China sin duda es una nación que ha logrado avances gigantescos en materia de desarrollo económico y social. Desde que el gigante asiático comenzó a abrirse y reformar su economía en 1978, su crecimiento del PIB había promediado más del 9% anual y más de 800 millones de personas han salido de la pobreza. También ha habido mejoras significativas en el acceso a la salud, la educación y otros servicios durante el mismo período. De igual manera, es innegable su avance tecnológico y que efectivamente representa una amenaza para la hegemonía de Estados Unidos.
Pero ahora China enfrenta grandes problemas que hacen pensar a muchos que el sueño terminó, tales como: 1. La crisis en su sector inmobiliario; 2. La pérdida de confianza causada por la represión regulatoria para sus titanes tecnológicos (que ya ha durado dos años); 3. La vulnerabilidad de las cadenas globales de manufactura que ha provocado que muchas empresas globales quieran salirse total o parcialmente de dicha nación; 4. El hecho de que su sector privado enfrenta una deuda excesiva; 5. Los señalamientos de que China es uno de los países más irresponsables en materia ecológica y causantes de gran parte de los problemas del cambio climático; entre otros.
No obstante lo anterior, en esta entrega quiero centrarme en dos grandes problemas que enfrenta China y que se si bien no son sorpresivos, se materializaron y dieron a conocer la semana que recién concluye. En un artículo de German Lopez, publicado el pasado 18 de enero en el diario New York Times, y titulado “Buenos días. El gobierno autoritario de China se ha interpuesto en el camino del crecimiento del país”, se nos narra como es que dicha nación ha estropeado sus perspectivas de alguna vez superar a los EE.UU. en hegemonía económica e influencia global.
Un ascenso vacilante
Durante años, diversos analistas advirtieron que China podría desafiar a EE.UU. como la principal superpotencia mundial. Como el crecimiento de China superó regularmente a las principales economías occidentales, parecía estar en camino para convertirse en la economía más grande del mundo.
Pero incluso las predicciones más optimistas respecto al ascenso de China siempre previeron que su crecimiento eventualmente se desaceleraría. Esa menor tasa de aumento de la producción ha llegado antes de lo esperado, como resultado de las malas decisiones del liderazgo chino, encabezado por su todo poderoso presidente Xi Jinping.
Dos acontecimientos publicados el martes 17 de este mes dejaron en claro que los riesgos para China se siguen acumulando. Los funcionarios chinos anunciaron que la población del país disminuyó en 2022 por primera vez en más de 60 años. También publicaron datos que muestran que la economía del país creció solo un 3% en 2022, muy por debajo del objetivo del gobierno para dicho año de 5.5 por ciento.
Ambos resultados están estrechamente relacionados con las políticas públicas implementadas por China. Los esfuerzos gubernamentales, que duraron décadas, para reducir las tasas de natalidad en todo el país, incluida la política de permitir que la mayoría de las familias tengan un solo hijo (misma que fue eliminada apenas en 2016), aceleraron la disminución de la población. Y la desaceleración económica está en parte ligada a la política de cero covid que China apenas abandonó el mes pasado, lo que sorprendió al país, mismo que no contaba con la preparación para reabrir.
El autor, German Lopez, explica lo que significan ambos acontecimientos para el futuro de China:
Crecimiento sofocado
Los expertos habían anticipado, desde hace mucho tiempo, la disminución de la población de China. Algunos analistas argumentan que el declive en realidad había comenzado desde hace años. De todos modos, la caída está llegando más rápido de lo esperado; las proyecciones anteriores de la ONU eran de que el declive poblacional chino comenzaría hasta la próxima década.
El recuento de la población de China en 2022 es de aproximadamente 1,400 millones, unas 850 mil personas menos que el año anterior, según estadísticas gubernamentales. Este dato destaca ya que no se había producido una disminución de la población china desde 1961, cuando el desastroso “Gran Salto Adelante” de Mao Zedong desencadenó una de las peores hambrunas registradas en la historia.
Y a pesar del impulso del gobierno para alentar a más parejas a tener hijos, la tasa de natalidad de China cayó a su nivel más bajo jamás registrado. La tasa de natalidad en 2022 se situó en 6.8 nacimientos por cada 1,000 habitantes (frente a los 7.5 por cada 1,000 del año anterior).
Ahora es casi seguro que India superará a China para convertirse en el país más poblado del mundo.
En China la población está envejeciendo rápidamente. La edad media en China ya ha superado a la de EE.UU. y podría superar los 50 años en promedio para 2050. Ni siquiera se espera que los países de Europa que envejecen más rápido superen la edad media de 50 sino hasta alrededor del año 2100.
