Este término se ha popularizado en los últimos años, por la necesidad de sanar, de comprendernos, pero sobre todo por qué tenemos que evolucionar y romper patrones culturales que nos han venido mermando nuestra convivencia entre pares.
Parece que tenemos miedo a las palabras, a expresar nuestro pensar y sentir, justificamos el silencio como una respuesta clara y concisa, cuando es un panorama inmenso de posibles escenarios que lastima a quien se topa con ella.
Y parte de este miedo que ha crecido entre nosotros y que se ha vuelto una mala práctica, ha sido producto de una enseñanza en la cual aprendimos a evadir discusiones, a callar y dejarle al tiempo nuestra RESPONSABILIDAD de arreglar o aclarar una situación.
Tenemos que comprender qué el silencio no es una respuesta de un problema, es solo la expresión de una persona con pocas herramientas internas, con confusión de sus emociones, con miedos, tanto a expresar lo que siente como admitir que se ha equivocado.
Y claro que hablar o aclarar situaciones cuando hay enojo, o por mensajes, no funciona, pero siempre estará la oportunidad de expresar nuestro punto de vista y parecer de las situaciones.
Parte de esta responsabilidad afectiva es el desarrollo de herramientas personales entre valores, autoestima, autoconocimiento y sobre todo empatía.
Porque girar la cabeza a otro lado, guardar silencio, echar culpas y pensar que mientras no me toque a Mí, no es una filosofía de vida, es una evasión de nuestros actos.
Así que nunca dejes una respuesta sin contestar, pero también no te aferres con quien no tiene respuestas que dar, pues está en su propia lucha de honestidad.
Aclara siempre las cosas, contesta cuando estés listo, sé responsable de tus actos y se honestó, comprométete, conócete, mejora, crece.
Porque nunca podremos basar nuestra felicidad lastimando a otros.







