Porfirio Muñoz Ledo y su relación con la familia Paz: Octavio, Elena y Helenita

Juancarlos Porras y Manrique, promotor cultural, escritor, poeta, cronista de la ciudad y columnista Platino.

El temperamento excesivamente nervioso, que cita el ex presidente Miguel de la Madrid Hurtado en su libro Cambio de rumbo (FCE, 2004) no es notorio hasta el momento. A Porfirio Muñoz Ledo lo veo seguro de sí mismo: sin dudas y carencias. Tiene discurso para rato y esto le da poder sobre quien lo escucha: estudiantes, reporteros, empresarios y políticos.

—¿Vienen conmigo?—, pregunta a un par de industriales, entre los que se encuentra Víctor González Torres presidente de Farmacias Similares, mientras despacha a los últimos reporteros que cubren la fuente política. Compruebo, en efecto, que es muy hábil. Sabe el papel que juega (todavía) como embajador plenipotenciario de nuestro país en la Unión Europea. Tiene, eso sí, una “enorme autoestima” (De la Madrid dixit) que pone a prueba en sus entrevistas.

Voltea al espejo que está cerca de la puerta principal del salón del Hotel Real de Minas, habilitado como sala de prensa para el Congreso de Comercialización y Administración de las Universidades Tecnológicas del país. Acomoda su corbata color azul cielo. Sacude sus brazos y por ende las mangas de su saco. Mueve un poco las piernas y se sienta otra vez. Limpia su rostro, sobre todo el sudor de la frente con una servilleta de papel, para salir bien a cuadro.

Pide agua. Luego una taza de café. —“Para refrescarme”—, dice. Le colocan un micrófono sobre la solapa de su traje azul oscuro. Reacomoda su vestuario y se sienta firme sobre la silla. Su espalda queda recta y separada del respaldo del mueble metálico. Es la misma distancia simbólica a la que estuvo de ser el candidato oficial del Partido Revolucionario Institucional, PRI a la presidencia de la República hace años, pienso.

Comienza la serie de entrevistas y con ellas la pasarela de reporteros locales que piden la exclusiva. No quiere “chacaleo” como advirtió a su llegada a los representantes de los medios. —“A uno por uno los atiendo”—.

El rol de reporteros de la fuente está hecho. Yo ocupo, por obra y gracia (decisión tajante y dramática) de Juan Manuel García Belmonte, el irredento teatrero —como hoy se autonombra— el último lugar para preguntar algo sobre cultura y libros.

Al término de una entrevista le recomienda a Rubén Rivera reportero de la televisión estatal (TV-4 Noticias) que haga preguntas directas para darle respuestas directas: como en el juego de ping-pong, imagino.

A otro de la televisión local (TV-Azteca Bajío) le contesta: “Eso ya lo dije en la rueda de prensa (general)” y lo corta. La misma dosis receta al reportero Miguel Ángel Zacarías Nicasio de la prensa escrita y solicita que le hable a su jefe de Información (y al ingeniero Enrique Gómez Orozco director del periódico A.M. de León) para que le dé la primera plana por sus declaraciones.

En el intermedio de cada entrevista se para de la silla y retorna hacia el espejo que hay sobre la pared del pasillo. Luego me mira, saluda y sonríe. Intuye, creo, que preguntaré sobre lo mismo, pues él declara, pero con variaciones, su perorata desde hace casi dos horas y media.

 Nuestra conversación, que pronto se convertirá en un monólogo, y más tarde desencadenará en una auto confesión paulatina; tiene un argumento central: “La cultura”. Al principio le detallo un esquema general de la charla:

  1. a) su visión sobre la política cultural entre México y Europa,
  2. b) su percepción sobre el ámbito de la cultura en la nación (por los años del CONACULTA) y, c) las menciones que aparecen en las Memorias de Helena Paz Garro publicadas por editorial Océano este año (el 2004) donde lo alude.

