácidos caminos

que llevan de la dicha a los umbrales?

¿Envanecidos juzgan, que su suerte

es luchar y vencer al hombre fuerte?

Tal vez, con el paso del tiempo, el único nombre con el que podemos destacar a aquel grupo de hombres es el de lectores gozosos siempre en combate rudo dispuestos a dar batalla a los lectores impíos, claro, a quienes deberán convencer de la ciencia esplendorosa, luz pura, radiosa del mismo Dios desprendida ―aun cuando imiten el estilo poético de José Rosas Moreno y el de Juan de Dios Peza―.

La parte laica, por llamarle de alguna manera, habla de que, si “leemos distraídos, no entendemos o no tenemos tiempo para fijar las ideas, y entonces, ¡lástima del tiempo perdido! ¡y el tiempo es moneda!”, a decir de Antonio J. Cabrera. El agrimensor también señalará que

“la imprenta que podría abogar por las clases menesterosas, permanece muda: no hay en León un solo periódico y las tres y cuatro tipografías que hay en la ciudad, se ocupan solamente en reimprimir novenas, triduos o vidas de santos, que pregonan por las calles los voceros, llevando un buen cajón surtido en la cabeza: por eso se observa allí tan poco progreso intelectual, pues ya se sabe que una buena parte de nuestra literatura de nuestro siglo de vapor reside en los periódicos; y estos que con más facilidad están al alcance de la multitud, son el vehículo de la instrucción de las clases pobres”.

Pero “los trozos de literatura redactados en buen castellano, con sencillez y amenidad”, tardarán mucho en llegar a todos los ciudadanos leoneses, es decir, cuando estos sean alfabetizados bajo el amparo de la educación laica vertido en el Artículo 3º. de la Constitución de 1917. Claro, en el siglo XIX en León, “donde el clero trabaja tanto por la propaganda religiosa, el periodismo debería trabajar por la propaganda científica: no se opone a la ciencia, a la religión, sino que mas bien demuestra sus verdades”; seguirán con su enfrentamiento los conservadores contra los liberales.

Ya sabemos que, si son dueños del púlpito, el periodismo lo es de la tribuna.

La ciudad ideal que proponen desde León 450: Ciudad viva de Alejandra Gutiérrez Campos et. al. está vinculada al principio ideal del orden y la permanencia, no el progreso indefinido. Es decir, el Bienestar de todos los habitantes y visitantes de la ciudad. Esto por la especulación sobre la cultura que prodigan, ya que las facciones políticas que se disputan el poder ―crean desde siempre un espíritu de fanatismo (O. Wilde dixit)― no dejan de perturbar.