Crónica personal de un poeta leonérrimo

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

La persuasión, esa posibilidad que tanto asusta a los turistas más no a los viajeros, que una ciudad se abra a la poesía de manera espacial y extrema —como signo de diálogo; otros dirán de «lectura y entendimiento»—, deviene por el trazo de un sistema literario, hecho por un poeta, que recupera calles y avenidas que le son afines para su crónica personal y poética.

Aborda, nuestro personaje José Fidel Sandoval Ponce (1899-1970), con creces los caminos de la vida, a la manera de Rubén Darío y, viaja por su tierra natal: León de Anáhuac. Pasea sin prisa, añorando la ciudad que fue: paisaje ilimitado lleno de algarabía y otras veces de incertidumbre.

En su memoria guarda rasgos de la sensibilidad citadina que lo llevan a componer cantos. Allí despliega con todas sus fuerzas su experiencia como caminante y, «tiene el viajero/ un corazón que imita/ shii en flor*/».

Nuestro poeta congrega la composición, la sensibilidad y la memoria para hacer arte.

Baste un botón de muestra para suscitar (arte) con el objeto: “Este es León de Anáhuac, sin historia/ guerrera, más de diáfana nobleza./ Me place recorrerlo a pie, sin prisa,/ añorándole días de extinta gloria./ A esta esquina doblada trayectoria,/ en piafante carroza, la Condesa…/ De un filántropo allá, como que besa/ el venerable nombre mi memoria./ ¡Oh de edificios raros qué derroche!/ (¡Y yo que amé la cantería florida!)/ Los felices, en turno, de la vida/ no pueden saludar, vuelan en coche:/ y mis recuerdos siguen la avenida/ penando, cual luciérnagas sin noche…//”.

Antonio Gamoneda enfatiza que la composición, la sensibilidad y la memoria son fuerzas que intervienen en la experiencia artística. Luego atina al decir: «El objeto que las posee o suscita es el objeto de arte»; y concluye de manera cabal: «el poema es un objeto de arte.»

Para Sandoval Ponce ocurre una convergencia, en el entretanto (que es el aquí y ahora) en su andar por la ciudad. La mira en el tiempo necesario, la expresa con gozo poético y también la ausculta en sus agravios y carencias: “¡Regia con tus fuereños como eres/ y sobria —¿veleidosa?— con tus paisanos!/ Gallardean de hombría tus ciudadanos/ y piedad de monjitas tus mujeres,/ y de viviendas —junios inhumanos!—/ enfriara el tacto ígneo de las manos/ de mi alma, en sus caricias a tus seres./ ¡Tus hogareños Viernes de Dolores,/ tus calles rectas, tus alrededores/ satinados de luces de poesía;/ tus veraneos: Los Gómez, Los Hernández…!/ ¡Qué usanzas lindas de tus fechas grandes/ yo vi emigrar en tu postrer tranvía!/ guerrera, más de diáfana nobleza./ Me place recorrerlo a pie, sin prisa,/ añorándole días de extinta gloria//”.

Después de anunciar sus varios encantos (y las terribles inundaciones que ha sufrido la ciudad, sobre todo en los «junios inhumanos» de 1888, 1905 y 1926…), como se pudo leer versos arriba, la ciudad es vista de manera profética: denuncia sus carencias, pero también sus oprobios. En los tres últimos versos del tercer soneto (de la serie A mi tierra natal) apunta: «Rinde ante ti, el turismo su sombrero/ ¿Algo os mancilla? Lo lavó la aurora/ con la sangre y el dolor del 2 de enero…//».

En el cuarto soneto (de trece versos, algunos los llaman imperfectos) es más claro: “¡Oh Metrópoli —mártir— del Bajío/ Municipio de agua el más sediento./ ¿cuándo, el drenaje? ¿cuándo, el pavimento?,/ ¿y el alumbrado de tu señorío?/ Centro y barrio —fue un barrio tuyo el mío—/ ¡hoy fosos de que Dante haría un comento!/ ¡Oh barrios, que el ayer a de ultratumba y leyenda [de amoríos./ Y mil tributos de estoicismo cubre;/ y a mil festejos tu caudal destinas:/ ¡Qué pólvora en fragor de octubre a octubre!/ ¡Con pepsicola yanqui vitaminas/ tu refrigerio! ¡Uf! Era más salubre/ y fiel la linfa azul de tus piscinas…//”.

Del total de la serie A mi tierra natal (son siete los poemas) escritos en 1948 cabe destacar que su discurso tiene una disposición versal. Lo cual podemos concluir, y Octavio Paz nos auxilia a comprender esto, que «el tiempo del poema no está fuera de la historia sino dentro de ella». Y aún más: «El poema es historia y es aquello que niega la historia en el instante en que la afirma».

Los poemas del padre Sandoval Ponce alcanzan un singular fin cuando se leen: nos convierten en consumados viajeros. El poeta viaja y nos describe su sentir al caminar. El leyente lo acompaña. Ambos encuentran una ruta excepcional para indagar sobre un objeto de contemplación: la ciudad. Y esta responde como un escenario literario (vigente) porque un cantor la ha persuadido para mostrarse como es: un «(…) Adán segundo,/ meta de las fragancias de las flores,/»… el leyente continua su marcha…


*Me refiero a un «árbol escueto, discreto pero elegante», según aparece en el texto «Kyoroku parte a Hikone por el camino de Kiso» de Matsuo Bashõ. Trad. de Aurelio Asiain, revista Paréntesis, No. 14, Oct-Nov. de 2001, p. 7