“Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino.” Gabriela Mistral
“El mar tiene esa capacidad: devuelve todo después de un tiempo, especialmente los recuerdos.” Carlos Ruiz Zafón
“Nos enseñan a contar los segundos, los minutos, las horas, los años… pero nadie nos explica el valor de un momento.” Donato Carrisi
“Para criaturas tan pequeñas como nosotros, la inmensidad solo es soportable a través del amor.” Carl Sagan
“Hay un momento en que todos los obstáculos se derrumban, todos los conflictos se apartan, y a uno se le ocurren cosas que no había soñado.” Gabriel García Márquez
“Yo te seguiré leyendo poemas como hice siempre. Ya se encargará la noche de que te lleguen.” Lig Anele
Cómo encontrar la calma en mundo que no para. Cómo hallar la tranquilidad de espíritu ante las batallas internas que damos todos los días entre lo que deseamos y lo que hacemos, cómo encontrar la claridad de la mente y en ella la calma que se necesita para pensar con criterios y argumentos que den soporte para elegir, para actuar con todas sus consecuencias. Las ideas no paran, los recuerdos son avalanchas que son convocados por las reminiscencias del pasado en tejido por demás complejo, en donde el presente se combina y se lanza a crear escenarios futuros, la imaginación, las expectativas y los deseos se ponen a interactuar en diversos planos de la consciencia, del tiempo y aún en el espacio onírico, entre la vigilia y el estar despiertos la serenidad no llega tan fácilmente como uno quisiera.
La serenidad es la sabiduría de la calma. Pero como se accede a ella, como se encuentran los espacios y los momentos para reconocerla. Tener una mente bien ordenada reclama consciencia de sí y para sí. No se trata de la racionalidad a toda costa y a toda prueba, nada de lo que se conoce esta exento de las condiciones materiales y subjetivas de donde se crea y recrea la experiencia de saber de las cosas, de la vida misma, de lo que se siente al tener la plena percepción y consciencia de lo que es uno, como sujeto individual y como sujeto social.
La serenidad implica conciencia y responsabilidad, pero no es quietud absoulta, no es parálisis, no es inanición, no es renuncia, no es desdén, no es omisión, no es negación, no es muerte. La serenidad es camino para la reflexión -volverse en si mismo- es preguntarse y aguantar la respuesta.
La experiencia de estar frente al mar, viendo el horizonte, dejando que la arena rodee los pies y el oleaje moje nuestras piernas de forma caprichosa es sin duda de los momentos de mayor serenidad y calma que se pueden experimentar. Estar sentados en un bosque oyendo el canto de las aves, el ruido de los arboles y el viento moviendo ramas y hojas, junto con los miles de insectos y animales silvestres que lo habitan, que crean un ruidito único en el bosque; y entonces dejar que la mente y la mirada se pierdan en los tonos de colores y en las formas que tiene la naturaleza es otro de los eventos en donde la calma y tranquilidad que se pueden experimentar y que son por demás asombrosos.
Otras formas de serenidad se encuentran en las expresiones en la prudencia del silencio, de saber escucharse a si mismo y de escuchar a otros con empatía y en sintonía con lo real de contexto de vida, de tener la humildad de conocer y entender la subjetividad de la palabra del otro, de los otros, de los diferentes, de la alteridad como principio para la comunicación, para el diálogo y para el entendimiento humano. El silencio no como castigo, ese que rumia venganza, anida rencores y que es maltrato psicológico, sino el silencio que nos reinicia, que nos invita a estar atentos a lo que el otro dice y hace, las acciones no hablan, pero comunican, el silencio es atención y es refugio para meditar, para pensar desde el sosiego, el reposo y la paz.
El mundo reclama serenidad ante el caos, reclama pensar y dejar que las cosas tomen su real dimensión, el mundo mediático explota el miedo, crea intranquilidad, hace de la especulación su arma para obtener ventajas sobre todo económicas, busca sembrar incertidumbre y desde ahí dominar y tener control social, homogeneidad ideológica, y una visión del mundo que solo necesita creyentes y fanáticos, que no tienen la oportunidad de tener serenidad para comprender la vida con su propio pensamiento.
