Un cronista llamado Rodolfo Herrera Pérez

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

Por la cuadra del Aparecido, no hay mejor nombre para dar cuenta de la reedición del libro que nos congrega, seguro caminó aquella mujer que fue malmirada por el celoso marido que, luego de su artero ataque a pocas calles de nuestro sitio, ella se convirtió en piedra para confundirlo pero más para anularlo y con ello dio paso a la leyenda de «la Piedra parada» que tuvo a bien consignar don Vicente González del Castillo en conocido volumen que se puede consultar en la Textoteca del Archivo Histórico Municipal de León, AHML.

Como también por el rumbo resuenan las ruedas del carruaje de la Condesa de Jalpa quien, de vez en cuando, sale por las noches a disipar el insomnio que le aqueja. Esto lo sé por el doctor Mariano González-Leal. Por cierto, yo veo a la condesa a la luz literaria, vaya contrasentido, del “Nocturno” de Rubén Darío: “Silencio de la noche, doloroso silencio / nocturno… ¿Por qué el alma tiembla de tal manera?”. Y seguro la señora se pregunta: ¿a qué hora vendrá el alba? En lo particular no sé la respuesta pues el tiempo determina sí un instante: mismo instante que acabará con el mundo.

Estas historias que ahora mismo escribo y hablo, no hago más aludir a nuestros cronistas mayores, quienes, a través de la memoria y crónica leonesa nos colman de figuras, de hechos y sucedidos, así como eternizados surtidores de tradiciones. Es el caso del arquitecto Rodolfo Herrera Pérez quien consigna con gran tino los vaivenes de una ciudad como León de los Aldama, otrora villa de León y tiempo atrás, Estancia de Señora, y más atrás reina descalza donde los pueblos originarios abrían su corazón con el consabido préstamo de las palabras.

Pues rumbo a la región del misterio, adonde todos bajaremos algún día, en la tupida oscuridad habremos de llegar luego al umbral que nos espera. Pero antes tendremos que reconocer nuestro rostro. Y que mejor manera de hacerlo con Las expresiones de la muerte en León donde un avezado cronista, espíritu en vela, tenaz narrador, nos lleva entre, el salvaje y dulce avatar de la historia que, en verdad es un examen de conciencia abierto y público.

De súbito lo señalo porque los ocho capítulos que lo forman nos dan cuenta de una seria y bien configurada colección de “ritos y formas de tratar a los muertos” entre los que destaca la gastronomía popular que no está en la mesa de algunos, pero sí en la mayoría del pueblo leonés que día con día hace camino al andar. Sobre todo, los 804 mil ciudadanos que nos desplazamos en la prefiguración de la caja feliz que nos tocará a todos en su momento. Al fin y al cabo, seremos calaveras del montón.

Me quiero detener entonces en el Capítulo 7. Entre calaveras te veas porque me parece muy valiosa la consigna que hace nuestro cronista en torno a la manera jocosa e inteligente que tenemos por estos lares para, desde la versería, como bien hicieron los juglares en su momento y en otras latitudes, expresarnos la sombra del cuerpo por llamarle de alguna manera a nuestro esqueleto. Que va aparejado con el trazo magnífico de los dibujantes como don Lupe Posada que hace unos días caminó con doña Jesusita en la tercera caminata “Los herederos de don Lupe” en la calle Velázquez de León No. 430 en la colonia Hidalgo a instancias de la maestra Mary Lara.

Allí los vi bien tomados del brazo con el amparo de los vecinos del rumbo, el taller de danza Yoltzin y apertrechados por la Danza de Indios Broncos de la Santa Cruz del Llanito. Una muestra fehaciente más de las expresiones de la muerte en la ciudad que no fueron tocados, para fortuna nuestra, por aquel rey Midas de la cultura de cuyo nombre no quiero acordarme, pero, Dios lo tenga donde no se regrese.

En el capítulo de marras, permítanme hacer el siguiente paréntesis, aparece, valga el pleonasmo, otro aparecido. Se trata, nos cuenta uno de los máximos especialistas en la obra gráfica de Posada el maestro Agustín Sánchez González, del grabado del funeral del Dr. Francisco Leal director de la Escuela de Instrucción Secundaria de León, muerto el 18 de abril de 1884 donde se ve un autorretrato del propio grabador… No digo más porque ustedes tendrán que sacar conclusiones.

Vuelvo, de manera genérica al enunciado capítulo porque bien merece recalar en las tradicionales calaveras literarias. Unas de 1888 del Panteón político de “La Industria” donde se dice aquello de:

              A todos, y a ninguno

              nuestras ocurrencias tocan,

              y al que le venga el saco

              que se lo ponga.

 

Y luego aludo a las muestras literarias del alto poeta yucateco don Liborio Crespo que bien merece la pena destacar aquellos versos en ocasión del acto inaugural de la cárcel que nos hablan de las dichas muertas:

¡Dichoso yo, que a estos lares

vengo a tributar mi ofrenda

y a dar, de mi amor en prenda,

mis fibras hechas cantares!

Al contemplar tus hogares,

reina del valle, otra vez,

con su prístina embriaguez

mis dichas muertas palpitan,

y hasta las piedras me gritan

recuerdos de mi niñez!

Como en inmensa esmeralda

luce engarzado un diamante,

León se eleva radiante

del valle en que se enguirnalda.

