“Parecía que todo seguía igual, pero todo estaba empezando a cambiar, aunque yo no me diera cuenta. Era septiembre, cuando el calor aflojó y la luz de los atardeceres empezó a envolver el cielo en una gasa de oro pálido, templado y tierno”. Almudena Grandes
“Vivir no es lo importante, triunfar no es nada. Lo importante es saber mantenerse humano”. George Orwell
“El deseo físico brutal es fácil. Pero el deseo al mismo tiempo que la ternura requiere tiempo. Es preciso atravesar toda la región del amor antes de encontrar la llama del deseo”.
Albert Camus
La lluvia de septiembre me lleva a la remembranza de historias de vida recientes y pasadas, que a veces me hacen confundir mi llanto con el agua que se dispersa desde nubes caprichosas que juegan a las escondidas con el viento y mojan mi rostro.
La vida se va tejiendo de forma por demás caprichosa y si bien los colores toman su lugar desde la imaginación y el deseo de quien escarda seda, algodón o lana, y que a la vez las manos van tomando las hebras que se trenzan y forman hilos con ayuda de la rueca de la voluntad y de la realidad, para luego unir esos hilos de colores con destreza y habilidad para plasmar lo que es nuestro devenir, a la par de todo lo que se nos va presentando al vivir.
Tejemos a modo, como podemos y desde donde estamos insertos y muchas veces absortos, distraídos y ocupados con el poder ir develando lo que sucede a nuestro rededor y con los recursos propios con lo que contamos para interpretar los sucesos, en donde la subjetividad nos obliga pensar y dialogar con otros para intentar “atrapar la realidad”, si es que alguien puede hacer eso solo.
El recordar desde la añoranza y desde la nostalgia es evocar la felicidad y la dicha, es celebrar la vida y placer encontrado y también lo que ya no es. Lo trágico de evocar la bueno de la vida es que causa dolor por lo que no se puede volver a vivir y sentir. La lluvia de septiembre juega a dibujar con gotas cristalinas, grandes, medianas y diminutas, -sobre un lienzo efímero- en los vidrios de las ventanas y en los cristales de los automóviles, esas historias privadas y secretas que toman sentido para cada persona y que en cada trazo con los pinceles traslucidos y mágicos de la lluvia ,nos hace volver a sentir y querer revivir experiencias únicas, significativas y profundas que hemos guardado en corazón. El agua toma la forma del envase de nuestros deseos.
La lluvia de septiembre me lleva pensar en mis nietas, las dos nacieron bajo el cobijo de la lluvia, en meses diferentes, una nació en julio y otra en septiembre. La lluvia hace la sus suyas y el corazón se reblandece al pensar la vida de esos pequeños seres que van descubriendo la vida y con ello el lenguaje, y que van experimentado lo que el mundo contiene. Una de ellas está balbuceando e iniciando a nombrar su realidad. La otra va nombrando lo que experimenta, ayer vio la lluvia en la noche a contraluz de faros de autos y de las lámparas en la calle mientras caminaba con ella con su mano en la mía, sintiendo la lluvia pertinaz sobre nosotros, y afirmando con la alegría de una pequeña de seis años: “Abuelo: puedo mirar la lluvia”.
Estoy seguro, que también en septiembre la lluvia convoca y evoca las historias de amor y deseo. Claro que puede ser en cualquier mes, sin embargo, la lluvia y el noveno mes tiene algo especial desde lo que he leído y de lo que he escuchado, también de lo que uno trae en sí y para sí mismo. Septiembre y la lluvia hacen que encuentre en la poesía de Cristina Peri Rossi las palabras para dibujar con la lluvia algo que es deseado y de lo que se puede sentir para y desde otro.
No quisiera que lloviera
te lo juro
que lloviera en esta ciudad
sin ti
y escuchar los ruidos del agua
al bajar
y pensar que allí donde estás viviendo
sin mí
llueve sobre la misma ciudad.
Quizá tengas el cabello mojado
el teléfono a mano
que no usas
para llamarme
para decirme
esta noche te amo
me inundan los recuerdos de ti
discúlpame,
la literatura me mató
pero te le parecías tanto.
Septiembre y la lluvia nos lleva a la nostalgia y pensar en la vida que tenemos. Tal vez tocado por la lluvia de estos días hago mías las palabras de Javier Jorge, escritor español: “Y entonces vuelvo a pensar que en muchas ocasiones la vida toma por nosotros las decisiones que no somos capaces de tomar, y aunque nos parezcan traumáticas, con la distancia del tiempo, nos damos cuenta de que esos cambios siempre son para bien, que a veces nos quita lo que más queremos para que encontremos nuestro camino, y que hay que confiar en que ella siempre juega a nuestro favor”
Ahora que escribo la lluvia cae y moja sin duda mi corazón y la piel, me veo con muchos vidrios rotos y las historias, las mías se fragmentan. Estoy entre el papel y la lluvia de septiembre, me reconozco en eso que duele y lastima y que, con las palabras, como las que elijo es que encuentro la posibilidad de sanar y que al decirlas -escribirlas- deseo que sean conjuro y bálsamo. Eduardo Galeano escribió:
“Todos tenemos algún vidrio roto
en el alma, que lastima y hace
sangrar, aunque sea un poquito.
Entonces, al escribir, siento que
puedo sacar un poco de esos
vidrios fuera de mí.
Al ponerlos en un papel, ya no me
dañan”.