Que la llama de la esperanza no se apague nunca

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

¿Podemos escoger un poema que represente este tiempo de Nueva normalidad que vivimos por la pandemia del Covid-19? Para quien lee o antologa es una ardua tarea si pensamos en tiempos donde “el poeta prometeico” de León Felipe está más vivo que nunca y su singular ministerio es arte de, y aquí aludo a Ernesto Cardenal, “la misteriosa patria de la vida: de allí viene el canto”.

Entonces para cumplir esta noble tarea, pongamos por principio La voz del árbol de Claribel Alegría, que es uno de los reflejos más vigentes que tenemos en León, y en el país, puesto que cumple a cabalidad con el desastre ambiental generado por todos, pero nos da una buena nueva porque “aún está intacta/ la raíz”, si es que la buscamos bien.

Aunque ya sabemos que en León de los Aldama no contamos con una comisión permanente de lucha contra el cambio climático, pues insistimos en abatir (todos) los árboles por doquier para fundar el progreso de la postmodernidad que tanto nos venden junto con el capitalismo abierto y rapaz que produce más pobres que nunca.

El poema de Claribel dice:

La voz del árbol

Cercenaron mi tronco
mis ramas
mis racimos
pero aún está intacta
la raíz
y volveré de nuevo
en todo mi esplendor
a cobijar al viento
en mi follaje
a bailar con el viento
como antaño
que me sacuda el viento
y yo no sepa
si su gozo
es más gozo
o es el mío.
Volveré
volveré
mi viento amigo
y otra vez viviremos
ese vértigo-vuelo
en el que fuimos dioses
por un mágico instante
y se quedó esculpido
para siempre
en el cosmos.

Como bien se puede leer, los versos son una especie de continuidad del texto escrito en las pilastras de cantera del Arco de la Calzada de los Héroes, Lo que dicen los árboles de David Gutiérrez de Velasco, donde nos pide “mirarlo bien” y defenderlo contra los insensatos” que por el rumbo abundan.

Ambos poemas, por cierto, nos permiten palpar la tierra: el cuerpo. O mejor: ser “el cuerpo/ De la tierra…” (Claribel Alegría dixit) que también significa ir a las raíces. Pero ambos textos no son bien vistos para ser poemas del momento.

Pensemos ahora en Payasos de la serie “Circo de noche” de José Emilio Pacheco porque, como bien apunta, “Sólo hay una manera de reír: /la humillación del otro”.

Es una buena metáfora de lo que nos ha sucedido en los tiempos de SARS-Cov-2 y sus múltiples variantes, pero tampoco es el poema que más nos representa…

Al revisar una buena cantidad de poemas, podemos suscribir nuestra simpatía por algunos de sus autores, pero… no damos pie con bola por el tiempo que nos ocupa. De allí que acudamos a la historia política de México cuando, el otrora presidente de la República Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa, afirmó sonriente que: “todos somos guadalupanos”.

Entonces sobreviene la misteriosa patria de la vida con el poema Credo de Homero Aridjis escrito en Cracovia y que primero apareció en las páginas de la revista “Paréntesis” No. 9-10, Abril-mayo de 2001, p. 26 y después se publicó, tal y como lo transcribimos a continuación, en el libro El ojo de la ballena. Poemas, 1999-2001 (FCE, 2001) Col. Tierra Firme, p. 79

CREDO

NO CREO en el presidente de la República
ni en el empresario que explota girasoles.
Mis dioses no tienen poder político
ni económico, ni son estrellas de los medios;
son inútiles, improductivos y efímeros.
Creo en la virgen de Guadalupe,
a sabiendas de que no existe.

Cracovia, 23 de junio de 1999

Así el poema que bien puede representar este tiempo-espacio de dolor que no ha tocado vivir ya que la indignación en el mundo y en México por el planeta que se nos va de las manos y porque, además, algunos todavía vemos que la llama de la esperanza, que deseamos no se apague nunca, permanezca.