Rumbo al 25N: la impunidad persistente

Iovana Rocha Cano.

En el año 2013 me propuse documentar feminicidios ocurridos en Guanajuato, México. La mayoría de los escritos se basan en los testimonios de las sobrevivientes, la familia y amistades de las mujeres asesinadas al acompañarlas en el proceso de exigencia de acceso a la justicia. Mi propósito era, y es, proponer otra forma de entender y leer la violencia contra las mujeres y niñas desde una escritura feminista, ellas y sus condiciones como el centro de un ejercicio escritural.

El testimonio de vida y de muerte de Judith fue uno de esos primeros textos. En fechas recientes lo he releído y me parece que el tiempo se ha detenido, su testimonio es vigente y pertenece a muchas. En días previos al 25 de noviembre, Día Internacional de la No Violencia contra las Mujeres, recordar caminos recorridos es deber ético feminista.

En Guanajuato, el 25 de noviembre es un llamado a la acción, un recordatorio de que la lucha por la justicia y la igualdad sigue siendo un desafío pendiente. Es hora de hacer un balance honesto: ¿dónde estamos? ¿Qué hemos logrado? ¿Qué nos falta por hacer? La respuesta está en la memoria de las que ya no están, en la voz de las que siguen luchando y en la conciencia de las que queremos un futuro sin violencia.

“Prefiero morir junto a ti, a no verte”

Era el mes de diciembre del año 2006. El día previsto para la boda de la joven Judith con Marco Nazaret, por mutuo acuerdo, al ser una de sus melodías favoritas, la canción elegida como vals, su primer baile en calidad de esposos a partir de la tradición, fue “Credo”. Esta melodía la hizo popular el grupo K-Paz de la Sierra, del Norte al Bajío.

Durante el festejo nadie se atrevió a imaginar que, en la letra de esta canción, a manera de cruel ironía, se anunciaba el destino de los jóvenes contrayentes: “Sin ti yo no soy el mismo, eres mi credo, pedazo de cielo, abrázame fuerte. Mi trébol de buena suerte, prefiero morir junto a ti a no verte (…)”.

Sí, se trata de una de las muchas canciones que abonan como elemento socializador a la formación de mujeres y hombres en nuestro país, reproducen estereotipos y promueven el amor romántico.

Siete años después, el pasado domingo 31 de octubre, el nombre de Judith Araceli Valdez Beache, de 28 años de edad, se agregó a la lista de las mujeres asesinadas en el Estado de Guanajuato a manos de su pareja, Marco Nazaret Cruz Martínez, de 29 años, su esposo y asesino confeso.

El noviazgo

Judith, la cuarta de seis hijos, dos hombres, hoy muertos en accidentes distintos, y cuatro mujeres, del matrimonio formado por “Mamá Lola” y “Papá Tolo”, estudió la secundaria y culminó con una carrera comercial. Desde su infancia, el hogar familiar se estableció en San Francisco del Rincón, Guanajuato, siendo todos oriundos de la Ciudad de México.

A los 14 años, cuando estudiaba la secundaria, Judith inició su noviazgo con Marco, pese a la negativa de su padre. Le argumentaba que, por la rebeldía, sus constantes groserías y francos retos a las reglas familiares, no le convenía. Marco tenía 15 años, y ya dejaba ver una conducta violenta y su bajo umbral de tolerancia a las negativas.

Sin embargo, tiempo después, y en el afán de no dar pauta a la alteración del clima familiar, hasta entonces caracterizado por una convivencia armónica, los padres otorgaron su permiso para que Judith, dada su insistencia, continuara con su noviazgo. Ella tenía 17 años.

Así, Marco pudo ingresar al hogar de Judith. Su conducta fue contenida e incluso gentil. Las hermanas de ella refieren que era, en ese tiempo, detallista y amable… siempre y cuando no ingiriera bebidas alcohólicas, porque entonces su comportamiento cambiaba radicalmente.

La forma de beber de Marco, promovida y avalada en su núcleo familiar por ser una práctica constante, propiciaría el aumento de los conflictos en la pareja y generaría sus primeros distanciamientos.

La relación no funcionaba, por eso, y sobrevino una separación. Ésta le permitió a Judith conocer a un chico amable, educado y con otra formación, no se concretaría un noviazgo, según lo dicho por familiares. Marco buscaba la reconciliación. Ella decidió regresar con él ante su insistencia y promesas. Sin embargo, las condiciones de la relación ya estaban dadas y no cambiarían significativamente. Los ingredientes negativos se recrudecerían durante la convivencia diaria.

El matrimonio

Una vez casados se establecieron en el hogar de Marco, con su familia, y sus condiciones. Éstas incluían el consumo de alcohol de forma cotidiana así como el gradual rechazo y hostilidad hacia Judith, incluso extendida a los familiares de ella, quienes la visitaban cada vez con menor frecuencia o bien en otros sitios para evitar malos momentos. Así transcurrirían los primeros meses. Un primer embarazo no se concretaría. Un año después, empero, nacería su único hijo, Marco Emiliano. El próximo 10 de marzo cumplirá apenas siete años de edad. Será su primer festejo sin sus padres.

