Octubres

“En el universo mágico no hay coincidencias ni hay accidentes. No sucede nada a menos que haya alguien que desee que suceda.” William S. Burroughs
“A veces, cerrar una puerta también es una forma de abrirte paso.” Ximena Ocampo
“Amo a la gente que es capaz de realizar los impulsos de su imaginación.” Marcel Proust
“De entre todas las hojas otoñales puedo reconocer la única que, en lugar de caer, intentó volar. Y también sé enamorarme de ella.” Fabrizio Caramagna
“Amas a aquellas personas con las que consigues dar libertad a las partes de ti misma con las que te sientes en casa y cómoda, independientemente de si dichas partes están podridas o sanas, raídas o impolutas.” Lena Andersson
“Las dificultades preparan a personas comunes para destinos extraordinarios.” C.S. Lewis
“Todas las personas grandes han sido niños antes, pero pocas lo recuerdan”. Antoine de Saint-Exupéry
“Es preferible llevar el lujo en los sentimientos que en la ropa.” Honoré de Balzac
“El amor no tiene término medio: o pierde o salva. El destino humano está encerrado en este dilema.” Víctor Hugo
“No importa cuánto los anhele tu corazón, no puedes quedarte donde no eres bienvenido.” Ali Kousa
“Tu cuerpo no es un templo, es un parque de diversiones. Disfruta del viaje.” Anthony Bourdain
“Si no me encuentras inmediatamente no te desanimes. Si no me encuentras en un lugar busca en otro. En algún lugar me quedaré esperando por ti.” Walt Whitman  
“La valentía radica en enfrentar y superar el miedo, no en su ausencia.”  Séneca
“El amor recíproco es difícil de encontrar. Y de mantener. He aprendido que su máxima manifestación es no tener miedo a perderlo, porque entonces permaneces con la otra persona desde la libertad, no desde la posesión ni la necesidad.” Mónica Soto Icaza

 Inició el 22 de septiembre la estación del otoño. Arrancó imperceptible, confundido con un verano de copiosas lluvias que ha traído el verdor a las ciudades. Los parques y jardines se sienten cargados de vida. En unas semanas más, la naturaleza seguirá con su ciclo, y los árboles, arbustos y plantas se desvestirán con la ayuda del viento otoñal, un viento que juega con las ramas y hojas, mientras tiñe el ambiente de ocres, ámbares y dorados colores.

Las hojas vuelan y crean caprichosos mosaicos y tapetes que amortiguan, con sonidos crujientes, el andar sin prisa. Esa es la forma en que el otoño me envuelve y recuerda mis pasos. Confieso que me encanta el otoño. Le hago caso a lo que me hace experimentar, y sencillamente me fascina.

Me siento alegre, de tanto en tanto, de vivir en un mundo donde hay otoños que inician en los octubres. Aunque también reconozco que son tiempos para la nostalgia, para la reflexión, para sanar el alma, para dar paso a la memoria. Temporada para soltar rencores, dudas, emociones que se acumulan y que secan pedacitos del alma. Gustave Flaubert escribió: “Me encanta el otoño, esa estación melancólica que tan bien se adapta a los recuerdos. Cuando los árboles han perdido sus hojas, cuando el cielo al atardecer aún conserva el tono rojizo que tiñe de oro la hierba marchita.”

El otoño también simboliza la etapa de la vida previa al invierno de la vejez, cuando se llega a ser adulto en plenitud. Con el eufemismo que los nuevos tiempos han adoptado, ser otoñal es, de alguna manera, llegar a la madurez, con todo lo que ello pueda significar más allá de un rango de edad determinado.

Pero el otoño es la alegoría del cambio, de la renovación, de las posibilidades de asumir aprendizajes, de la oportunidad para pensar y dar cabida a la remembranza, a la aceptación de nuestras fallas, errores y omisiones. Es el territorio humano para la reconciliación, para la compasión, para la reflexión sin excusas ni pretextos; para aceptar la falibilidad y la fragilidad humanas. Es la condición para valorar todas las formas de amor que hemos experimentado, para sentir la vida en su totalidad y con su única certeza.

Helen Mirren, actriz inglesa, apuntó: “La madurez no significa ganar un debate; se trata de saber cuándo un debate no vale la pena. Significa entender que tu paz interior vale más que demostrar algo a alguien que ya ha decidido que no va a cambiar de opinión. No todas las batallas merecen ser libradas; no todos merecen una explicación. A veces, lo más sabio que puedes hacer es irte, no porque no tengas nada que decir, sino porque sabes que algunas personas simplemente no están dispuestas a escuchar. Y esta carga no es tuya.”

Esta manera de ver el otoño es también la condición necesaria para intentar entender el amor y aceptar que “El amor recíproco es difícil de encontrar. Y de mantener. He aprendido que su máxima manifestación es no tener miedo a perderlo, porque entonces permaneces con la otra persona desde la libertad, no desde la posesión ni la necesidad”, como lo dijo Mónica Soto Icaza.

