Sumas y Restas

“Soy todo lo que ya he perdido. Mas todo es inasible como el viento y el río, como las flores de oro en los veranos que mueren en las manos.” Silvina Ocampo 
“Lo que es difícil, hazlo posible. Lo que es breve, hazlo intenso. Lo que vale, haz que sea inolvidable.”  Antonio Curnetta
“Uno de los peores males de este tiempo es que nos hemos acostumbrado a aceptar la vileza. Y muchos de nosotros, incluso, la admiran y la celebran.” Alberto Chimal
“¿Qué es lo que te ayuda a vivir en los momentos de desconsuelo y horror? La necesidad de ganar o amasar tu pan, el sueño, el amor, la ropa limpia que te pones, un viejo libro que relees, la sonrisa de la negra o del sastre polaco de la esquina, el olor de los arándanos y el recuerdo del Partenón. Todo lo que era bueno en las horas de deleite sigue siendo exquisito en las horas de desamparo.” Marguerite Yourcenar
“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor.” Rosa Montero
“Ella por las noches leía y él por las noches se iba. Así, mi madre me enseñó los libros, mi padre, a escapar. Los dos a su manera, a vivir sola.” Magalí Etchebarne
“He estado pensando acerca del pasado, y tratando imparcialmente de juzgar lo bueno y lo malo en lo que a mí concierne. Y he llegado a la conclusión de que hice bien, pese a lo que sufrí por ello.” Jane Austen
“Saldré de esta oscuridad donde tengo miedo, oscuridad y éxtasis. Soy el corazón de las tinieblas.” Clarice Lispector
“Hace tiempo que la felicidad no me viene del exterior, me la tengo que inventar dentro como si fuera un poema.” Gloria Fuertes
“Que la maldad de otro no te estorbe, ni su opinión, ni sus palabras.” Marco Aurelio
“Y me doy cuenta de que no importa dónde esté, ya sea en una pequeña habitación llena de pensamientos o en este universo sin fin de estrellas y montañas, todo está en mi mente.” Jack Kerouac
“Soledad era independencia, yo me la había deseado y la había conseguido al cabo de largos años. Era fría, es cierto, pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo espacio frío en que se mueven las estrellas”. Herman Hesse
“Si lees y te dejas llevar por la magia, podrás vivir sin dolor, con esperanza, pase lo que pase.” Charles Bukowski
“El problema no es repetir el ayer como fórmula para salvarse. El problema no es jugar a darse. El problema no es de ocasión. El problema, señor, sigue siendo sembrar amor” Silvio Rodríguez
“Existen dos causas que generan todas las confusiones: No decir lo que pensamos y no hacer lo que decimos. Cuando decimos lo que pensamos y hacemos lo que decimos, nos volvemos dignos de confianza”. Ángeles Arrien
“Te extraño, pero no te quiero de regreso; sólo quiero que lo sepas, para que tengas en cuenta que te pienso, sin necesitarte a mi lado.” Eduardo Galeano
“La vida está hecha de días que no significan nada y de momentos que significan todo.” Cristina Peri Rossi

Estamos en las últimas semanas del año. El ocaso de una vuelta al mundo, aun en la forma arbitraria en que llevamos la cuenta de la historia del tiempo, se acompaña del aprendizaje astronómico de los solsticios y equinoccios, que marcan las cuatro estaciones del año y que, el 21 de diciembre, dan paso al invierno.

Hemos convertido el cierre del año en el escenario de unas fiestas que mezclan ritos y tradiciones, traducidos en luces de colores, representaciones de diverso orden y en la apropiación singular de renos, osos polares y pingüinos. A ello se suman relatos de Occidente que, en un sincretismo mercadológico, integran la Navidad cristiana con las narraciones nórdicas de San Nicolás, junto con las formas propias de cada nación: posadas, piñatas, esferas, nacimientos, luces intermitentes, arbolitos decorados, muñecos y copos de nieve, además de toda la gastronomía que se convoca en torno a la Navidad y su correlato inmediato: el Año Nuevo.

Seguramente estas fiestas forman parte de ese capital social y cultural que toca lo más profundo y sensible de lo humano. Pero también es cierto que la lógica del mercado de consumo traduce con gran facilidad estos motivos y sentimientos en prácticas comerciales, en alegorías de una felicidad deseada que no trata por igual a todos y todas. Así, deja marcadas diferencias en las maneras en que la Navidad, el fin de año y la entrada de un nuevo ciclo se expresan, disfrutan, viven y celebran de las formas más diversas, bajo el tamiz de lo que nos separa estructuralmente y que va más allá de las buenas intenciones que pudiéramos desear para las personas que queremos y amamos.

Las ciudades se visten con la parafernalia de una época que invita, antes que nada, al consumo. Los colores, las escarchas artificiales de brillo reflejante, las luces y motivos navideños cubren y tapizan el mobiliario y el equipamiento urbano, aunque solo en algunas zonas: especialmente en avenidas principales, ciertas plazas y unos pocos espacios públicos. Una decoración urbana que expresa la desigualdad existente entre colonias y sectores. ¿Quiénes pueden disfrutar del arreglo navideño de la ciudad en la noche? Los niños, las niñas y sus familias de los llamados “polígonos de desarrollo”, eufemismo para no hablar de pobreza. ¿Cuánto le cuesta a una familia visitar el centro de la ciudad en estas fechas, si pensamos únicamente en el transporte público y el tiempo necesario para llegar y regresar con seguridad a sus hogares?

