Darwin y el contemplativo cantor de Solentiname

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 19 de abril de 2021.-Si «la vista de un salvaje desnudo en su tierra natal es algo que no se puede olvidar nunca» como apunta Charles Robert Darwin (1809-1882) en su Autobiografía, algo similar ocurrió en Phillip E. Johnson al leer El origen de las especies (1859) que lo llevó a revisar la teoría del científico inglés para luego escribir su Proceso a Darwin (Ed. Portavoz [1991 y 1993] 1995, EE UU) donde su “interés ha de radicar en el darwinismo, no en Darwin”.

El profesor Jonhson coloca en balanza de juicio a la «evolución» versus la «creación». Da sus razones y aumenta las complejidades del naturalismo científico, mismas que resquebraja con tres postulados: a) qué conceptos emplea la teoría contemporánea, b) qué declaraciones significativas hace acerca del mundo natural, y c) qué puntos puede haber de controversia legítima.

En su libro señala la faceta religiosa del darwinismo y de paso indaga en el ateísmo, según él, favorecido por “Richard Dawkins, un zoólogo de Oxford, y una de las figuras más influyentes en la ciencia evolucionista” y que aplaude la posibilidad de ser un ateo intelectualmente satisfecho —como fue Darwin— asiduo lector de la poesía de Wordsworth y Coleridge y de El paraíso perdido de Milton.

Cuando leí por vez primera el Cántico cósmico (Editorial Nueva Nicaragua, 1989) de Ernesto Cardenal encontré una interesante exposición en su poesía sobre evolucionismo que solventó mi interés por el trabajo del profesor Jonhson en 1995. El poeta canta sobre darwinismo:

“Básicamente hechos de bacterias.”
Hijos de seres unicelulares que aún hay en cualquier gota de agua.
Cefalópodos, vertebrados, vermiformes,
El de Asís les llamó hermanos antes del Origen de las Especies.
A los creyentes en un autor de la evolución, esto es
en un Creador, nos es curioso verlo equivocándose
creando seres con un callejón sin salida.
¿Un camino evolutivo premeditado? En realidad, no
Pero después rectificando.
Rectificando por ejemplo un error de vejiga natatoria.
Como también reversibilidades de la evolución. Aun
en la sociedad humana. Aun en la revolución.
También fósiles vivientes en las profundidades del mar,
caso de los crosopterigios, o en la Casa Blanca.
Igual democristianos, ala izquierda o derecha,
y los que patas y alas convirtieron otra vez en aletas.
Somos no sólo producto del proceso sino el proceso
y responsable del proceso por ser libres de él.
Se piensa que el chimpancé es ex-humano. Por temor
retrocedió del hombre.
La evolución no es predecible pero sí controlable.

Los enemigos —comemierdas contraevolucionarios que comenta Cardenal—, acomodan, según conveniencia propia, las ganancias del creacionismo y declaran sin tapujos que el darwinismo es una teoría empírica. Y aún más: es una simple teoría como anota Johnson en el libro de marras.

El contemplativo cantor de Solentiname abre posibilidad de diálogo en sus Memorias (Las ínsulas extrañas, 2003 [Tomo II]) cuando apunta sobre el ateísmo y el poder aceptar la teoría de Darwin [siendo cristiano]:

“Otra cosa que [el premier de Belice George] Price quería de mí era que le explicara cómo es que el cristiano podía ser marxista. Le expliqué sencillamente que el ateísmo no era condición indispensable en la teoría marxista. Marx había sido ateo, pero uno podía aceptar su teoría sin tener que serlo, como también Darwin había sido ateo y se podía aceptar su teoría sin serlo.”

Vuelvo al Cántico cósmico. Allí Darwin piensa. Indaga en el naturalismo. Profundiza cuando menciona (a través del poeta) que: “La vida y la conciencia son propiedades de los astros./ Macrocosmo y microcosmo son unidades inseparables./ (…) Existe una unidad en el universo más allá de su uniformidad,/ la unidad de que sin todo no puede existir nada./ (…) No somos vida en el cosmos sino cosmos vivo que se conoce./”

Si el poeta Cardenal tuvo la visión (hoy convertida en certeza por el Nuevo Orden Económico Mundial) de que: “Pasará el Capitalismo. Ya no veréis la Bolsa de Valores./ —Tan seguro como la primavera sigue al invierno…”; por qué no hemos «amar la evolución» según propone.

Sé que Phillip E. Jonhson no toma partido entre la Biblia y la ciencia. Su actitud es respetable y coherente. Pero, ante los avances de la astrofísica (hablo del Big Bounce «el gran rebote», opuesto al Big Bang) y los avances de la biogenética (con posibilidad de crear mejores personas) que seguro influirán en la biología evolucionista, tendremos que reconocer junto con Sthepen Jay Gould que antes de Darwin, creíamos que un Dios benevolente nos había creado.

Cuando recurro a la poesía de Cardenal para indagar convenciones evolucionistas —no voy a ella como quien va al Oráculo, como tampoco lo hago con Origen de las especies—, acudo a la Razón y por ende al Naturalismo científico.

En versos del poeta de Solentiname: “La Razón resultó ser no sólo razón, sino también/ mito, sueño, imaginación./”. Esta prolongación de la Razón, obedece según mi percepción a conservar la humanidad y tomar de lleno “el control de la evolución”, aunque Phillip E. Jonhson ría con entusiasmo —y con muy buena lógica diga— como buen abogado académico profesional es y no como científico, que la teoría darwinista es sólo una simple teoría.