El día en que el PAN ya iba a morir —o al menos así lo percibía el país entero— se levantó temprano y anunció su relanzamiento bajo el lema “Una nueva era para el PAN”, si parafafraseamos a la novela Crónica de una muerte anunciada.
Pero, si aludimos a 100 años de soledad, como en la aldea de Macondo, donde la muerte convivía con el anuncio de la vida, la paradoja azul parecía escrita desde antes de que ocurriera. Porque toda agonía política tiene su presagio, y la del PAN, tanto nacional como guanajuatense, venía resonando como un tambor lejano que pocos quisieron escuchar.
A nivel nacional, el PAN fue durante décadas la oposición moral de un sistema que Vargas Llosa bautizó como “la dictadura perfecta”. Con Manuel Gómez Morin, Efraín González Luna y aquellos primeros cruzados del humanismo político, nació un partido que defendía la democracia en tiempos donde eso era oficio peligroso. Su voz, aunque minoritaria, fue un contrapeso indispensable para un país que parecía condenado al monólogo priista. Y durante años, su sola existencia fue un recordatorio de que la alternancia era posible.
En Guanajuato, el panismo adquirió un carácter propio, casi mítico. Desde sus primeros impulsores, el PAN encontró tierra fértil para echar raíces profundas que, con el tiempo, se convirtieron en el bastión más sólido del partido en todo México. Con una militancia disciplinada —y a veces dogmática— el panismo guanajuatense se distinguió por su identidad yunquista, moldeada por figuras como don Elías Villegas, cuya influencia se percibía más cercana a un movimiento religioso que a un proyecto político en sentido estricto. Una suerte de contrapeso espiritual frente a las logias masónicas que recorrían el imaginario de la región.
El ascenso comenzó con los primeros gobiernos locales y se consolidó con la llegada de Carlos Medina Plascencia a la gubernatura, abriendo una era que se fortalecería con Vicente Fox, el guanajuatense que derribó siete décadas de hegemonía priista. Parecía entonces que el PAN guanajuatense había encontrado la fórmula del poder perpetuo, y durante años administró la bonanza política con habilidad, con estructuras que crecieron hasta ocupar casi todos los rincones de la administración pública estatal y municipal.
Pero como en las casas de los Buendía, donde el tiempo no solo construye sino también erosiona, el desgaste comenzó a hacerse evidente. La permanencia prolongada en el poder abrió grietas: corrupción paulatina, burocracias eternizadas, liderazgos que dejaron de escuchar y una militancia dividida entre la ultraderecha tradicional, la derecha pragmática y una centroderecha más moderna. Los debates internos sobre temas como el aborto, los matrimonios igualitarios o las libertades civiles expusieron las fracturas de un partido que ya no encontraba un mismo idioma para hablar consigo mismo.
Los pleitos por la dirigencia, las disputas por los cotos de poder y las tensiones tras la posible salida de figuras relevantes, como se ha especulado en torno a Alejandra Gutiérrez, terminaron por acentuar la idea de que el panismo ya no caminan juntos, sino en facciones. La unidad que alguna vez fue su mayor fortaleza hoy parece una fotografía amarillenta. Y mientras los liderazgos se disputan el timón, la embarcación navega sin rumbo claro.
En paralelo, Morena con sus guerras intestinas de varios grupos en el estado, a pesar de eso, comenzó a ganar espacios en zonas donde el PAN se creía invencible. Municipios antes azules se tiñeron de nuevos colores, y el electorado, cansado de discursos reciclados, encontró alternativa en la narrativa de cambio. Hoy es inminente —según muchas lecturas políticas— que el PAN pueda perder la gubernatura en el próximo comicio, un hecho que hace dos décadas hubiera parecido tan improbable como que Macondo desapareciera bajo la lluvia interminable.
Así, la historia del PAN en Guanajuato se parece cada vez más a esa crónica que Gabo decía que ya estaba escrita antes de comenzar: un anuncio que nadie quiso leer. La debacle no es súbita; es el resultado de años de señales ignoradas. Si el panismo quiere vivir una nueva era, tendrá que reencontrarse con sus orígenes, reconciliar a sus propios fantasmas y recordar que ningún bastión es eterno cuando la soberbia reemplaza a la visión. Porque, como en Macondo, lo que no se transforma, se desvanece..