Cuando nació su hijo ambos debieron entrar a trabajar, motivo por el cual el menor se quedó al cuidado de la familia paterna, por decisión de Marco.

Al cumplir los tres años, por una derivación de una serie de conductas atípicas del menor, Judith descubriría que su hijo estaba siendo abusado sexualmente. En la denuncia, presentada en León por competencia del caso, quedó asentado en el Libro de Registro del Juzgado de Menores que el responsable era el hermano menor de Marco, quien entonces tenía 13 años. Era el año 2010.

Los hechos y la denuncia provocarían que la pareja saliera del domicilio familiar y rentara una casa al tío de Marco. Éste nunca asumió lo que resultó de la denuncia. Continuó visitando a su familia los siguientes años, solo. Todo esto fue un motivo de permanente conflicto entre la pareja, y de confrontación entre las familias. Todo indica que este hecho sería el motivo de la última discusión, en la que perderá la vida.

Un infierno silencioso

A partir de que se fueron a vivir al nuevo domicilio, la forma de beber de Marco empezó a salirse de control. “Cuando Marco toma, yo me vuelvo su peor enemiga”, solía decir Judith a su familia. Los diálogos violentos y las descalificaciones llegaron para quedarse en la vida de la pareja.

Judith eligió el silencio: “Prefiero no decirle nada, todo es motivo de conflicto”. Con su evasión, también su voluntad se debilitaba, e iba de la resignación a la sumisión. Así transcurrirían los siguientes tres años.

Obligada por la necesidad económica ingresó a trabajar como intendente en una guardería, donde trabajaba su hermana menor Alejandra. Su ingreso era de $800 pesos semanales, más lo que lograba vendiendo productos por catálogo. En tanto él se desempeñaba como  chofer para la transportación de solventes químicos.

Trabajar en el mismo espacio propició una mayor convivencia y la confidencia entre las hermanas. Meses antes del fatal desenlace, una Judith, siempre reservada con su familia,  asumía frente Alejandra: “Marco ya no es la persona que yo conocí, a veces ya no llega a dormir, ya no me da dinero para el niño, a veces no tenemos ni para comer (…) ya me quiero separar”.

A manera de fatal presagio le confesaría a  la más pequeña de sus hermanas: “Si un día Marco me chinga, se chinga conmigo (…) siempre les encargaré a mi hijo”.

Al hacerle saber a él la decisión de separarse, la amenaza era directa: “Vete a la hora que quieras, al niño lo dejas”. Lo decía con la seguridad de tener el apoyo económico de su familia, que posee algunas propiedades y negocios, en contraste con la familia de ella.  Sobra decir que es está una de las amenazas más recurrentes, los hijos se vuelven en el botín, no es un tema de “amor”, sino de poder.

El estado de tensión en el que el viviría Judith las últimas semanas se manifestaría en su físico. Le aparecería vitíligo, enfermedad de la piel caracterizada por manchas blancas relacionada con el estrés emocional. Esto le afectó en el ánimo considerablemente y generó el aumento de la violencia emocional en casa. “Vaquita”, le la llamaba él, ella se molestaba, él lo sabía, además de los permanentes descalificativos porque ella no lograría embarazarse más. “Se le miraba triste, rara, llegaba, se dormía y estaba callada”, recuerdan sus familiares hoy, con cierto sentimiento de culpa ante lo irreparable.

El 18 de octubre Judith asistiría a su trabajo de manera regular. Sería la última convivencia entre hermanas, al término de sus labores. No se volverían a ver, en vida.

Al día siguiente, ella asistiría en compañía de Marco a una fiesta, según refieren amigos en común. Ahí comenzarían a discutir.

Mecánica de un crimen

El 20 de octubre, a la una de la mañana, el teléfono de Alejandra registró una llamada de la que ella se percataría hasta más tarde. Era de Judith. Al regresar la llamada contestó Marco, quien ante su insistencia le dijo: “Ella no está aquí, anoche discutimos y salió rumbo a tu casa, yo me quedé con el niño”.

Alejandra, incrédula con la versión, comenzó a llamar a familiares y amigos porque le pareció absurdo que su hermana se hubiera ido a esas horas, dejando a su hijo, y Marco no les hubiera avisado. Pasadas unas horas, se volvió a comunicar con él para citarlo en su casa. Sería la última vez que hablaría con él, pues no llegó a la cita.

A modo de coartada, en cambio, Marco se presentó, con rasguños en la cara y huellas de mordidas, en casa de Jeni, hermana mayor de Judith, para ofrecer su ayuda en la búsqueda de Judith. En ese momento, algunos familiares comenzaron a temer no encontrarla con vida. Jamás, entonces, se atrevieron  a pensar que Marco fuera el culpable. Durante las siguientes horas se mostraba solícito en la búsqueda y mantenía su versión “del conflicto”.

La madrugada del lunes, Judith seria encontrada en un predio ubicado en la Comunidad Rincón de Salas, perteneciente a la Unión de San Antonio, Jalisco. La familia, en compañía de Marco, fueron citados en el Ministerio Público de San Juan de los Lagos, donde serían informados de las huellas de violencia en todo su cuerpo. Al rendir su declaración cada uno de los familiares, condición necesaria para la entrega del cuerpo, Marco fue detenido. Mientras la familia lo esperaba afuera, serian informados por un ministerial: “Ni lo esperen, él fue”.

