Un creciente problema que padece buena parte de la planta manufacturera mexicana es la inundación de toda clase de bienes originarios de China, desde insumos, bienes intermedios hasta los terminados. En las ciudades proliferan los mercados y tiendas especializadas en productos chinos. Y en ese sentido, cada vez es más frecuente escuchar de fabricantes mexicanos que son desplazados por algún proveedor chino, que puede ofrecer el producto a un precio más bajo (aunque no siempre con la misma calidad) dado que gozan de apoyos y un ambiente de negocios que les permite un costo país mucho más bajo que el nuestro.
Cuestiones como los costos de los energéticos, la seguridad pública y jurídica, el acceso al financiamiento con tasas de interés competitivas, regulaciones laborales y ambientales, estímulos fiscales, participación gubernamental en todo tipo de empresas, todos son mucho más competitivos en China. Esto con independencia de los subsidios que el gobierno central chino y sus provincias siguen otorgando de manera disfrazada. De acuerdo con un análisis realizado por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de expertos con sede en Washington, el gobierno chino dirige cientos de miles de millones de dólares en subsidios a empresas nacionales favorecidas cada año, y lo hace a un ritmo mucho mayor, en relación con el tamaño de su economía, que otros países desarrollados y en desarrollo.
En este contexto, me tope con una reseña de dos interesantes libros, escrita por Edward Chancellor, misma que fue publicada en el diario Wall Street Journal. Se trata de “Beijing Rules: How China weponized its Economy to confront the World” (Reglas de Beijing: Cómo China convirtió su economía en un arma para enfrentar al mundo) de Bethany Allen y “Sovereign Funds: How the Communist Party of China Finances its Global Ambitions” (Fondos Soberanos: Cómo el Partido Comunista de China financia sus ambiciones globales) de Zongyuan Zoe Liu. Tras leer esta reseña de ambos libros se reafirma que cuando China abrió su economía y se unió al “orden internacional basado en reglas”, se suponía que se convertiría en un socio confiable en el comercio global, pero no fue así, sigue siendo una nación tramposa y no confiable, con una agenda geopolítica peligrosa.
La reseña de Edward Chancellor comienza mencionando que en vísperas de la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001 (un privilegio que rápidamente transformó a China en el principal exportador del mundo), el presidente estadounidense Bill Clinton afirmó que “al unirse a la OMC, China…está aceptando importar uno de los valores más preciados de la democracia: la libertad económica”. Esta nueva libertad, a su vez, afirmó el presidente, llevaría al pueblo chino a exigir una mayor participación en la forma en que es gobernado. Se suponía que los mercados libres y la democracia eran inseparables. Como ya lo señalé, las cosas eventualmente no resultaron como se esperaba.
El problema es que, habiéndose unido al “orden internacional basado en reglas”, China optó por seguir sus propias reglas: manipular el yuan para impulsar las exportaciones; proporcionar a las empresas nacionales subsidios ocultos; exigir a las empresas occidentales que compartan su tecnología a cambio de acceso al mercado chino; adquirir empresas extranjeras y, a menudo, impedir que los extranjeros controlen empresas chinas en ciertos sectores, como los medios de comunicación y las telecomunicaciones. Es más, los responsables políticos occidentales parecieron durante años decididos a ignorar ese comportamiento, dándole a China una ventaja competitiva a costa de sus propias empresas nacionales.
En el libro “Reglas de Beijing”, Bethany Allen muestra con vívidos detalles cómo China utiliza su creciente peso económico para proteger sus “intereses fundamentales”. Los más sensibles son, como era de esperarse los geopolíticos, entre los que destacan: el controvertido gobierno de Beijing sobre Hong Kong, el Tíbet y la Región Autónoma de Xinjiang (hogar de los uigures), así como sus reclamos territoriales en el Mar de China Meridional y su actitud revanchista hacia Taiwán. En términos más generales, por supuesto, existe el monopolio del poder político por parte del Partido Comunista Chino.