La revisión que, casi como mandato social, hacemos del año que termina es un recuento de lo vivido, con toda la carga interpretativa que implica nuestra subjetividad y nuestra propia historia.

Vamos construyendo una narrativa que busca dar sentido, con explicaciones incluidas de los sucesos y hechos que solo adquieren la relevancia que nosotros mismos les asignamos en estos doce meses. Así, en una cosmovisión de sumas y restas, vemos lo que nos aportó alegría, felicidad, amor, seguridad, éxito, dinero y, de alguna manera, si logramos cumplir algunas de las promesas, deseos y propósitos fijados a finales del año anterior.

Por otra parte, sabiendo que en mucho somos fatalistas y dados al drama, y queriendo encontrar motivos y justificaciones con una buena dosis de inconformidad legítima —porque la vida es por demás injusta y absurda, y nosotros mismos somos contradictorios y, la mayoría de las veces, egoístas—, vemos los fracasos, errores, desaciertos, equivocaciones y desfiguros como eventos que restan a la propia vida. Una dicotomía de sumar y restar que no explica todo lo vivido, los matices y gradientes que la existencia tiene, pero que esta cultura occidental de polos y extremos nos dificulta valorar en su justa dimensión.

Este año 2025 ha sido de una complejidad creciente, no porque otros años no lo hayan sido, sino porque los escenarios que se han presentado muestran tendencias y dinámicas sociales, económicas y tecnológicas con horizontes inéditos. Al mismo tiempo, hemos visto retrocesos políticos y un reacomodo de los valores humanos, con una serie de agravios a la condición humana y a los principios que habían venido moldeando y dando sustento a las decisiones políticas. Todo ello ha puesto en marcha una agenda social, económica y, sobre todo, política que reconfigura la geopolítica y pone en tensión y riesgo la relativa paz que se había mantenido en las últimas décadas.

Es tiempo de reflexión. Una reflexión personal, sí, pero que no puede agotarse en lo privado. Las preocupaciones individuales tienen una dimensión social y una implicación colectiva. La Agenda 2030 de Naciones Unidas plantea una urgencia que no admite espera, no acepta excusas ni tolera dudas, si es que deseamos que haya viabilidad y oportunidad para la humanidad. Los escenarios más catastróficos advierten que el holocausto ya está cerca, que comenzó con la modernidad, avanzó con pasos agigantados en la era industrial y nos ha conducido a esta época de la información y de la acumulación desmedida de la riqueza. Hoy, poco más de 60 mil personas concentran el 75% de la riqueza mundial, mientras la población del planeta, estimada en más de ocho mil millones de seres humanos, se asoma al abismo de la inexistencia con una alta probabilidad de colapso.

Pensar la vida, sentir la vida, es una tarea urgente. Pero es pensar y vivir con otros, con los demás, en una utopía que necesita ser integrada y construida desde el bien común. Comprender que la vida animal y vegetal es parte de la vida misma y tiene la misma importancia que la nuestra, si entendemos la codependencia que nos permite existir. El mundo no es un basurero, ni podemos convertir la Tierra en un gran cementerio, aunque lo hemos estado cavando sin demora. Los muertos no solo los ponemos nosotros mismos, sino que hemos llegado a un punto en que la muerte parece no importar. Una posibilidad, como señaló Mainländer, es asumir que: “Quien no le teme a la muerte, se precipita en una casa envuelta en llamas; quien no le teme a la muerte, sale sin vacilar en medio de un diluvio; quien no le teme a la muerte, irrumpe en una tupida lluvia de balas; quien no le teme a la muerte, emprende desarmado la lucha contra miles de titanes alzados. Con una palabra: quien no le teme a la muerte es el único que puede hacer algo por los otros, sangrar por los otros, y recibe al mismo tiempo la felicidad única, el único bien deseable en este mundo: la verdadera paz del corazón.”

Ojalá podamos comprender pronto lo que escribió B. Pasternak: “Uno no puede, sin consecuencias, mostrarse cada día diferente de lo que siente: sacrificándose por lo que no ama, regocijándose en lo que nos hace infelices. El sistema nervioso no es un sonido vacío o una invención. Nuestra alma ocupa un lugar en el espacio y está dentro de nosotros como los dientes en la boca. No puedes violarla interminablemente con impunidad.”

Por ahora me ciño a la enseña de Séneca: “Aunque el miedo tenga más argumentos, elige siempre la esperanza.” Y a lo dicho por Immanuel Kant: “Como el camino terreno está sembrado de espinas, Dios ha dado al hombre tres dones: la sonrisa, el sueño y la esperanza.”

Es fin de año y acepto, como escribió Jorge Luis Borges: “No me duele la soledad: bastante esfuerzo es tolerarse a uno mismo y sus manías.” Pero también el mismo Borges nos invita a tomar conciencia de que: “Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.”

Nosotros somos lo que los demás ven en nosotros, y el reto es reconocer quiénes vamos siendo a través de todas las miradas que conforman nuestra identidad, personalidad y carácter, junto con la suma de nuestras decisiones. El reto es hacer para vivir. Por ahora, doy gracias a todas las personas “por todo aquello que vi en sus ojos de mí”, porque me hacen mejor persona y ayudan a restar algo del dolor y sufrimiento inherente al hecho de ser, en compañía de los demás, la persona imperfecta que voy siendo.