No pone tanta atención a lo mencionado en los primeros incisos, como sí en el tercero y en las páginas 379 y 380 del citado libro. Le acerco las hojas. Las ve con curiosidad. Están subrayadas con tinta fosforescente “sus palabras” (con la intención de que las detecte fácilmente). Musita una primera declaración luego de leer:

—“No. Yo no dije eso. ¡Está equivocada Helena!”—.

Argumenta que no son confiables sus palabras pues “está mal de la cabeza”. Y agrega:

—“Hace unos dos años hablé con ella por teléfono. ¡Ella me buscó!… Pero no. No tiene caso que te conteste esto. Voy a atraer la atención con lo que te diga”—. Y deja caer las hojas sobre la mesa.

Le insisto en la importancia de su testimonio para los lectores. Él se vuelve a negar. Pide otra taza de café y se la acercan de manera inmediata. Toma un sorbo. Deja la taza. Coge nuevamente las hojas y con un gesto de seriedad absoluta lee lo publicado por la hija de Octavio Paz y Elena Garro:

“Un día, estaba nadando plácidamente en la piscina, y se acercó el señor (Ezequiel) Padilla con un muchacho de unos treinta años, bajo de estatura, muy delgado.”

Muñoz Ledo acota:

—“Esto no es cierto. ¡Bajo de estatura!”—. Y se mira (y me mira) para refrendar su altura y de paso negar lo escrito.

Continúa la lectura:

“Se quedaron en el borde de la piscina; el señor Padilla se fue a su casa y el invitado se quedó. Empezó a charlar conmigo, muy animado; era muy parlanchín y gracioso, y me hizo reír. Me salí de la piscina y no sé por qué el tema cayó sobre Elena Garro. Se puso a hablar horrores de ella. Yo me quedé impasible, pero ¿quién era este hombre que hablaba de ella como en La letra escarlata, novela de Nathaniel Hawthorne que me aterró y cuya protagonista me había hecho pensar en mi madre?

Entonces, seguramente había escándalo en México, puesto que este desconocido para mí, me comentaba: Pobre Octavio Paz, víctima de semejante arpía. Ella no lo deja vivir…”

—“No. No. No. Esto no fue así. Yo con Octavio me llevé muy bien. Y por supuesto con Elena Garro y Helena Paz. Te digo que hace un par de años hablamos por teléfono”—, insiste el político con su tono de parlamentario, siempre respetuoso. Cuidando cada palabra que dice.

Revisa las últimas palabras del anecdótico capítulo sucedido en la mansión de Cuernavaca de los Garro:

“En eso llegó mi madre, en traje de baño, y los presenté. Mi madre, la señora Elena Garro de Paz. Él se puso lívido y alcanzó a balbucir rápidamente: Encantado, Porfirio Muñoz Ledo. Y no tardo en escabullirse. Le conté a mi madre lo que había dicho Muñoz Ledo, para ver qué solución encontrábamos.”

Pero en esta ocasión el actual embajador de México en Europa, con sede en Bruselas, no balbucea ni se inmuta para refutar lo leído. El temperamento excesivamente nervioso aparece por fin y declina seguir comentando sobre el asunto…

Entonces recurre a la parsimonia y gravedad del político (Helena Paz, dixit) y comienza a narrar su postura y hace un análisis sobre política cultural… Pero se interrumpe (y nos interrumpe —cómo vecinita de enfrente— el encargado de prensa del Congreso Juan Manuel García Belmonte, el teatrero irredento y su inseparable asistente. Muñoz Ledo pregunta si hay tiempo para continuar la charla. Le dicen que sí. Retoma algunos conceptos y luego confiesa: —“Es que voy a atraer la atención con lo que te diga”—.

 El político duda. Yo insisto en que todo México está leyendo esto (lo dicho por Helenita). El carácter conciliador del otrora embajador de México ante la ONU parece imponerse y con amabilidad severa confirma:

—“Está bien. Sí te lo contesto para que lo grabes aquí”—, y señala con su dedo índice hacia su mente.