Allen describe la pésima experiencia de países y empresas que se atreven a cruzar las líneas rojas que ha trazado Beijing. Por ejemplo, después de que en 2010 se concediera el Premio Nobel de la Paz, con sede en Oslo, al disidente chino encarcelado Liu Xiaobo, China bloqueó las importaciones de salmón noruego. Un par de años más tarde, se detuvieron las importaciones de plátanos desde Filipinas después de que su armada intentara detener a los barcos pesqueros chinos que operaban en aguas en disputa (conocidas como Scarborough Shoal). En 2019, se advirtió a la aerolínea Cathay Pacific, con sede en Hong Kong, que a los miembros de su personal que apoyaran un “comportamiento demasiado radical” (es decir, el movimiento democrático de Hong Kong) no se les permitiría ingresar al espacio aéreo chino. Un par de años más tarde, Nike y el minorista de ropa H&M se enfrentaron a un boicot en la República Popular después de que ambas empresas expresaran su preocupación por el uso de trabajo forzoso en la producción de algodón de Xinjiang. Tales medidas han tenido un efecto intimidatorio, impidiendo que Apple, la NBA y los estudios de Hollywood, entre otros, hablen sobre los abusos de los derechos humanos en China so pena de quedar excluido de su vasto mercado.
Beijing es extremadamente sensible a las críticas por parte de los miembros de los chinos en el extranjero. Quiere que el mundo, escribe Allen, “acepte su jurisdicción sobre los chinos étnicos que viven fuera de China” y comprenda que “criticar el comportamiento del gobierno chino es siempre una violación de la soberanía china”. En el libro de Allen se dedica un capítulo completo a los impactantes intentos de China por censurar las conversaciones en Zoom y obtener datos de los usuarios. Los objetivos no son sólo los ciudadanos dentro del país sino también a los residentes chinos en el extranjero.
En 2019, a Zoom se le permitió continuar operando en China después de que se comprometió a cumplir con las reglas y regulaciones de Beijing. Según Allen, la plataforma de vídeo concedió a las autoridades de seguridad chinas un acceso especial a sus sistemas. Posteriormente, los datos de más de un millón de “usuarios chinos” se migraron desde servidores en Estados Unidos a servidores en China. Un empleado de Zoom en China, Julien Jin, que actuó como enlace con las fuerzas de seguridad del país, solicitó que sus colegas en Estados Unidos le enviaran los detalles de miles de cuentas conectadas a Xinjiang. (Desde entonces, el FBI presentó cargos contra el Sr. Jin, acusándolo de conspiración para cometer acoso interestatal). En el 31.º aniversario de la masacre de la Plaza de Tiananmen de 1989, Zoom bloqueó las cuentas de un par de exmanifestantes, ambos residentes de Estados Unidos. impidiéndoles así realizar videoconferencias para conmemorar el evento.
La falta de moderación de China en la búsqueda de sus intereses clave es ilimitada. Allen, reportera de Axios, narra cómo el departamento de Trabajo del Frente Unido, una oscura oficina del partido encargada de llegar a miembros que no pertenecen al partido comunista, busca cooptar organizaciones comunitarias chinas en el extranjero para servir a los propósitos de Beijing. Como resultado, afirma, es difícil saber qué organizaciones que tratan sobre asuntos de China son verdaderamente independientes. El gobierno de China también ha intentado corromper la política exterior. La Sra. Allen describe las actividades de una presunta espía china, Christine Fang, que ha sido vinculada a un congresista estadounidense y supuestamente tuvo relaciones sexuales con varios alcaldes estadounidenses. También se sospecha que Beijing intentó influir en dos recientes elecciones generales canadienses. El panorama que dibuja Allen sugiere de hecho que las “reglas” de China buscan socavar las democracias occidentales.
