“No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados.” Jorge Luis Borges
“Somos una casualidad llena de intención.”
Mario Benedetti
“La profundidad de la oscuridad a la que puedes descender y aun así vivir es una medida exacta de la altura a la que puedes aspirar a llegar.”
Plinio el Viejo
“No te confundas. Si te trato bien y no lo mereces, el trato no es por quién eres, es por quién soy.”
Gisela Gilges
“A quien ha caminado en el infierno, no le encantas con frases hechas, no lo doblas con juicios rápidos, no lo sorprendes con palabras ni lo asustas con tus fantasmas. Quien ha visto el fondo tiene raíces profundas, los pies bien plantados en el suelo que ha tenido que domar y un corazón que sostiene.” Matteo Sinatti
“Necesitas límites mentales. Necesitas no esperar. Necesitas no esperar nada de los demás. Necesitas no traficar con tu dolor. Necesitas orgullo y soledad. Necesitas orden. Necesitas poesía.” Alejandra Pizarnik
“¡Qué importa que mi cuerpo se marchite, si conoció el amor! Y que importa que los años pasen todos iguales. Yo tuve una hermosa aventura, una vez… Tan sólo con un recuerdo se puede soportar una larga vida de tedio.” María Luisa Bombal
“Esta noche quisiera gritarle al viento cuánto te extraño, y que el viento te envolviera en una suave y cálida brisa que te hiciera saber que soy yo. Pero esta noche tengo más lluvia que viento…” Ma. C. Hernández
“Este mundo está poblado de olvidos, de amores ciegos, de nostalgias sordas y de besos no dados. En alguno de ellos está nuestro ayer.” Germán Renko
“Que el mundo no te arrebate, la pasión que desprende tu mirada…” Lia Risco
“No es suficiente para mí, vivir de recuerdos…Quiero vivir para recordar…” Raquel Beck
“Claro que creo en los sueños. Soñar es esencial, puede ser la única cosa real que exista.” Jorge Luis Borges
“Tal vez el verdadero propósito de mi vida sea que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y universal, haciendo que mi existencia se funda con las vidas y las cabezas de otras personas.” Annie Ernaux
“Hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día. La paz sin la cual el pan es amargo.” Amado Nervo
La velocidad, aderezada de inmediatez, va dejando en el pasado mucho de lo que somos, de lo que hemos vivido y, aún más, va alejando del presente la historia humana. Si bien la cultura y sus productos culturales —como el lenguaje, con todas sus expresiones artísticas y científicas—, aunados a la diversidad de narrativas y múltiples tramas ancladas en tradiciones y rituales, incluyen de manera más que creativa una serie de mitos y creencias que, al final de cuentas, crean una especie de presente subjetivo que pareciera no tener raíces ni fundamento.
Esto hace que se viva en lógicas por demás banales y, por tanto, desechables, en las que la información se vuelve obsoleta en instantes, y donde la posibilidad de inscribir los sucesos en un proceso histórico se convierte en un deseo arcaico para quienes aún creemos que la historia es un “no al olvido”, y que vivir no es solo estar en el mundo, sino poder dar sentido a la existencia humana: ser, siendo y estando con los demás.
Tomo el caso de la lectura en estos tiempos. La lectura que hoy se practica es más un ejercicio mecánico, donde solo se decodifican signos, pero no se comprende el contenido. Las y los lectores no entienden lo que leen y, aún más, esa lectura está, la mayoría de las veces, fuera del contexto de lo que se narra o explica.
Pareciera que se reduce a códigos breves que dejan de lado lo que se siente, y se evita pensar sobre el contenido. Es vaciar de sentido y significado lo que las y los escritores quieren decir o transmitir, y que ahora se comunica con imágenes acompañadas de descriptores inocuos y sin sentido.
Leemos en silencio. La lectura en voz alta, que dota de énfasis a lo que se lee, es cada vez menos frecuente en las aulas de educación básica, y casi totalmente ausente en la educación media superior y superior.
La prosodia ya no se enseña, como también se dejó de enseñar la lógica. Leer sin imprimir el tono que la escritura conlleva —esto es, la fuerza y el matiz del contenido— convierte la lectura, valga la analogía, en una línea recta vista en un monitor que registra la frecuencia cardiaca de un paciente, sin marcar la sístole y la diástole de su corazón. Es igual a estar muerto. Leer sin sentir y sin pensar es también como morir.
Yo sé que no hay olvido. Nadie olvida nada; solo creamos mecanismos para no recordar. La actual sociedad de consumo busca mantenernos entretenidos: consumiendo, viendo, escuchando, trabajando, pensando en lo inútil, en lo vano, en lo innecesario.
Atentos a marcadores deportivos, inmersos en una insaciable búsqueda de sentido de pertenencia en identidades cambiantes creadas como mercancías: siendo fanáticos o seguidores de equipos, marcas, influencers, modas, cantantes, grupos musicales, e incluso de un espectro de religiones, partidos políticos e ideologías.
La historia es más que recuerdos: es una revelación, si hay pensamiento analítico y pensamiento crítico de por medio. Ambos tipos de pensamiento —donde se funda la independencia, la voluntad, la autonomía, la razón y la libertad del ser humano— no se promueven, no se enseñan, y no se ejercitan desde el “no al olvido”.
