Más de los paraqués del teatro en León

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

Una tesis, a veces, es un mar de incertidumbres que marca ciertos intersticios que merecen ser revisados concienzudamente. Un ejemplo claro es el libro El teatro en Guanajuato. La destilación del ritual escénico: la memoria de lo efímero de Nazaret y Salvador Estrada Rodríguez y Eugenio Trueba Olivares publicado bajo el sello de Ediciones La Rana.

En dicho trabajo se habla “de buscar la parte tangible de la herencia (además de intentar) recuperar la memoria perdida y sentar las bases para el surgimiento de nuevas generaciones de creadores conscientes de su pasado y su responsabilidad ante el futuro”. 

Allí mismo se da cuenta de los que emigran (González Caballero, Ibargüengoitia, Mendoza) y los que inmigran (Ruelas que desemboca en los Entremeses cervantinos; Gaona con la consolidación del Teatro Universitario) van formando el espacio vital de las artes escénicas fuera y dentro del estado. Los nombres van y vienen y repercuten sobre el entarimado del escenario guanajuteño.

Pero surge una pregunta justa ¿dónde quedan los creadores leoneses y sus agrupaciones? El libro menciona sólo, por orden de aparición los siguientes:

  • Enrique Jiménez de La Floración del Mezquite
  • Óscar Garduño y Laura Madrid de Los Tiliches del Baúl
  • Xavier Ángel Martí de Teatro Libre
  • Javier Avilés (Ortega) de Luna Negra

¿Por qué cuatro compañías y cinco creadores aparecen citados? ¿Acaso son los únicos que han sobrellevado el sube y baja de las artes escénicas? A grandes rasgos si revisamos la historia escrita nos dice que sí en algunos casos. Pero ¿dónde queda una agrupación como Dante recién homenajeada por sus 60 años de constante labor en el arte escénico? Y qué decir de Cirilo Pérez Nila, actor leonés que a finales de la década de los sesentas se convirtió en el primer payaso de la ciudad, “Cascarita”.

Un testimonio sobre el Grupo Dante en voz de Eulalio Nava nos revela la labor del director Ricardo Salceda. Cito:

“La labor de Ricardo Salceda ha sido terca y obstinada. Él es una pieza del quehacer teatral de León. Su trabajo ha encarnado esa función que ha tenido este arte desde siempre: curar el alma. El resultado de su trabajo tal vez no es perfecto, pero sí completo”.  

No sé si los investigadores del libro supieron esto, pero bien merece un estudio particular para preguntar ¿cuál ha sido la escuela que han dejado? ¿Dónde y cómo se formaron y qué puestas en escena con trascendencia realizaron? ¿En dónde estaba la “comunidad teatral” que nunca reconoció o supo hasta hoy de su existencia? ¿Para qué un homenaje tardío a quienes dicen querer lo nuestro, (ya sea) bueno o malo? La historia ciertamente es la esencia de innumerables biografías (Carlyle, dixit) pero los parámetros para ser objeto de estudio no son del todo identificables. El trabajo habla por sí mismo, dicen algunos.

El caso del grupo Mito es importantísimo y de una clave necesaria para comprender el para qué del Teatro leonés, así como la primigenia Muestra –MUTEA–, el maltrecho Concurso y el desgastado Encuentro.

A finales de los ochentas Mito gana el primer lugar de la Muestra Nacional de Teatro en Monterrey. Maribel Carrasco es la figura representativa del hecho. Es una más de las emigrantes que viajan a la provincia ampliada, la Ciudad de México, para ahondar en su ser y quehacer teatral. Su testimonio es recurrente y nos ilustra al respecto. Cito:

“Hace quince años, comencé a descubrir el universo del Teatro, en la ciudad de León y de ese entonces a mi regreso, la ciudad ha cambiado tanto… para mi sorpresa que fue tan grata, existe movimiento teatral, se han formado nuevos grupos, actores, directores y también ¡Hay público! Eso es genial, habla de una actividad continua, habla de que los grupos siguen trabajando y han creado sus públicos, porque en cada función pude ver gente distinta, no eran los mismos teatreros los que solo asisten al teatro. Eso me ha emocionado mucho. Ver el Teatro (de) Doblado con tanto público, casi en su totalidad, con una obra local, era algo que no se veía entonces.

