Un mensaje para todas

Claudia Sheinbaum camina a media tarde en una calle principal de la Ciudad de México, un hombre se le aproxima por la espalda y la toca, las manos del agresor se dirigen a los senos, con su cuerpo, le acecha. En ese momento, ella reacciona desconcertada. Sabe que es la presidenta y parece nunca olvidarlo; no grita, no llora, no exclama improperio alguno, pero la reacción de su rostro revela muchas de sus emociones. En ese momento, ella se aleja y alguien se acerca a apoyarla. La violencia contra ella se ha consumado para entonces.

A los minutos, el video y las imágenes se hicieron virales, y con ello, se reflejó el país que somos. Entre comentarios como “me divierte” y “me sorprende”, se muestra el machismo y la misoginia que siguen siendo valores predominantes en nuestra sociedad. No es una afirmación arbitraria, ya que estamos rodeadas de elementos que lo confirman. La teoría de la conspiración y la culpa se hizo presente: “ella miente”, “ella lo provocó”, “ella lo planeó”. Lo ocurrido se utiliza para victimizarla y beneficiarla. Una agresión sexual que la colocó en las narrativas que vivimos las mujeres en el día a día. No importa que sea la presidenta; no le creyeron, al igual que no le creen a Lucía, que es estudiante universitaria, ni a Mariana, que es oficinista, ni a Paty, que es ama de casa. A ninguna nos creen, no importa el rol que desempeñemos, somos mujeres. Lo ocurrido a la presidenta la coloca en el mismo grupo que nosotras, las mujeres que vivimos violencia y somos culpadas por ella.

La agresión contra la presidenta fue un hecho notoriamente público, con testigos. Luego, millones de espectadores vimos la grabación, que no deja lugar a dudas de que no hubo consentimiento y que se trató de un acto coercitivo. Sin embargo, nada es suficiente. No le creen, dicen que no pasó o que no es para tanto. Más del 90% de los casos de agresiones contra las mujeres y sus cuerpos en vía pública carecen de testigos y grabaciones, y aun así no les creen, no nos creen.

El tema no es si la denunciante puede acreditar lo ocurrido, sino que a las mujeres no se les cree. Las voces de los agresores tienen mayor resonancia, ya que cuentan con el apoyo de una sociedad que encuentra divertido lo ocurrido. La inoperancia de las instituciones que deben garantizar la justicia legitima a una sociedad que duda siempre de las mujeres.

A las mujeres se les exige probar la violencia que han vivido, cargando con la responsabilidad de demostrar su sufrimiento. En cambio, a los agresores se les otorga el beneficio de la duda. Se cuestiona su intención: “¿Y si no lo hizo con ese objetivo?”, “¿Y si ella lo provocó?”, “¿Y si ella está exagerando?”. Claudia, la presidenta, se sumó a las estadísticas de violencia que diariamente afectan a las mujeres en espacios públicos, y con ello, también al estigma de ser una mujer que “lo provocó”.

El agresor está detenido y la presidenta ha anunciado su intención de denunciar y agotar el proceso legal, esta acción la coloca nuevamente en el terreno de la descalificación y el escarnio. En las redes sociales, muchos argumentan que ella debería soportar lo ocurrido, que un proceso legal es exagerado, que “como presidenta debería tener seguridad”, que el agresor estaba borracho y no tuvo mala intención, que es un montaje político o una estrategia.

En este país, salvo Claudia y algunas otras, una minoría, transitan las calles con seguridad personal; el resto lo hacemos desde la individualidad y los miedos que debemos hacer aliados para transitar la vida. El meollo para problematizar no es si se debió accionar la seguridad de la presidenta, ese es otro gran debate que amerita otros recursos de análisis. El eje de reflexión de lo que todas y todos vimos debería ser la constatación de que los espacios públicos siguen siendo inseguros para todas.

No importa la hora, el lugar, la presencia de otras y otros, ni siquiera la investidura: nuestros cuerpos nos ponen en riesgo frente a una sociedad complaciente que, con el “me divierte”, sigue construyendo, legitimando y replicando prácticas violentas y misóginas contra las mujeres. Es hora de ampliar el debate sobre lo ocurrido para dimensionar que las agresiones que asumimos como la dirigida a ella, en realidad son la reafirmación de un mensaje para todas. Debemos cuestionar las normas establecidas y dimensionar que la violencia es un fenómeno que afecta a la colectividad, no solo a las víctimas individuales. Lo personal es político y lo privado tiene repercusiones públicas.

El ataque a Claudia, la presidenta, es un mensaje para todas. Rita Segato, antropóloga feminista y estudiosa de las estructuras que perpetúan la violencia contra las mujeres, ha identificado con radicalidad el punto de partida: desnaturalizar lo violento debe ser nuestro objetivo principal. No se trata solo de que sea la presidenta.

La violencia es una expresión de poder, dominación y apropiación sobre ellas, sobre nosotras. ¿Por qué debería indignarnos lo ocurrido a Claudia Sheinbaum? Porque es una mujer que ha sido agredida, porque la agredieron como se violenta a las mujeres, en su cuerpo y en su espacio.

Para aquellas voces que con reduccionismo intelectual especulan que esto no hubiera ocurrido a un hombre presidente, la respuesta es, en efecto: a él no le hubieran intentado tocar su cuerpo. Los cuerpos de los hombres no son objeto de consumo y validación. La cosificación es para los cuerpos de las mujeres.

La agresión a Claudia, la presidenta, es un mensaje para todas. Rita Segato, antropóloga feminista y estudiosa de las estructuras que perpetúan la violencia contra las mujeres, ha identificado con radicalidad el punto de partida: desnaturalizar lo violento debe ser nuestro objetivo principal. No se trata solo de que sea la presidenta. La violencia es una expresión de poder, dominación y apropiación sobre ellas, sobre nosotras.

¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo cuando la violencia contra las mujeres se minimiza y se duda de su autenticidad? ¿Una donde la credibilidad de las mujeres es cuestionada por defecto y la misoginia se disfraza de ‘duda razonable’?