Ruido y Silencio

“Por eso yo prefiero el otoño a la primavera porque en el otoño se mira al cielo; en la primavera, a la tierra.”  Soren Kierkegaard
“El amor es lo mejor y más noble en el corazón humano, especialmente cuando es probado por la vida, como el oro es probado por el fuego.” Vincent van Gogh
“Cuando estés a punto de encontrar defectos en alguien, pregúntate: ¿Qué culpa mía se asemeja más, a la que estoy a punto de criticar?” Marco Aurelio
“El sufrimiento puede destruirme, o hacerme desarrollar. Y no depende exactamente de él, depende de mí. No es el dolor lo que hace bien o mal, soy yo.” Andrade Moraes
“Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros y que hay puertas al mar que se abren con palabras.” Rafael Alberti
“No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay”. Francois de la Rochefoucauld
“La maldad puede hacer ver un infierno en el paraíso a los ojos de los egoístas.” William Shakespeare
“No sé qué me espera a la vuelta de la esquina, pero quiero creer que es lo mejor.” L.M. Montgomery
“Ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.” Friedrich Nietzsche
“Ahora no se trata de esperar, sino de saber a quién se está esperando. No todos merecen nuestro tiempo y ya no estamos para perderlo.” Carranza
“Sólo unos pocos encuentran el camino. Otros no lo reconocen cuando lo encuentran. Otros ni siquiera quieren encontrarlo.” Lewis Carroll
“Cuando una puerta de felicidad se cierra, otra se abre; pero a menudo miramos tanto tiempo la puerta cerrada que no vemos la que se ha abierto para nosotros.” Helen Keller
“Dime, ¿qué planeas hacer con tu única y preciosa vida?” Mary Oliver
“No hay nostalgia más dolorosa que la de las cosas que nunca fueron.” Fernando Pesoa

Joaquín Sabina canta “Ruido”, una canción que es una alegoría de una ruptura amorosa y que utiliza el ruido como una manera de mostrar todo lo que trastoca, lo que altera y rompe el silencio. El ruido es contrario al silencio. Los paréntesis que aparecen en la letra son adjetivos del ruido mismo, y pueden ayudarnos a describir poéticamente lo que este representa. Comparto parte de la letra de la canción:

Mucho, mucho ruido

Tanto, tanto ruido

Tanto ruido y al final (Ruido de tenazas)

Tanto ruido y al final (Ruido de estaciones, ruido de amenazas)

Tanto ruido y al final (Ruido de escorpiones)

La soledad (Tanto, tanto ruido)

(Ruido de abogados)

(Ruido compartido)

(Ruido envenenado)

(Demasiado ruido) Tanto, tanto, tanto, tanto, tanto ruido

(Ruido platos rotos)

(Ruido años perdidos)

(Ruido viejas fotos)

(Ruido empedernido) Mucho, mucho, mucho, mucho ruido

(Ruido de cristales)

(Ruido de gemidos)

(Ruidos animales)

(Contagioso ruido)

(Ruido mentiroso)

(Ruido entrometido) Tanto ruido

(Ruido escandaloso)

(Silencioso ruido) Tanto, tanto, tanto, demasiado ruido

(Ruido acomplejado)

(Ruido introvertido)

(Ruido del pasado)

(Descastado ruido)

(Ruido de conjuros)

(Ruido malnacido)

(Ruido tan oscuro)

(Puro y duro ruido)

(Ruido qué me has hecho)

(Ruido yo no he sido)

(Ruido insatisfecho)

(Ruido, ¿A qué has venido?)

(Ruidos como sables)

(Ruido enloquecido)

(Ruido intolerable)

(Ruido incomprendido)

(Ruido de frenazos)

(Ruido sin sentido)

(Ruido de arañazos)

(Ruido, ruido, ruido)

 

Y el silencio. A ella le gusta el silencio más que a nadie”, escribió Anaïs Nin. El silencio es meditar, pensar, sentir; es crear atmósferas para la reflexión, es poder experimentar la vida con los sonidos propios de la naturaleza. Es evidente que hay “ruiditos” que nos acompañan desde siempre: la vida es movimiento y el movimiento produce sonidos. Nuestro cuerpo es sonoro, nuestra mente crea sonidos y ha creado la música, que es una forma de mitigar nuestro miedo a la soledad, a los espacios abiertos; una manera de protegernos de pensar, de estar con uno mismo en el sentido más pleno de la consciencia y de las posibilidades de la comunicación intrapersonal, de tener ese diálogo interno que debería llevarnos a conocernos, pese a nuestras resistencias, miedos, complejos y traumas.

No hay casualidades, sino destinos. No se encuentra sino lo que se busca, y se busca lo que, en cierto modo, está escondido en lo más profundo y oscuro de nuestro corazón. (…) Parece como que uno termina por encontrarse al final con las personas que debe encontrar, quedando así la casualidad reducida a límites muy modestos…”, siguiendo lo que expresa Ernesto Sabato. Nuestro entorno es limitado, y si le agregamos la cantidad de ruidos que usamos para evitar expresar lo que sentimos y pensamos, tomaremos plena consciencia de la dificultad de comunicarnos. “¡Es extraño lo complicado que podemos hacer las cosas solo para evitar mostrar lo que sentimos!”, plasmó Erich María Remarque.

