Ojalá que el nuevo orden mundial que se está gestando en esta crisis económica y sanitaria, por la pandemia de la COVID-19, sea un orden de humildad, de respeto a la naturaleza, de colaboración y solidaridad entre personas y entre países.
Antes de la contingencia declarada por el nuevo coronavirus que ha pasmado al orbe entero como ninguna otra enfermedad, ni siquiera la gripe española o la influenza H1N1, había un proceso de desglobalización con la caída (que no la muerte) del neoliberalismo.
Los bloques comerciales y económicos se empezaron a romper, por distintas causas, la UE se convirtió en desunión europea; el TLC se fue abajo por la decisión de Trump; la unión centro y sudamericana ya no fue el sueño bolivariano; Rusia y China entraron en un proteccionismo que pronto fue imitado por otras regiones como la árabe, en la defensa del petróleo.
La denominada gripe española de 1918 que, según los registros históricos moderados, causó 50 millones de muertes en el mundo, no tuvo un impacto en la economía mundial como el que estamos presenciando y como el que estamos previendo por la COVID-19, de acuerdo a datos del Banco Mundial.
Esta nueva cepa de coronavirus aceleró la desglobalización y encaminó a todos los países a un proteccionismo exacerbado ante el temor de la importación de contagios. Pero este virus invisible migrante, que gracias a Dios es más pesado que otros, aceleró el cierre de fronteras en la navegación terrestre, aérea y marítima.
El macroproteccionismo se copió y generó un microproteccionismo inaudito con filtros y retenes entre estados e incluso entre municipios en México.
El nuevo orden mundial no debe de responder solo a los intereses económicos de las naciones, de las potencias económicas; esta nueva realidad deberá ser resultado de esa reflexión que hacen los ciudadanos desde su confinamiento, de filósofos, de sociólogos, de juristas, de politólogos y por supuesto de economistas, que esperamos un mundo de respeto a los ecosistemas y por ende a la sociedad humana.
El crecimiento espiritual y moral de la humanidad que se requiere, se ha visto en un ideal con imágenes de los cielos limpios, de mares y playas saneadas, sin contaminación, de animales que han vuelto a ocupar los espacios que otrora les pertenecieron, de especies diversas, incluso salvajes, en las ciudades desiertas de personas.
Todo es posible, se debe de combinar el interés económico con el respeto por el planeta, pero todo se debe de realizar, bajo un orden legal, un orden jurídico tanto internacional como en cada país.
El nuevo orden jurídico debe tener como fundamento los acuerdos y tratados internacionales de respeto al medio ambiente, porque es irracional el que destruye su fuente de riqueza y se queda sin nada.
Irracional y egoísta es el que acaba y socaba el medio ambiente sin pensar en las actuales generaciones y las generaciones futuras. El ecocidio es lo insostenible e insustentable.
Además, el nuevo orden mundial se debe fundar en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en las leyes realmente justas que respetan las garantías individuales y, en el caso de nuestro país, en el respeto irrestricto de las garantías constitucionales.