En el libro “Fondos soberanos”, la autora Zongyuan Zoe Liu, miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, aborda un aspecto particular del gobierno económico de China, mostrando cómo emplea sus recursos financieros para promover sus intereses en el extranjero. En particular, China utiliza sus miles de millones de dólares en reservas internacionales de divisas, para capitalizar fondos de inversión extranjera de propiedad estatal. Existe una convención, conocida como Principios de Santiago, que compromete a los fondos soberanos, como los operados por países ricos en petróleo como Arabia Saudita, a brindar transparencia y actuar como buenos ciudadanos globales. La Corporación China de Inversiones, según la Sra. Liu, “aprovechó la oportunidad para demostrar que sus decisiones de inversión no estaban impulsadas por intereses geopolíticos” y firmó los Principios de Santiago. Sin embargo, el compromiso de China con ellos ha sido tenue. En 2008, un préstamo a Costa Rica otorgado por uno de los fondos de inversión extranjera de China estaba supeditado a que la república centroamericana pusiera fin a su reconocimiento diplomático de Taiwán. En cuanto a la transparencia, el director del FBI, Christopher Wray, acusó recientemente a China de “utilizar elaborados juegos de blindaje” para ocultar su influencia en las empresas occidentales.
Durante muchos años, los gobiernos occidentales estaban tan ansiosos de captar capital chino que no consideraron hacia dónde los podría conducir. Ahora son evidentes los errores de haberles dado acceso a los chinos. En 2015, David Cameron, primer ministro británico, abrió la industria de energía nuclear británica a la empresa estatal China General Nuclear. El mismo año, se vendió a una empresa china un contrato de arrendamiento por 99 años sobre el puerto australiano de Darwin. Poco después, una empresa china adquirió una empresa alemana de robótica industrial, Kuka. Cuando se le preguntó sobre la adquisición, Angela Merkel, la canciller alemana, afirmó alegremente que Alemania era un “mercado de inversión abierto para las empresas, incluidas las chinas”.
Los responsables políticos occidentales han tardado dolorosamente en darse cuenta de las nefastas actividades de China en la escena internacional. Felicitaciones al primer ministro australiano Malcolm Turnbull, quien tuvo la valentía de pronunciar un discurso en 2017 en el que afirmó que “nuestro sistema en su conjunto no ha comprendido la naturaleza y magnitud de la amenaza” de China. En ese momento, uno de los mayores donantes políticos de Australia era un promotor inmobiliario chino conocido por tener estrechos vínculos con el Partido Comunista Chino. Al año siguiente, Australia prohibió la entrada de la empresa china de equipos de telecomunicaciones Huawei a su red. Desde entonces, Estados Unidos y muchos de sus aliados han hecho lo mismo.
La pandemia de Covid reveló además que China es un socio internacional poco confiable, ya sea frustrando las investigaciones sobre los orígenes del virus o acaparando equipo de protección personal. La pandemia también reveló cuán dependiente se había vuelto Occidente de los suministros médicos fabricados en China. Desde entonces, se ha hablado de reconfigurar las cadenas de suministro globales y “deslocalizar” la producción hacia socios más confiables. Este proceso será largo y costoso, pero dado el comportamiento tramposo y ventajoso de China, es imperativo.
La reseña de Edward Chancellor concluye mencionando que ni en el libro de las “Reglas de Beijing” ni en el de “Fondos soberanos” se cubre exhaustivamente todas las demás trampas por parte de China. Menciona que Allen no aborda el creciente papel de China en las universidades occidentales, desde académicos visitantes aprobados por el estado hasta colaboraciones de investigación con instituciones chinas. Y la señora Liu no toma en cuenta las actividades de las corporaciones chinas en el extranjero o el papel vital del Banco de Desarrollo de China en el financiamiento de inversiones extranjeras. Aun así, en conjunto, los libros nos dan una comprensión mucho mejor de lo que hay que hacer para frenar a China en el extranjero. La “opción nuclear” consiste en expulsar a China de la Organización Mundial del Comercio. Algo sobre lo que valdría la pena reflexionar.