La ya anunciada etapa de la Reforma juarista trajo consigo el movimiento de “los heroicos esfuerzos de nuestros padres [que] conquistaron la independencia de la nación”. El archiduque de Austria Fernando Maximiliano tuvo que pasar su propio via crucis y con éste se insertará a la historia nacional. En 1864 viajó sin la compañía de Carlota Amalia su esposa al interior del país para reconocer su Imperio.
Con la archiduquesa mantuvo una “correspondencia original” donde “se presenta en sus cartas como el soberano que está por encima de los hombres y las cosas y tiene todas las situaciones bajo control. Describe con gran satisfacción las entusiastas recepciones que le tributaban durante sus viajes, los bailes y banquetes con la alta sociedad, sin percatarse del oportunismo de los círculos que medran en el Imperio.
La correspondencia ofrece chispazos y apunta detalles significativos, no sólo de los lugares que visita sino de la gente que le rodea y del tan “repudiado” liberalismo del Emperador. Le escribe a Carlota el 20 de septiembre desde Guanajuato:
“Ángel bienamado:
Desde ayer estoy en el bello y simpático Guanajuato, donde el entusiasmo de la población ha superado al de cualquier otra parte. (…) El 17 de este mes hicimos una cabalgata de 10 horas por la hermosa Sierra de Guanajuato, por un camino de mulas muy peligroso y terriblemente malo. El paisaje es del todo como el de los Alpes y Apeninos con bellos bosques, cascadas y rocas.— La vista de Guanajuato y El Bajío desde lo alto de la sierra es completamente italiana”.
Tres días más tarde, el 23 de septiembre, anota:
“Ángel bienamado:
(…) Acabamos de llegar de nuestra excursión por las minas, que fue infinitamente interesante y hermosa. Las vistas desde las distintas cumbres de los montes, lo mismo que El Bajío, son realmente maravillosas, como los parajes más bellos de Sicilia.”
Luego, en una hacienda cercana a León el 28 de septiembre le dice:
“Ángel bienamado:
Anteayer muy temprano en la mañana abandonamos, tras una estancia de más de 8 días, la bella y simpática Guanajuato y cabalgamos hacia Silao a donde llegamos ya a media mañana. También aquí tuvimos un recibimiento infinitamente cordial.
Ayer salimos de Silao hasta aquí, una hacienda medio en ruinas, para descansar y pasar la noche y cabalgar hoy, hacia las 8:30, hacia León. Allí estaremos de nuevo unos cuantos días, ya que es una importante ciudad de 104 000 habitantes, la más poblada después de México. (…) Uraga me dará una gran fiesta, lo que también es bastante notable”.
Para el 30 de septiembre Maximiliano vuelve a escribir a su ángel bienamado después de haber permanecido tres días en la ciudad y va rumbo a Morelia. Le cuenta con entusiasmo:
“(…) De nuevo, el recibimiento en León fue desusadamente cordial y, como ya sucede gracias a Dios en todas partes, de ambos partidos. La ciudad es desmesuradamente grande y está situada en un bonito lugar, de nuevo muy italiano, el clima cálido y agradable.
Ayer tuvimos una gran fiesta con Uraga, que en verdad fue muy bonita y del todo europea. Primero la cena en su bonita y fantástica villa; te envío el menú original. Desde los balcones teníamos una vista paradisiaca sobre el gran jardín enteramente como en Nápoles con el mismo cielo cálido y azul. Durante la cena, buenas orquestas tocaron melodías mexicanas. Después de cenar hubo tertulia, se iluminó el jardín y por último se bailó al aire libre bajo las frondas, lo que resultó de veras extraordinario.
Mientras más al norte se viaja, más alegre, libre y bonita es la población; las mujeres de León son tan bellas y agradables como las andaluzas más bellas. Aquí encontrarás damas de palacio como no las tiene ninguna otra soberana en el mundo. Además las damas se visten mucho mejor que en México y hablan más amable y cordialmente; nombré al hijo de Uraga mi oficial de ordenanza, lo que conmovió mucho al viejo.— En la gran cena de hoy, me sentaré entre Uraga y Vidaurri. Por la noche será la gran tertulia ofrecida por las damas de León.— También aquí habrá que cambiar las autoridades. Hoy terminé con el golpe de estado.—”.
Dentro del “golpe de estado” Fernando Maximiliano asesta uno que, mucho más allá de molestar a los liberales de la época, asusta a los conservadores. El temor de estos es por demás una angustia que aumenta las dudas sobre si será el gobernante indicado para México —tanto para Napoleón III como para algunos integrantes del grupo conservador—. En la correspondencia de la pareja imperial en México Konrad Ratz hace una notación a la carta arriba citada: “En la siguiente carta desde León de los Aldamas, Maximiliano guarda silencio acerca de la broma que se permitió allí al hacer tocar la canción Los Cangrejos, tan ofensiva para los conservadores y prohibida por el gobierno imperial. Desde luego, lo hizo para ganarse a los liberales, que por lo demás en su mayoría permanecieron fieles a Juárez”.
Efectivamente, el Emperador en León canta la palinodia: se retracta de dicha prohibición. El profesor Gregorio Torres Quintero lo relata que: “(…) el emperador dio desde muy pronto a conocer sus antipatías hacia los reaccionarios. Y buena prueba de ello es que, habiendo continuado su viaje, llegó a León. Allí supo que la autoridad había prohibido la canción de los cangrejos, compuesta por los liberales y en que se injuriaba a los reaccionarios; súpolo Maximiliano, levantó la prohibición y ordenó que la tocaran mientras él almorzaba”.
Coro
Cangrejos, al combate,
cangrejos, a compás
un paso pa delante,
doscientos para atrás.
Estrofra
Casacas y sotanas
dominan donde quiera,
los sabios de montera
felices nos harán.
Estribillo
¡Zuz, ziz, zaz!
¡Viva la Libertad!
¿Quieres Inquisición?
¡Ja-ja-ja-ja-ja-ja!
Vendrá “Pancho membrillo”
y los azotará.
[fragmento]
Los liberales leoneses entonces cantaron esta pieza a Maximiliano, a las puertas de la finca de don Ángel Bustamante —hoy Hotel Ramada— y él, para acercarse a ellos, permitió sin temor alguno siguieran con el viaje. El emperador a la sazón ganó simpatías liberales y más aún, perdió filiaciones conservadoras y de allí su efímero Imperio donde comenzó su otro viaje a la cita apalabrada.