El silencio no es ausencia de sonidos. Respirar, latir, los movimientos peristálticos de nuestro sistema digestivo, la sangre que corre por venas y arterias, los truenos y chasquidos de los huesos y hasta el parpadeo crean sonidos. No los escuchamos a menos que nos concentremos y disminuyamos otros ruidos del exterior. Tampoco los escuchamos porque los hemos integrado a nuestros sentidos; muchas personas roncan y no escuchan sus propios ronquidos, por ejemplo. El silencio es algo que creamos como una forma de expresar la necesidad de lograr concentración personal.

Gordon Hempton dijo: “El silencio no es la ausencia de algo, sino la presencia de todo… Es la presencia del tiempo, imperturbable. Se siente en el pecho. El silencio nutre nuestra naturaleza, nuestra naturaleza humana, y nos permite saber quiénes somos. Con una mente más receptiva y un oído más atento, nos convertimos en mejores oyentes no solo de la naturaleza, sino también de los demás. El silencio se puede transportar como las brasas de un fuego. Se puede encontrar el silencio, y el silencio te puede encontrar a ti. Se puede perder y también recuperar. Pero el silencio no se puede imaginar, aunque la mayoría de la gente lo crea. El silencio es como arena abrasiva. Cuando estás en silencio, el silencio sopla contra tu mente y borra todo lo que no es importante. Para experimentar la maravilla del silencio, que llena el alma, debes escucharlo tú mismo.”

La meditación, en cierto sentido, es parar el ruido exterior; es la posibilidad de descansar encontrando el silencio, la capacidad de ordenar el pensamiento para evitar distractores, es decir, detener esos ruidos que nos llenan la cabeza y desvían la mente y la concentración. En la teoría clásica de la comunicación se habla de que existe un emisor y un receptor, y en medio está la posibilidad del ruido, que impide la comunicación. Escuchar con empatía, con atención, con un nivel de concentración, puede permitir comprender lo que las personas quieren transmitir; sin embargo, habrá que reconocer que oímos con filtros que obstaculizan la comunicación. Escuchamos con ruidos, sean estos de naturaleza ideológica, cultural, estructural, de clase o de género. Hoy se ha difundido la consigna: “Escuchamos, pero no juzgamos”, como una forma de pedir no adelantar juicios y prejuicios, apelando a cierta racionalidad para entender los motivos, argumentos y razones del otro para actuar de tal o cual manera.

Sin embargo, dice Adyashanti, mística estadounidense: “Muchas veces, cuando las personas están en silencio, esperan que algo suceda, lo que las mantiene al margen, flotando, en lugar de simplemente dejarse llevar. Cuando no esperas que nada suceda, se produce una inmersión natural en la fuente de tu propio ser. Hay mucha quietud, y solo entonces empiezas a sentir presencia. Hay una presencia muy palpable en esta quietud. Por eso dije que no es una quietud sepulcral. Puedes sentir una vitalidad. Es una presencia que está dentro y fuera de tu cuerpo. Lo impregna todo. Cuando la buscas, buscas una presencia densa, una presencia pesada que te golpee en la cabeza. Esto no va a suceder. La verdadera quietud es una luminosidad. Te sientes radiante. Hay un despertar, una profunda sensación de estar vivo.”

Y es solo en la posibilidad del silencio que nace la poesía, el arte, el lenguaje. El poder nombrar la vida surge a partir del silencio. Es desde el silencio que podemos conocernos: el silencio es el verdadero espejo humano. “La poesía ocurre como un accidente, un atropello, un enamoramiento, un crimen; ocurre diariamente, a solas, cuando el corazón del hombre se pone a pensar en la vida”, dirá Jaime Sabines, y agregaría: “a solas y en silencio.”

Sentir la vida es hacer ruido también desde el interior: “Ojalá pudiera darme igual, ojalá bastara latir, pero, si no late fuerte no me sirve, no es suficiente para existir”, escribió Sara Búho. Que los latidos se escuchen. Porque lo que posibilita el silencio, la introspección, es poder estar con otros, con los demás, desde la empatía: “La empatía es una forma de astronomía interior: nos permite explorar las galaxias secretas que cada persona lleva dentro. Al comprender a otros, ampliamos el universo posible”, describió Carl Sagan, en la analogía de la inmensidad y el silencio del espacio sideral.

El silencio no es muerte únicamente. El silencio es una compañía personal a construir. Pensar y sentir más allá del ruido —social, mediático, ambiental, comercial, ideológico y cultural— ruido político, ruido desde el poder, ese ruido que no quiere que pensemos y que no permite decir lo que sentimos, incluidos nuestros miedos, temores, desasosiegos y dudas, así como expresar el cariño, la solidaridad, la amistad, la alegría, la ternura, la dicha y el amor. La poesía nos salva del silencio, al poner palabras a la vida, es lo que nos ayuda a transitar entre el deseo y la realidad.

“Haz que la soledad no me destruya.

Haz que mi soledad me sirva de compañía.

Haz que tenga el coraje de enfrentarme.

Haz que yo sepa quedarme con la nada

y aun así sentirme

como si estuviera llena de todo.

Recibe en tus brazos

mi pecado de pensar.”

 

Clarice Lispector

 

“No le temo a la muerte.

La muerte no es más que solitaria, completa, absoluta.

Este es el fin de los conflictos y malentendidos.

Es un regreso, también, a la verdad, a la desnudez.

Lo que temo es la resistencia corporal.

El agotamiento.

El dolor que come la carne.”

 

Leila Slimani