Además, hay algo que quiero remarcar, se percibe movimiento, se percibe búsqueda y experimentación. Puedo asegurar que hay de donde buscar, hay un gran semillero de buenas actrices y actores también. Quiero decir también que sobre todo los directores jóvenes están abriendo brecha en el teatro leonés y esos es maravilloso y quiero hablar del trabajo de Javier Avilés y Javier Sánchez, quienes tienen ésa gran aptitud del teatro: La inquietud, la búsqueda, la inconformidad, el riesgo. Ahora bien, pienso todavía hay mucho por andar y por experimentar, hay mucho por aprender y hacer y sé que éstos dos creadores seguirán en esta búsqueda y ojalá desarrollen su trabajo en León. Para ello, se requiere de apoyo institucional, pues bien vale la pena hacerlo”.

Este testimonio corresponde al año 2001 cuando Maribel Carrasco participó como Jurado, junto con Xavier Segoviano (venido de la Ciudad de México) y Mariana Torres (venida de la ciudad de Aguascalientes), en el Concurso de Teatro Leonés. De alguna manera este año es el parteaguas total del Teatro leonés. Más adelante lo abordaré señalando algunos detalles para sustentar mi afirmación.

Como ya lo anoté Mito formó parte de esa maraña histórica para comprender los paraqués del teatro local. Lo curioso es que un hecho tan trascendente –como ganar una Muestra Nacional– no haya sido consignado en el libro de marras y mucho menos la fugaz, pero importante, trayectoria. Tal vez, y esa es una explicación justa, a los investigadores no les interesa el llamado site specificity o sea volver (vuelta, sería la traducción correcta) a lo local para reafirmar una historia guanajuatense y no simplemente guanajuateña. Pero sin duda abren esa posibilidad de resarcir esos grandes olvidos.

Así sucede con el caso de Eulalio Nava y su Teatro Independiente con una sólida trayectoria (ahora con Las Hermanitas Trueno) pero que tampoco es señalada en los anales oficiales de la historia.

Si me preguntaran a quién o a quiénes se debe homenajear por trayectoria dentro de la “comunidad teatral” cómo directores estos serían sin duda Xavier Ángel Martí, Javier Avilés, Javier Sánchez Urbina, Eulalio Nava y por supuesto Maribel Carrasco y Armando Holzer. Y esto lo digo sabiendo no sólo su capacidad individual sino también la escuela que han forjado para beneficio de la ciudad como colectivo si me permiten utilizar esta expresión, aunque su trabajo sea disímbolo y a veces distante entre uno y otro.

Es precisamente ese colectivo junto con otros creadores que se reunieron de manera sistemática en el 2001 –otra vez aparece el año del parteaguas– para detallar en un documento denominado Diagnóstico teatral los paraqués del teatro.

Dicho estudio fue provocado por las instancias oficiales, Instituto Cultural de León, ICL y el Estatal de Cultura de Guanajuato, IEC quienes urgidos por saber cómo responder a esos paraqués lo solicitaron. Entre otras cosas soñaron (y sueñan) con mantener una compañía local y estatal de teatro que los represente en México y en el mundo.

El documento fue trabajado de manera plena. Por vez primera los directores de las agrupaciones y compañías del teatro leonés generaron a través de la acción-reflexión-acción tan importante diagnóstico.

La respuesta de las instituciones fue tajante: primero hubo felicidad y complacencia pues sabían en dónde fallaba la estructura y podían corregir; segundo sabiendo la falla no hicieron mucho, sólo la tendencia de tallerismo, calificada así por Armando Holzer, quien afirmaba que “si en tu propia realidad el taller no tiene aplicación, pues no tiene caso. Por ejemplo, hay un taller de luminotécnica, pero luego no puedes utilizar las luces y el foro del Teatro (de) Doblado o el María Grever…”.