Mentiras y simulaciones

La familia se negaba aceptar la acusación sin la confesión de Marco. La familia de él decidió que el cuerpo de Judith fuera velado en una de sus propiedades. En tanto, la familia de ella comenzaba a sentirse incómoda, y el dolor y las múltiples preguntas le generaron un letargo que le imposibilitó para tomar otras decisiones. Para entonces, la familia de Marco comenzó a correr el rumor de que a ella “la habían encontrado muerta después de que unos tipos la levantaron y se la llevaron”.

Esas horas serian definitivas. Empezó el conflicto por estar con el pequeño Marco Emiliano quien, ya con la confirmación por parte de las autoridades de que Marco era el asesino, platicaría a sus familiares: “Mi mamá y mi papá discutieron en la noche, él me puso una película y ellos se encerraron en el “cuarto del gato”. De repente se escuchó un ruido muy fuerte…”. (El “cuarto del gato” se llamaba así porque ahí guardaban un gato de peluche obtenido en la feria. Eran otros tiempos).

Durante el velorio de Judith, su hermana Alejandra decía frente al ataúd: “Si yo ya te había dicho que lo dejaras, ¿por qué no lo hiciste?… Todo por no haber hablado… ¿Cuál era el miedo?”.

La verificación de cada uno de los golpes y la causa de muerte descritos en el acta de defunción responderían la última pregunta de Alejandra.

En una cuestionable actuación, la Procuraduría de Justicia del Estado de Guanajuato decidió ocultar por varios días el hecho, y que la investigación del asesinato de Judith “se le asignaría” al Estado de Jalisco, “porque ahí fue hallada”, aún y cuando fue asesinada en territorio guanajuatense, según lo dicho por el feminicida confeso. Esta “lógica jurisdiccional” lo que pretendía era no hacerse cargo estadística, legal y éticamente de “un feminicidio más”.

Era una artimaña para no agregar una más a la lista de mujeres asesinadas en Guanajuato, la cual para el mes de octubre del 2013 ya rebasaba las 60. Sin embargo, en enero pasado, Jalisco se declaró incompetente y el expediente 285/2013 fue turnado a León por jurisdicción.

Un mes después, desde el Cereso, Jeni la hermana mayor de Judith recibiría una llamada de Marco, quien alegaba inocencia. Jeni por su parte solo preguntaba, “si se trató de un accidente como lo señalas, ¿por qué la tiraste? Él no contesto. Previo a concluir la llamada solo dijo “Judith, no supo perdonar de adentro”. Con esta respuesta Jeni confirmaría el motivo de la discusión de la última noche, el reclamo permanente de lo sucedido al pequeño Emiliano por parte del hermano de Marco, ese legitimo reclamo, que costó la integridad al  niño, y finalmente la vida a Judith.

La familia de Judith no ha cesado en su afán de obtener respuestas y justicia. Quiere asegurarse de que Marco, aún preso en Jalisco, sea declaro culpable como feminicida en Guanajuato, y que el pequeño Marco Emiliano pueda estar bajo la guardia y custodia de su abuela materna. Este proceso, asentado en el expediente 1885/2013, lo han emprendido con sus propios recursos, y pese a lo doloroso y desgastante que ha representado el tener que coincidir en los juzgados con la familia de él.

El fenómeno feminicida

El asesinato de Judith evidencia y responde a lo que en su definición elemental ejemplifica lo que es un feminicidio: se trató de un crimen de odio “porque implica el desprecio hacia ellas, porque ellos sienten que tienen el derecho de terminar con sus vidas, o por la suposición de propiedad sobre las mujeres”.

Enmarcado en la violencia de género, núcleo de todas las discriminaciones, se caracteriza por una estructura cíclica. En la mayor parte de los relatos de las víctimas se describe que después de la agresión el agresor suaviza su conducta y sus palabras, una aparente tranquilidad que acaba cuando, sin motivo, él vuelve a cargarse de ira hasta que explota con una nueva agresión. Al no interrumpirse el ciclo, sobreviene el acto supremo de la violencia de género, el feminicidio.

Esto es lo que las autoridades de Guanajuato han querido desconocer, ignorar o minimizar como el fenómeno social que acaba con las vidas de las mujeres, o que en  muchos otros casos las mantiene al nivel de la subsistencia y agonía, lo cual las lleva a una prematura vejez o a la enfermedad.

Ocho de cada diez mujeres viven o han vivido episodios de violencia. Así lo reflejan investigaciones y encuestas. Por ello, no es excesivo señalar a las autoridades que sus omisiones y evasiones son criminales. Por ser corresponsables de lo que se podría evitar.

Las políticas públicas que garanticen prevención y protección de las mujeres ante la violencia de que son víctimas por su condición de mujeres son indispensables y urgentes. Como también el fin absoluto a la impunidad de los agresores. Sacrificios como el de Judith no deben ser en vano.