Es entonces cuando tenemos la oportunidad de experimentar el amor en todas sus dimensiones, en las que la amistad toma una relevancia que va más allá de la simple compañía.

Saber que se puede estar solo, pero no sentirse solo, y que esa condición personal es la que nos permite estar con los demás sin perder el tiempo, apreciando a las personas que queremos y amamos, sin dejar de ser uno mismo, sabiendo poner límites y expresando nuestras demandas y deseos con claridad.

También el otoño es el espacio que podemos brindarnos para hacer balance, corte de caja, afinar lo que deseamos lograr, experimentar y dar valor a lo que hemos hecho. “Si me preguntan qué es el éxito, respondería que viví, amé y respeté, y fui respetado por los otros a los que amé y respeté. El éxito de una vida completa es el éxito en las relaciones humanas. Una vida sin amor habrá sido desastrosa”, escribió Tzvetan Todorov, filósofo búlgaro-francés, quien nos pone en el contexto de ser estando con los otros y del sentido del amor en todas sus expresiones.

Uno de los sentimientos que nos hace humanos es la piedad, concepto que alude a lo que inspira compasión, misericordia y ternura. Hace ya dos años somos testigos, sin filtro, del genocidio en Gaza. Las voces del mundo, la gente en la calle y muchos gobiernos están tomando decisiones para detener el abuso de un país que no tiene piedad. Quien no tiene piedad no tiene consciencia.

El escritor Stefan Zweig señaló en una de sus obras: “Hay dos clases de piedad. Una, débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón para liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena; es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la compasión desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá”, lo cual hoy nos pone en la tesitura de sentir con el otro, dejándonos tocar por el dolor del prójimo e invitándonos a actuar en favor de quienes sufren y mueren injusta y despiadadamente.

En este octubre nos vendría bien tener una mirada crítica, más allá de ideologías, para rescatar la capacidad de darnos cuenta y tomar consciencia de lo que está pasando en el mundo.

Eduardo Galeano denunció: “Los dueños del mundo lo están convirtiendo en un matadero y en un manicomio. Ellos dicen que la condición humana es así. Puede ser. No sé. No me convencen. Si nuestros abuelos más remotos hubieran sido como somos ahora, no hubiéramos durado ni un ratito en el mundo. Ellos sobrevivieron porque supieron compartir la comida y defenderse juntos. No se aniquilaban entre sí. Las hormigas tampoco, y por eso, insignificantes como son, pesan ahora tanto como todos nosotros sumados. No se matan entre ellas. Nosotros sí. Hemos perdido la memoria de la solidaridad.”

Entre todo, también es cierto que uno desearía llegar a la madurez otoñal con la posibilidad de vivir en paz y sintiéndose humano, sabiendo que los demás están bien, que las personas que queremos y amamos tienen lo necesario para ser ellas en libertad. En un tono personal, me apropio del deseo de Ame Arcos: “Yo me iría a un sitio cerca del mar. Donde aniden los pájaros y sople el viento. Un sitio que huela a salitre y silencio. Me iría a un sitio antiguo, pero no para escapar, sino para saborear la vida. Una casa bonita y sencilla, con una cafetera y pequeñas comodidades sin ostentación. Iría al mercado en una bicicleta, llenaría mi cesta de naranjas, fresas, pan y queso. Una siesta y un buen vino, recogerme el pelo con una cinta. Llevaría un vestido suave y ligero. Sandalias en los pies y pecas en la piel. Escribiría de madrugada. Vería anochecer. Dormir con el sonido del mar, soñar que vienes y me encuentras, y no hacemos más que reír, vivir y ser afortunados… Despertar, y que pueda ser verdad.”

En este otoño también refrendo las palabras de José Saramago, que expresan esa disposición de estar para los otros y para ser uno mismo, desde el reconocimiento de la importancia de saber que alguien piensa en uno: “Llámame cuando quieras, cuando te apetezca, pero no como alguien que se siente obligado a hacerlo, esto no sería bueno ni para ti ni para mí. A veces me pongo a imaginar lo maravilloso que sería que me llamaras sólo porque sí, simplemente como alguien que tenía sed y fue a beber un vaso de agua, pero ya sé que sería pedir demasiado, conmigo nunca tendrás que fingir una sed que no sientes.”

En este octubre, y en los octubres que vendrán, la consciencia de sí mismo es parte del caminar por las estaciones del año y de la vida. Una vía de acercarse a la vida otoñal es la poesía.

Uno mismo construye reflejos.

Uno mismo inventa la muralla,

el hueco o la grieta por donde deslizarse.

 

Uno mismo se ata,

se queda,

salta o se desata.

 

Uno mismo es ceniza y llama,

luz o sombra,

sol y bruma,

caída o vuelo.

 

 Iván Rohe

 

Poesía…

No leemos a otros:

nos leemos en ellos.

 

José Emilio Pacheco