Cabe puntualizar al respecto que Javier Avilés Ortega en una carta dirigida a Alicia Escobar Latapí, directora del ICL, el 4 de junio del 2001 decía:

“Para qué una “Escuela de Teatro”, como a ustedes les encanta decir en voz alta, si ustedes solitos se meten el pie con este tipo de acciones que solamente no ayudan a fomentar la actividad teatral, sino que también no promueven en nada la misma actividad. Espero que se estén dando cuenta de lo difícil que les va ser CONSTRUIR un panorama apto para una ESCUELA DE TEATRO.

Cuál es el impulso que se le está dando a la actividad teatral con este tipo de estímulos. Los grupos independientes estamos luchando a brazo partido para poder subsistir y ustedes con la mano en la cintura toman decisiones que afectan a nuestro proyecto de vida. ¿Me pregunto si ustedes tienen un proyecto de vida en el ICUL? Espero que sí”.

La preocupación constante de los teatristas leoneses los ha llevado a remar contracorriente no sólo con las instituciones oficiales. También ha provocado la ya de por sí rivalidad natural entre ellos. Algo que es sano para un movimiento. Pero si no se mantienen reglas exactas y justas de competencia creo que se llega a declaraciones donde se ofrece que hay que ver todo y apoyar lo bueno y lo malo porque es lo nuestro. O sea, la simpleza del site specificity. Algo que la instancia oficial realiza y promueve sin tener visores sensibles y que provoca además la nulidad de una política cultural adecuada con respecto a las artes escénicas. Holzer lo remarca:

“(…) nos preocupa que las declaraciones de funcionarios, vayan encaminadas y se note el desconocimiento de la realidad cultural de la ciudad. Es un mal reflejo y habla que posiblemente la institución necesite ‘sensibilidad’ o no tenga una política cultural adecuada. Al menos esa impresión nos da”.

Para concluir este apartado quisiera hacer una analogía singular que servirá de ejemplo. Tengo casi cuarenta años de ser un lector asiduo, constante y estudioso de la obra de Octavio Paz. El afirmarlo me da un gusto pleno, pero es un gusto y placer individual. Por lo tanto, si la comunidad lectora quisiera llamarme a cuentas tendría que demostrar a través de alguna acción concreta y por supuesto recurriendo a la historia (y no a la simple anécdota y crónica vana) mi especialización en la obra del poeta mexicano.

El tener esos años como leyente de Paz no me da derecho, ante los lectores, para recibir un reconocimiento por mi trayectoria como lector. Insisto, tendría qué demostrarlo a través de una obra maestra: poesía o ensayo. Tal vez pudiera recurrir a algunos poemas primigenios que escribí en su honor a los diecisiete años o posiblemente convoque a algún amigo que me vio leer en esa época y de paso leer en voz alta –antes se le decía recitar– para un concurso en mi segunda instrucción. En fin. Diría que a las pruebas me remito. Pero ante la comunidad lectora, por cierto, como entidad inmediata pero dispersa, no merezco tal homenaje. En su defecto tendría, dicha comunidad, que convocar abiertamente a los interesados en proponer algunas candidaturas. Yo propondría a tres personajes locales: el Padre Jesús García, O. P., al Profr. Javier Hernández, al poeta Francisco González y al abogado Alberto Juárez por su atinada y atenta capacidad lectora del poeta referido.

Bien. Todo este vericueto para decir que el papel del “promotor cultural” institucional no hace coincidir los intereses y necesidades sociales con los planes y programas de la institución en la que presta sus servicios.

El dejar que el promotor independiente le resuelva sus tareas es preocupante y nos obliga a decir que se sigue cayendo en los mismos ritos.

Continuará…