—“Sólo déjame tomar desde arriba algunos conceptos sobre la política cultural de México”—.

Y comienza una larga exposición histórica del cómo y el por qué nuestro país dimensiona la cultura. Recuerda sus quehaceres y compromisos cuando fue secretario de Educación Pública, SEP. Luego su intervención y gestoría permanente en:

  • la instalación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, CNCA.
  • De manera posterior descubre las tareas pendientes de los planes de cultura,
  • apoyo al patrimonio artístico y monumental,
  • la descentralización de organismos como el INAH y el INBA.
  • El apoyo fundamental a los estados y municipios.
  • El inminente (y delimitado, la cursiva es mía) apoyo del Estado a los creadores incluyendo a los artesanos… En fin.

Su análisis es certero y sugerente. Tiene elementos que muchos funcionarios culturales y aun promotores independientes desconocen al dedillo. Como el de la enseñanza vital de formación artística desde los primeros años de educación. —“Es una gran deuda que no hemos saldado”—, acota.

O la necesidad de conservar y registrar el patrimonio, no solo tangible, sino intangible del país. Y recuerda haber estado en una casa europea donde las piezas arqueológicas —de origen mexicano—pululaban por doquier, reconoce el entrevistado al momento que su mano derecha palmea mi brazo izquierdo.

—“La presencia de México en Europa es inminente. Allí tienes la exposición que visitó Alemania: “Los Aztecas”. El público se volcó a verla. Están muy pendientes de nosotros. No sólo en la cultura que llevemos sino en lo que hacemos actualmente”—, afirma el político recargando de nueva cuenta su mano derecha sobre mi brazo en señal de presencia absoluta, de presencia parlamentaria.

Terminamos el rubro de política cultural.

Los organizadores llegan a por él para llevarlo a una reunión con miembros de la Comisión de Fomento al Comercio Exterior, COFOCE que preside el ex alcalde leonés y empresario zapatero, dueño de la marca Quirelli, Luis Quirós Etchegaray.

Porfirio Muñoz Ledo se levanta de su silla y le insisto sobre lo dicho por Helenita Paz.

—“¿Dices que esto”—, señala las hojas del libro, —“está circulando actualmente?”—. Mi respuesta es afirmativa. Toma las hojas, las dobla y las mete en la bolsa interior de su saco. Mientras le indican el camino para salir del salón Magnolia (del Hotel Real de Minas) me vuelve a repetir que me lo va a contestar. Andamos unos cuantos pasos escoltados por personal de la Universidad Tecnológica de León, UTL. Una camioneta Suburban lo espera. Le abro paso para que aborde. Él revira y me dice:

—“¡Sube! Aquí lo platicamos todo”—.

En el interior del vehículo lo primero que me dice es que él se llevaba muy bien con Octavio Paz. Y con las dos Elenas. Y llega a la memoria del que esto escribe, el cierre de la anécdota de Helena Paz:

“Años después, cuando trabajé en el consulado de París, donde por cierto permanecí trece años, se presentó Muñoz Ledo a visitarme. No se le había olvidado la anécdota y me dijo con la parsimonia y gravedad del político: –Estábamos equivocados. El malvado es tu padre y no tu madre.”

El político se echa a cuestas sobre el sillón negro de la camioneta, con más calma, sin presión de los reporteros de la fuente, los reflectores y los flashes de las cámaras, lanza una retahíla con interesantes declaraciones:

—“Yo aprecié mucho a Elena Garro. Aunque no tuvimos un trato cercano siempre fue respetuoso. Lo que cuenta Helenita en su libro, sí, sí lo recuerdo. Por supuesto lo de la alberca y el señor Padilla. Cómo no. Pero no hay que confiar mucho en las palabras de Helenita… Yo creo… yo creo que lo dicho allí no fue así. ¡Y si lo dije fue en broma! Además, ¿tú crees que no vas a platicar, a bromear con una muchacha tan bonita siendo uno joven?”—.