Transcribo un relato atribuido a Buda, que pone en palabras lo que es la calma, la claridad que se alcanza con ella.
“En un caluroso día de verano, Siddhartha Gautama estaba atravesando un bosque junto a su principal discípulo, Ananda. Sediento, el Buda se dirigió a su acompañante:
-Ananda, hace algo más de una hora cruzamos un arroyo.
Por favor, toma mi cuenco y tráeme un poco de agua. Me siento muy cansado — el Buda había envejecido.
Así lo hizo Ananda.
Deshizo sus pasos, pero cuando llegó al arroyo, acababan de cruzarlo unas carretas tiradas por bueyes que habían removido las hojas muertas y el cieno, enturbiado el agua y convirtiéndolo en un lodazal.
Esta agua ya no se podía beber; estaba demasiado sucia. Así que Ananda regresó junto a su maestro, con el cuenco vacío.
-Tendrás que esperar un poco — dijo Ananda —. Iré por delante. He oído que a sólo cuatro o cinco kilómetros de aquí hay un gran río. Traeré el agua de allí.
Pero Buda insistió:
-Regresa y tráeme el agua de ese arroyo.
Ananda quedó perplejo, no podía entender la insistencia, pero si su maestro lo solicitaba, él, como discípulo, debía obedecer. Así que volvió a tomar el cuenco en sus manos y se dispuso a iniciar el camino de regreso al arroyo.
-Y no regreses si el agua sigue estando sucia — dijo Buda —. No hagas nada, no te metas en el arroyo. Simplemente siéntate en la orilla en silencio y observa. Antes o después el agua volverá a aclararse, y entonces podrás llenar el cuenco.
Molesto, Ananda volvió hasta allí, descubriendo que su maestro tenía razón. Aunque aún seguía algo turbia, el agua estaba visiblemente más clara. De modo que se sentó en la orilla, observando pacientemente el flujo del río.
Poco a poco, el agua se tornó cristalina. Ananda tomó el cuenco y lo llenó de agua, y mientras lo hacía, comprendió que había un mensaje en todo esto.
Ahora podía comprender.
Rebosante de júbilo, Ananda regresó bailando hasta donde estaba Buda, entregándole el cuenco y postrándose a los pies de su maestro para darle las gracias.
-Soy yo quien debería darte las gracias, me has traído el agua — dijo Buda.
-Volví enojado al río — contestó Ananda —, pero sentado en la orilla, he visto como mi mente se aclaraba, al igual que el agua del arroyo. Si hubiera entrado en la corriente, se habría enturbiado de nuevo. Si salto dentro de la mente, genero confusión, empiezan a aparecer problemas. He comprendido que puedo sentarme en la orilla de mi mente, observando todo lo que arrastra: sus hojas muertas, sus dolores, sus heridas, sus deseos… Despreocupado y atento, me sentaré en la orilla y esperaré hasta que se aclare. Por eso, maestro, yo te doy las gracias.”
La tranquilidad se parece más a la felicidad que a cualquier otra experiencia vida. La serenidad es también felicidad, entonces es hacer lo necesario para pensar y sentir, para reconocer y aceptar, para dudar y comprender, para escuchar y entender, todas ellas son díadas que no son dicotómicas, y que nos llevan a la necesidad urgente de practicar la meditación y aprender a discernir, que son formas a nuestro alcance que nos enseñan a pensar con autonomía y criticidad, libertad y compromiso, porque la serenidad es también una oportunidad para reivindicar el ocio, para dar valor al descanso y frenar la velocidad y la vorágine de una vida, personal y social, que se nutre de la impaciencia, de la intolerancia, de la prisa del placer, de la inmediatez y de la satisfacción instantánea del deseo.