La población en edad laboral de China alcanzó su punto máximo en 2014. Los ancianos ahora representan una quinta parte de sus 1,400 millones de habitantes. Es una tendencia que no será fácil de revertir: se prevé que la cantidad de personas de 65 años o más supere la población en edad laboral de China para el año 2080, según un análisis publicado por el Foro Económico Mundial el año pasado.
Esto es por demás relevante, ya que de acuerdo con Frederic Neumann, economista jefe para Asia de HSBC: “La economía china está entrando en una fase de transición crítica, ya no puede depender de una mano de obra abundante y competitiva en costos para impulsar la industrialización y el crecimiento”. O sea, se les acabó el bono demográfico.
Esto implica que a medida que la oferta de trabajadores comience a reducirse, el crecimiento de la productividad deberá aumentar para sostener el acelerado ritmo de expansión que su economía necesita para continuar con su proceso de desarrollo.
Es verdad que hasta cierto punto, China está siguiendo la trayectoria típica por la que han transitado los países ahora desarrollados: las tasas de natalidad tienden a disminuir y la edad promedio tiende a aumentar. Las tasas de natalidad también han disminuido en general en todo el este de Asia. Pero China aceleró su trayectoria a tal grado que ahora sus tasas de fertilidad son más bajas que las de EE.UU., Europa y Japón.
La disminución de la población es una pésima noticia para el crecimiento económico de China. Una población que envejece genera una fuerza laboral débil, y tiende a utilizar más recursos del gobierno a través de la asistencia por pensiones de jubilación y atención médica, como explicó Paul Krugman en Times Opinion.
La noticia demográfica llega en un momento en que el crecimiento económico se desacelera aun más. Y es que debemos recordar que la tasa de crecimiento de China comenzó a disminuir desde hace poco más de una década.
La política de cero covid implementada por el gobierno desde el surgimiento de la pandemia, empeoró el problema económico al obligar a gran parte del país, incluidos los grandes motores económicos como Shanghái, a cerrar abrupta y repetidamente cada vez que había un brote de la enfermedad. Ahora que se levantó dicha política, el virus se ha estado propagando rápidamente por todo el país, perjudicando nuevamente la economía de China en la medida que los trabajadores enfermos se quedan en casa y otros tantos prefieren no salir.
En ambos casos, las decisiones de los líderes chinos jugaron un papel central, sofocando el potencial de China. Obviamente, esto es posible en cualquier país, pero es un riesgo especialmente grande para China porque su forma autoritaria de gobierno concentra el poder con menos responsabilidad pública y rendición de cuentas. En la era de Xi Jinping, el poder se ha concentrado aún más.
Carl Minzner, investigador principal de estudios de China en el Consejo de Relaciones Exteriores, menciona que mientras que en las décadas de 1980 y 1990 en China se vivieron debates reales sobre muchas políticas estatales, ahora en día los líderes del Partido Comunista de China (PCCh) se ven obligados a simplemente repetir como un loro la línea política de Xi Jinping o quedarse callados para salvar su propio pellejo.
Futuro incierto
Ninguno de estos acontecimientos significa que el ascenso de China esté condenado al fracaso o a terminar abruptamente. Es evidente que la China moderna, como fenómeno, no tiene precedentes, lo que hace que la predicción sobre su futuro sea muy difícil y cualquiera que diga que sabe lo que sucederá, sin dudas está mintiendo.
China es lo suficientemente grande como para seguir desempeñando un papel importante en el escenario mundial, y no se descarta que el tamaño de su economía pueda eventualmente superar al de EE.UU. La gran pregunta es si China se convertirá en una verdadera superpotencia, tan rica e influyente como lo es EE.UU.
Es importante considerar que el PIB per cápita de China es menos de una quinta parte del de los estadounidenses. Esto implica que en promedio, los chinos siguen siendo mucho más pobres que los estadounidenses.
China no sería el primer país en no cumplir las predicciones de que superaría a los EE.UU. En la década de 1980, los políticos y expertos estadounidenses temían que Japón hiciera lo mismo. Japón, en parte debido a una crisis demográfica, obviamente no lo hizo.
Los problemas de China sin duda abren toda clase de posibilidades para las naciones que efectivamente implementen políticas que las pongan en condiciones de competir. México es uno de esos países que se puede ver beneficiado, pero la gran pregunta es si las autoridades gubernamentales de todos los órdenes de gobierno tienen la capacidad de transformar las políticas públicas, y si el sector privado hará lo propio para capitalizar las oportunidades que estarán disponibles en esta ventana de tiempo.