—Entonces sí lo dijo—, le insisto. Pero ya no comenta nada más. Bajamos de la comodidad de la Suburban. Pasa inmediatamente a otros recuerdos. Caminamos entonces por la entrada principal del hotel rumbo a otro salón. Seguimos escoltados por personal de la Universidad Tecnológica. Entra a la charla confesional el personaje Octavio Paz de quien afirma que éste lo buscaba e insistía en que formaran un partido político de izquierda —que lo presidiera él, Muñoz Ledo— que aglutinaría a buena parte de los principales intelectuales del país.

—“Eso es algo que muy poca gente sabe. Octavio quería que yo presidiera ese partido de izquierda socialista…”—.

Y da un salto gigante en el tiempo–espacio de la vida cotidiana y recuerda:

—“Como también poca gente sabe que nosotros (los de la izquierda) hicimos la segunda guardia de honor ante el féretro de Octavio. Luego Enrique (Krauze) me lo hizo saber”—:

—“A Octavio—si estuviera vivo—le daría mucho gusto que ustedes estuvieran aquí”—.

Octavio siempre fue un hombre de izquierdas. Hasta su muerte. Por eso estábamos allí… Acuérdate lo que le dijo a Braulio Peralta* sobre la política y la izquierda…

Porfirio Muñoz Ledo es conminado a entrar a la reunión con los empresarios. No sin antes concluir que su relación con los Paz, Octavio y Elena, y su hija Helenita fue muy respetuosa.

 

Le agradezco su tiempo y atenciones. Le aviso que lo buscaré pronto—en junio próximo—cuando deje oficialmente su cargo como Embajador ante la Unión Europea y regrese a México a presidir la Fundación “Centro Latinoamericano de Globalidad”, para que abunde sobre el tema. Él se niega.

Reta: —“Ya te dije todo”—.

—Lo busco en junio—, insisto. Sonríe y se despide.

Poco a poco se pierde la figura del guanajuatense —por derecho de sangre— en el pasillo largo y bien decorado del hotel sede. Doy media vuelta para salir por donde entramos. En el trayecto recuerdo que omití preguntarle su opinión sobre el nuevo libro de Miguel de la Madrid Hurtado, Cambio de rumbo. Aun cuando no tenía el volumen (todavía) a la mano, sabía de su próximo lanzamiento y además que hablaría sobre Porfirio Muñoz Ledo…

Pasó algo de tiempo, pocos días, escribo está conversación y recibo el libro-memoria política del ex presidente de México, don Miguel de la Madrid Hurtado publicado por el Fondo de Cultura Económica. El gestor de la renovación moral dedica parte de un capítulo al político con lazos consanguíneos guanajuatenses: Relaciones entre México y Estados Unidos: el problema del narcotráfico y el incidente de Muñoz Ledo. Pero esta es otra historia que habremos de conversar próximamente**. Sin titubeos y sin tantos contratiempos (temporales) e interrupciones.

León de los Aldama, marzo 5 y 10 de 2004.

Notas del autor: 

* Muñoz Ledo se refiere a la serie de entrevistas que realizó Braulio Peralta entre 1981 y 1996 a Octavio Paz y que fueron compiladas en el libro El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz. Ed. Raya en el Agua, 1996.

**Saludé a Porfirio Muñoz Ledo en el restaurante del hotel Hilton en ocasión de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, FIL 2007. Tuvimos un diálogo protocolario. Sin aspavientos. Una charla mínima sobre el Centro Latinoamericano de Globalidad y sobre aquella visita que hizo a León de los Aldama. Me recordó aquel compromiso de no publicar algo sobre lo que comentó en el vehículo y no pude grabar porque ¡dañaría mucha gente! Vinieron los wiskis. Brindamos. Se despidió de mí en perfecto francés. Yo agradecí el gesto en el mismo tono. —“Lo dicho por mí, lo publicas hasta que muera y cuando no haya gente que afecte”—.