Los juegos no jugados: celajes y ensueños en León

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

En las postrimerías del siglo XIX, como aceptando las plegarias de la transformación, los leoneses guardaron sentido al movimiento estético que ya de por sí, desde la hornada del jefe Político coronel Octavio Rosado, se instaló y llegó para quedarse. Si para marzo de 1869 la primavera engalanaba las festividades de la administración municipal; en el siglo XX la metamorfosis del primer cuadro de la Ciudad para Luis Long desveló, a manera de enlace cultural, una nueva estación del tiempo.

“Monstruo de la Modernidad” le llamó a este lugar del tiempo el doctor Pascual Aceves Barajas quien, como bien consigna el historiador Mariano González-Leal, “citando a otro autor, [son parte] de los edificios que honran y salvan una época”.

De lo anterior se suscita, para la reflexión histórico-literaria aquel vetusto, pero asociado canto que la musa transfigurada, es decir, la popular vertió: “De León, pueblo redrojo,/ quieren hacer capital;/ a la que antes era Villa/ hoy le nombran gran ciudad;/ a la antigua Compañía/ ya le dicen Catedral;/ al Mesón de las Delicias/ Palacio Municipal…/ ¡A todo le llaman cena,/ aunque sea un taco con sal!//”.

Pero volvamos la vista a los posibles juegos no jugados: celajes y ensueños en León.

Si el antiguo Coligallo, otrora Plaza de Gallos hoy Centro Cultural promovido por la alcaldesa María Bárbara Botello Santibáñez, sirvió para ejercer a satisfacción una especie de fantasía popular; el llamado Casino Español en el siglo XX devengó la imaginería de los mortales en la longevidad del Azar y la Fortuna, dioses dominantes, potentes, que influyeron a plenitud, en el campo de batalla del esparcimiento leonés.

Así pues, sobre los bajos y altos del Portal (de) Aldama todavía se puede ver “el conjunto” (…) con la obra del Casino Español, su conjunto habitacional y la casa morisca ubicada en el número 106 del pasaje Catedral” (arquitecto Salvador Zermeño dixit).

1905 es el año que registra el remate principal del inmueble. Es también el año en que la presa de los Castillos estuvo plétora de agua. La misma que seguro viajó como nube y se dejó caer sobre Silao y Guanajuato provocando grandes inundaciones mismas que filmó el ingeniero Salvador Toscano pionero del cinematógrafo en nuestro País.

Es el año de la fabricación de la banca donde ahora sienta sus reales Luis Long hecho escultura por el artista laguense Carlos Terrés vecino nuestro.

Es entonces, el año del principio de las fiestas de un empeño probable para alargar el juego. Que, si bien permaneció de manera proverbial muchos años repartido entre el mercado del Parián y las llamadas Fiestas de Enero, con la lotería del señor Sabido y la feria con su jugada ―de cartas, de peleas de gallos y de carreras de caballos―, de manera respectiva; no fue sino hasta la instalación del Casino donde el ingenio y la astucia engendraron a muchos penitentes que, como las Danaides, llenaron un tonel sin fondo.

Por cierto, yo recuerdo bien otro Casino, también español, que sobre el bulevar Jaime Nunó en la colonia León Moderno, ahora Mariano Escobedo, sirvió como areteé, quiero decir, noción en marcha, o virtud moral; pues dicho lugar acogía a otra parte de habitantes leoneses que gustaron, por los años setentas del siglo pasado, ser modernos y jugar otros juegos venidos de España.

El Casino llegó con la insignia de muchos héroes. En sí es un héroe de la identidad citadina. Su culto, a la manera de los griegos, como bien describe Alfonso Reyes en su Religión griega, “es ya un conjunto de ceremonias públicas, por lo mismo que no se consagra a un miembro de la familia, sino a un jefe místico de la ciudad”.

Sirva como ejemplo del mencionado heroísmo identitario y de pertenencia, para este siglo XXI, una décima del poeta yucateco Liborio Crespo vecino de León: “Como en inmensa esmeralda/ luce engarzado un diamante,/ León se eleva radiante/ del valle en que se enguirnalda//”.