Una mirada a los Chichimecas desde León

Juancarlos Porras y Manrique, columnista Platino News

Una de la Cartas de Relación (1526) de Hernán Cortés no da cuenta de los habitantes originarios del rumbo que ahora tenemos. Apunta: “Entre la costa del norte y la provincia de Mechuacán hay cierta gente y población que llaman Chichimecas; son gentes muy bárbaras y no de tanta razón como estas provincias…”.

Dicho pronunciamiento se enlaza para estudiar los orígenes de Guanajuato sin [dejar de] referirse a la historia de Michoacán, ya que en esta área podría incluirse, culturalmente, parte de aquella entidad (Wigberto Jiménez Moreno dixit). De allí que no debemos perder de vista o mejor aún, “contemplar las postrimerías del reino tarasco y los comienzos de su colonización y evangelización por los españoles”.

Los anteriores conceptos derivan del texto La colonización y evangelización de Guanajuato en el siglo XVI (León, 1984) del ya citado profesor Jiménez Moreno donde nos da noticia del genérico Chichimecas y que bien sirve para aclarar el amago constante de los “chichimecas” que tuvieron los pueblos originarios, luego los españoles y ahora mismo hacia nosotros con la falsa declaración que por León hubo chichimecas y la bravura de los pueblos luego convertidos en barrios ―el Coecillo y San Miguel sobre todo en la Villa de León― deriva los mismos.

Así pues, resulta que:

“Los vecinos septentrionales de los tarascos eran conocidos para los mexicanos (léase: Mexicas) con el nombre de teochichimecas, es decir, “chichimecas auténticos”. Sahagún aplica el nombre de “chichimecas” a tres grupos de pueblos: primero a los otomíes; luego a los que él llama tamine (igual a “flechadores”), que parecen identificarse con aquellos pames que estaban entremetidos dentro de la zona otomí y que iban siendo lentamente aculturados a un nivel superior; por último, a los teochichimecas, a quienes los españoles llamaron “teules chichimecas”.

La verdadera significación de este vocablo chichimeca es “linaje de perros”, por lo que podría parangonarse con otros nombres tribales como, por ejemplo, el de los cazcanes que quizá equivale a “coyotes” [o de manera más libre: perros de los llanos].

En mi concepto, los teochichimecas de los informantes de fray Bernardino de Sahagún podrían identificarse con aquellos pames que conservaban mejor la vida nomádica, y, así mismo, con los guamares, los cuachichiles  [o guachichiles] y algunos de los pueblos del sur de Zacatecas y de la sierra de Nayarit; pero estoy convencido que, en épocas más antiguas, como, por ejemplo, la del principio del “imperio” Tolteca, aquel nombre se aplicó también, de manera preferente, a pueblos nahuatlanos o nahuatoides. En cambio, los chichimecas de Xólotl eran seguramente pame-otomíes y así lo indica una tradición que recogió el misionero P. Soriano, y lo comprueban varios argumentos por Mendizábal.

En una obra interesantísima, escrita en 1574, y que se titula “Guerra de los Chichimecas”, Gonzalo de las Casas nos dejó una vívida descripción de las costumbres de los pames, guamares ―copuces― y cuachichiles ―mascorros, samues― que vivían en Querétaro y Guanajuato”. A saber: los hostiles nómadas eran muy prácticos en torno a su vida. Expresaron sus acciones y pensamientos a través del drama cotidiano. Una representación basada en la sobrevivencia del día con día. Muy lógica, como todo ser humano: nacer, crecer, reproducirse y morir.

Los chichimecas siempre fueron los otros [seres menores] para los mexicas. A la llegada de los españoles los tradujeron tal cual. Gente bárbara y sin razón. Mentalidad guerrera, transgresora que ofendía al estatus de los demás. Por eso el continuo combate y por ende, el traspaso de la cultura guerrera hasta nuestros días.

La mirada a los Chichimecas de León es hoy por hoy ingenua, con mucha emoción pseudo indigenista sin recalar en la verdadera historia.