Abundan los ejemplos de nuestra sociedad, que nos ha hecho tan competitivos: sé el mejor; esfuérzate al 110%; llega a lo más alto; serás el más capacitado. Y cuando hablo de nuestra sociedad pienso en toda esta aldea global llamada tierra.
Hace años, Japón escaló los más altos estándares de perfección industrial y hasta la fecha es un ejemplo que se pone en las empresas y en las escuelas, pero paralelamente a eso, logró también el nada honroso primer lugar en suicidios en adolescentes. El año 2020, sus ciudadanos, se sintieron solos y se suicidaron más de 20mil.
Se ha interiorizado a tal nivel el ganar, el ser el mejor, el llegar primero, que las reglas de la competencia se han trastocado y se pretende llegar a la cima sin importar a quien se pise, a quien se haga daño, a quien se descarrile, pero, sobre todo, sin importar que esa llegada a las alturas no traiga la felicidad.
Los miles de japoneses adolescentes que se siguen suicidando, no son menos felices que los que vienen en las “alturas” pero solos, aislados, carcomidos por sus efímeros triunfos, por sus pasajeras conquistas, pues cada día hay más y más exigencia y muevas cumbres, nuevas metas, nuevos proyectos en pro de la excelencia.
No hay mucha diferencia entre el que se suicida y el que tiene la ideación suicida, el que tiene conductas suicidas, el que se autodestruye, el que se corta, el que se quema, el que se embriaga, el que se droga. Uno lleva sus ideas al acto, el otro lo hace lentamente.
Cuando la gente es feliz repite su felicidad, cuando la gente se siente insatisfecha, infeliz, frustrada, huye de su realidad; en ocasiones suicidándose, en ocasiones con conductas autodestructivas, en ocasiones aislándose, no solo de los demás, sino de sí mismo, y esto es lo más triste, pero, sobre todo, lo más amargo y riesgoso.
Cierto que hay que mejorar, pero no con los parámetros impuestos por esta sociedad de los excesos, de temer siempre lo mejor de lo mejor, como si a “la panza del rico le cupiera más que a la panza del pobre”, ambas se llenan casi con lo mismo.
La diferencia, es el nivel en que se disfruta de platos iguales, de paseos iguales, de compañías iguales. Hay que atreverse a disfrutar cada instante de la vida, ahí está la gran diferencia.