 

Aclaro que el fragmento leído no aparece en el libro de marras, pero nos da el contexto de los versos bien logrados, las “calaveras” que vierte sobre los personajes de la época: las señoritas Rosas Torres, Mercedes, Cuca y Dolores o bien a las hijas de Santiago Manrique: Concha, Virginia y María, Josefa, Victoria y Juana que,

Eran, por su gallardía,

Y su hermosura galana,

La más bella poesía

Y la más gentil mañana.

Es digno destacar de igual forma el cómo a inicios del siglo XX la autoridad civil en León mandaba una circular, a cada taller de imprenta, por lo menos una veintena de la época, “ordenándoles que, si publicaban las llamadas “calaveras” acostumbradas en esos días, debían presentar un ejemplar para que la Jefatura Política diera el fallo si debían o no ser publicadas”. A un siglo y veinte años de distancia ya no sucede así, sino que ahora no hay quien haga calaveras atrevidas. Ya se murió el Profe Federico Esparza o Güiri-Güiri mucho antes. Además, ya muchos pagan para que nos les peguen, dicen. En fin.

Lo cierto es que también los escritores del siglo XXI no hacen poesía como tampoco versos para viejitos, con fondo y forma, sino que nadan de muertito. Eso sí, con su respectiva beca-virgilio de por medio aunado a la publicación de su librito de poesía en prosa que de tan abierta se desparrama en la deshonra de las letras españolas abajeñas. Atrás, muy atrás, quedaron los periódicos como El Obrero o bien el Panteón de “Fray Merengue” que daba cuenta de cómo sacaban al balcón de la ignominia a las connotadas personas de nuestra sociedad.

O que decir del “Osario social” (1937); el Especial de Calaveras de El Heraldo del Bajío (1946) donde se puede leer aquello de:

Cuando un par de Calzado

quieras tu comprar

porque traes las uñas fuera

te endrogarás por doquiera

por pedir dinero prestado.

Todos lo que al Mercado Negro

dedican su esfuerzo y atención

morirán sin salvación

e irán a parar al Averno.

 

A los mártires de León.

                [fragmento]

 

La muestra de calaveras literarias pasa por El Sol de León (1952) y por otros verdaderos hacedores: Felipe Méndez (1959); el club Sembradores de Amistad a través del boletín El Sembrador o bien el Club Rotario de León (1963) que publicó su Panteón Rotario:

Cualquier rotario se muere

hasta de un simple catarro,

o bien, si así lo prefiere

una “mangana” del “Charro”,

pero la pura verdad,

la verdad sin cortapisa,

es que ya a la eternidad

todos nos fuimos de prisa.

[fragmento]

 

Lo mismo aparece el Panteón de “Oasis” (1965) fundado, el grupo de Afición a las Bellas Artes por el padre José “Fidel” Sandoval Ponce académico de la Lengua española correspondiente donde se mofa de la Sociedad Artística y literaria “La Trapa” de igual manera de la Corresponsalía León del Seminario de Cultura Mexicana. Veamos:

Aquí reposan los restos

de algunos monjes cartujos,

que entre pujos y repujos,

agotaron sus arrestos;

aquí también, en denuestos

y maldiciones a diario,

repasan su itinerario

los que en honda sepultura

dejaron de la Cultura

escombros de un Seminario.

[fragmento]

 

Así el florilegio de poesía que fue bien llevado a la narrativa por parte de don Timoteo Lozano en su estampa Dos de noviembre: “(…) Hubo salva de bombazos, / y repicar de costillas, / y crujidos de espinazos, / y redobles de canillas…”, se logra.

No hay que dejar de mencionar a la multiplicidad de escuelas que se atreven a promover la hechura de calaveras literarias. Las hay muchas, pero no son suficientes. Yo anhelo que pronto tengamos, como hacen los japoneses con el haikú, verdaderos portentos de la poesía popular entre los niños, jóvenes, adultos y viejos como hizo don Francisco Cosme Pérez Gómez Z’L con sus calaveras del café desde el barrio del Coecillo para León en el Centro Histórico.

Algunas poesías, que no calaveras, yo he leído en náhuatl y zapoteco como parte del Ensamble de “Julio Energía Proyecta” que van ligadas al rostro, corazón e hígado, por no decir alma, que son parte de la cosmogonía de nuestros ancestros, algunos, que saben de la Región del misterio como ahora nuestro querido y admirado Julio y Paco Pinedo del grupo Fohat de paso también.

Entonces, nos encontramos con un libro que bien merece leerse por los muchos ámbitos que nos da. Más por la solvente expresión de las cosas en forma tenaz, limpia y estremecida donde la voz y la palabra del investigador y cronista Rodolfo Herrera Pérez se escucha encadenada, maravillosa, humana. Se nota la hechura del trabajo porque no naufraga. No es cortante ni quimérica. No está fuera del tiempo. Al contrario, es luminosa ante la opaca crónica que se hace hoy día. Una verdadera pesadilla.

Para dicha opacidad tenemos la luz de nuestros valedores que saben contar bien historias. Aquí los tenemos: Rodolfo, Gerardo y José Luis, uno expresa, el otro cuenta y el último narra. Por eso, ellos saben bien que solo viven los sueños como bien apunta el poema de Camilo José Cela, “Solo viven los sueños”:

Solo viven los sueños.

Nosotros somos muertos.

Somos sueños soñados.

             

A sentir tu mirar de tibia carne de niño

pisando la dudosa luz del día

vengo desde el principio.

             

Convenceremos.

Solo viven los sueños.