Poética del instante y fuga marxista de un profesor

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

Las cuentas no le salían a Triunfo Manrique. Apenas recibía alguna plata y ésta se iba como el agua en tubería descompuesta: fuga irreal porque el poeta fingía no saber por qué pasaba esto. Celebrar era sinónimo de vida cotidiana ya que por más de cinco años estuvo a expensas de recibir su paga como maestro de Cátedra en un par de universidades y de algunas colaboraciones para revistas y suplementos literarios.

Los nuevos amigos y uno que otro compañero de viaje lo acompañaban a las inevitables fiestas estudiantiles donde los muchachos eran generosos con el profesor y la bebida no faltaba nunca:

—“¡Whisky profesor!, con un par de cubos de hielo, verdad”—, le ofrecían sin recato.

Las mujeres, que apenas tomaban conciencia de su ciudadanía civil, legal y de derechos, veían con interés al cincuentón. Sobre todo, porque no lograban descifrar, cómo un personaje de tan buena monta no tuviera roce con la sociedad que le rodeaba. Su vida rayaba en el misterio. Detrás de aquellas gafas y la barba crecida algo escondía.

Pocos sabían que además de poeta era un magnífico dibujante. Sus múltiples trabajos habían sido exhibidos, firmando un heterónimo, en galerías del circuito neoyorquino y californiano. Algo especulaban al respecto en los lugares donde laboraba. Pero no más de los debido…

Su intensa manía por coleccionar ediciones príncipe de libros era conocida y muy notoria. De vez en cuando los bibliotecarios le preguntaban “algo” sobre alguna edición que la institución deseaba adquirir, aunque esta no fuera una primicia. Servía más para eso que para enseñar literatura, bromeaba la coordinadora del área humanística de una de las universidades.

Triunfo Manrique recordaba con nostalgia el par de premios que había recibido en sus años mozos. Uno por cantarle a su ciudad natal en un certamen de poesía y otro, por desafiar al escritor de izquierdas Bienvenido Armenta. Este segundo trabajo, un ensayo sobre la poética del instante y fuga marxista de El insurrecto siglo corto —novela histórica de B. Armenta— que le representó darse a conocer en el medio intelectual de la época.

El ensayo centraba su tesis en la subjetividad con que Armenta trazaba la política y la economía marxistas en su obra:

“Las referencias a la pureza del Estado Soviético y más, a la blancura con que manejaban sus alianzas para luchar contra el Imperio de los Estados Unidos de América, es una falacia, puesto que la Unión Soviética abre la posibilidad de pelear, al lado de los “imperialistas yanquis” contra la Alemania nazi. Y así lo hicieron. El esquema de la novela se ve rebasado cuando los encuentros entre los supuestos espías rusos rinden culto a la “libertad” que sus pares propagan en el campo de lucha y de trabajo. El curso de la historia es contundente y el autor del supuesto insurrecto siglo corto mira cómo se derrumba su propio muro al instaurar un romance entre Irina y Franklin, los protagonistas, cuando estos, preocupados por dar a conocer los secretos a sus respectivos contactos políticos, sellan con un pacto —un ridículo beso y tras ellos una bandera roja del Soviet supremo como escenografía muy a la Romeo y Julieta de Shakespeare— el no revelar su amorío.”

 La recepción del trabajo ensayístico de Manrique, que le hizo honor a su nombre de pila, fue celebrada con aplausos y buena crítica por cierto sector de la intelectualidad mejicana. Los de derechas (mojigatos en toda la extensión de la palabra) fueron buenos heraldos del “panfleto”—así lo calificó Bienvenido Armenta en las páginas del Presente— y aunque no sabían a bien que género literario estaba usando el joven creador, sí daban por hecho que denostaba a tan detestable personaje comunista junto con su paupérrima “obra”.

En su momento el amo y señor de los epítetos, hablantín y vocero de la derecha extrema, con su cerrada barba y puro en mano, El jefe Zelaya celebró que tan lúcida mente señalara la turbamulta de barbaridades que propinaba a ese tinterillo llamado rapsoda del siglo corto, un Rasputín de la literatura, calificaba.

El profesor Manrique sabía que aquellas glorias épicas del debate en los diarios y en las revistas habían terminado. Su proscripción era latente. Su fama y fortuna se vinieron a pique poco a poco pues el celebrado ensayo, cuando llegó a la isla caribeña gobernada por Fidel Castro, fue abruptamente desdeñado por las autoridades culturales. No llegó a ser prohibido, pero sí condenado —y con buenas y vastas razones literarias—y aún más con mofas por parte de algunos integrantes de la Unión de Escritores y Artistas Cubanos, UNEAC reunidos en torno al Instituto Cubano del Libro, ICL en una de sus tantas asambleas.

De hecho, aquellas palabras del comandante “dentro de la revolución, todo; contra la revolución nada” dirigidas a los intelectuales, no habían tenido tal resonancia con respecto a una obra literaria. Ni siquiera por la secuela del quinquenio gris que algunos autores matanceros mencionaban con enjundia.

Después todo cayó en el olvido. El par de protagonistas —después del intenso tira y afloja político-literario— decidió poner alto al desaguisado y dirimir sus discrepancias con algunas epístolas por intermediación de un mutuo amigo que habló de la crisis en que se encontraba el país, aunado a la crisis de la república de las letras y de paso les hizo ver la reaparición de una vieja costumbre católica que condena públicamente —desde los púlpitos de los altos jerarcas— el pleito entre niñas que denostan por igual a la Santa Madre Iglesia y a Nuestro Señor Jesucristo. Y no ven como desunen a los sectores del pueblo sufrido de nuestra Patria con sus malos escritos que hacen perder piso y las virtudes que se pierden por leerlos.

Ciertamente el apoyo de muchos escritores a Bienvenido Armenta le valió reposicionarse en la vida pública e intelectual del mundo como en los viejos tiempos de la guerra fría, la revolución cubana, y la Unión Soviética en Afganistán.

Por su parte el joven creador hizo caso y vio como las “campañas sucias” se abrían paso con argumentos tan simples e insolventes como la descalificación de toda obra que tuviera halos rojos, marxistas por un lado y, por el otro, el cómo en los discursos socialistas se hablaba de vetar textos “no marxistas” que entorpecen el avance del socialismo por doquier.

Todo esto recordaba el profesor Triunfo Manrique al momento de sorber su whisky y cómo llegó, con el tiempo, a perderse del medio intelectual para comenzar una discreta carrera como profesor de literatura que derivó en clases de redacción adicionadas con alguna lectura ocasional en tres lustros cumplidos. Una fuga, según él, conveniente para su vida.