Luciano Ligabue, músico, escritor y cineasta italiano, escribió:
“Yo creo que las personas no se olvidan. No puedes olvidar a quien un día te hizo sonreír, a quien te hizo latir el corazón, a quien te hizo llorar por horas enteras. Las personas no se olvidan… Cambia la forma en que nosotros las vemos, cambia el lugar que ocupan en el corazón, el lugar que ocupan en nuestra vida. Hay personas que han sacado lo mejor de mí, sin embargo, ahora entre nosotros hay solamente un simple ‘hola’. Hay personas que, a pesar de haberme hecho derramar lágrimas, de haberme destrozado la vida… me han enseñado a vivir, me han enseñado a ser lo que soy. Y aunque hoy entre nosotros solo haya una sonrisa o un simple ‘hola’, serán para siempre parte de mi vida. Yo no me olvido de nadie. No me olvido de quien tocó con la mano, al menos por una vez, mi vida. Porque si lo han hecho, significa que el destino quiso que me encontrara con ellos antes de seguir adelante.”
Así como en lo social, en la esfera personal, en el mundo privado, no hay olvido. Hay muchas formas de evadir la realidad y la historia, y también formas de integrar nuestras experiencias de vida entre vínculos afectivos, interacciones sociales y prácticas cotidianas. La vida es también memoria, y tiene un sentido profundo desde la autenticidad y el conocimiento de uno mismo. Al final, lo que se añora —lo que se convierte en nostalgia— y aquello que no se quiere recordar se encubre. El olvido no es una falla, es un proceso y un mecanismo complejo ligado a las formas en que opera el inconsciente para protegernos de la ansiedad, la culpa, la vergüenza o el dolor. Si se abordan los recuerdos reconociendo que el olvido es un deseo para evitar el dolor que producen las decepciones, los eventos traumáticos y los conflictos, los recuerdos dejan de pesar, de doler, y abonan a la liberación personal dentro de un proceso subjetivo que apela al valor de conocernos con profundidad.
Almudena Grandes, escritora española, dijo:
“Hasta las personas más valientes, las más justas, las más honradas, interpretan la realidad de acuerdo con sus propias ideas sobre lo que es bueno y lo que es malo, lo que desean, lo que temen, lo que creen, lo que detestan. Y al hacerlo, fabrican su propia realidad.”
Lucía Herrera Quiroga describe una realidad humana que apunta a vivir sin el olvido, porque implica poder vernos en la justa dimensión de nuestra historia:
“Hay silencios tan hondos que terminan gritando.
Hay vacíos que no se llenan, se honran.
Hay insomnios tan suaves que se sienten como un sueño profundo.
Porque cuando eres tú quien observa, hasta el lamento más intenso se vuelve sagrado…”
Es cierto que lo que nos define como humanos es la falta, la contradicción, el deseo que se convierte en objeto y que se busca; una conciencia vicariante en la que la memoria se imbrica con el olvido y crea la trama subjetiva de los recuerdos. Lo que recordamos, por ejemplo, de nuestra infancia, ya no es una copia exacta de lo vivido, sino una reconstrucción influenciada por nuestros deseos, miedos, afectos y experiencias posteriores. Pero lo real es que no hay olvido.
Marysol Conrado escribió:
“Tengo en mi habitación un baúl pequeñito con pedacitos de mi memoria descompuesta. A veces lo abro y, por un ratito, guardo también en él mis dolores de rodillas, los sudores locos que a veces me impiden tomar la siesta y mi desgastado delantal manchado de tristezas… Con cuidadito la tapa vuelvo a cerrar.”
No demos cabida al olvido. Hagamos historia, aprendizaje, memoria personal y colectiva. Las posibilidades para la vida humana se van reduciendo significativamente, envueltas en las dinámicas del progreso y del desarrollo económico sin límites para unos pocos. El “no al olvido” puede ayudarnos a encontrar eso que se fue diluyendo y escondiendo en la trayectoria de vida, hecha de retazos de recuerdos, emociones y sentimientos descubiertos en el caminar.
Louise Erdrich dice con clara profundidad:
“La vida te romperá. Nadie puede protegerte de eso, y estar solo tampoco lo hará, porque la soledad también te romperá con su anhelo. Tienes que amar. Tienes que sentir. Es la razón por la que estás aquí en la tierra. Tienes que arriesgar tu corazón. Estás aquí para ser tragado. Y cuando suceda que estás roto, o traicionado, o abandonado, o herido, o la muerte te roce demasiado, siéntate junto a un manzano y escucha las manzanas caer a tu alrededor en montones, desperdiciando su dulzura. Entonces dite a ti mismo que lo intentaste tanto como pudiste.”
Tavo Ridriaz pone en el tiempo las consecuencias que nos atan en la vida y que reclaman hacernos cargo de nosotros mismos como una totalidad humana y subjetiva:
“El tiempo hace su trabajo: confunde, anula, deshace, mezcla, borra, enmascara. Pero hay un tiempo propio, personal, ajeno al calendario y al lento discurrir de las horas. Quienes no sabemos prever el calendario de las emociones disculpamos la tardanza del corazón como una brújula muerta, y dejamos que nos maneje a su ritmo con implacable cadencia. A veces acelera y nos conduce ciegos, y otras se demora y su lentitud nos desespera. Por eso existen momentos de fuga y eternidad, para compensar los vacíos vitales en los que el tiempo nos arrolla sin compasión.”
En el “no al olvido” está la oportunidad de alcanzar a vivir en plenitud, con todo lo relativo, contextual y condicional que ello implica, y con el desafío de conocernos sin reservas y sin miedo a la verdad, al dolor, al odio, al ridículo, a la muerte y al amor:
“Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.
Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.
Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.
Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.
Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo.”— Ernest Hemingway