“¿Qué hombre de nosotros nunca ha sentido, caminando por el crepúsculo o escribiendo una fecha de su pasado, que ha perdido algo infinito?” Jorge Luis Borges
“Una vez hayas probado el vuelo siempre caminarás por la Tierra con la vista mirando al cielo, porque ya has estado allí y allí siempre desearás volver.” Leonardo da Vinci
“Sepas lo que sepas, guarda silencio. A nadie enseñarás nada más de aquello que sabe. Y si amplía su saber tomándolo de ti sin estar preparado, será un saber superficial en él y sin fondo. La sabiduría no se regala, se trabaja en el roce con la vida y el sacrificio cotidiano. A aquellos que debas decirles algo, la misma vida los pondrá parejos a tu camino, y andando, los enseñarás a andar.” Abul Beka
“Sabemos lo que somos, pero aún no sabemos lo que podemos llegar a ser.” William Shakespeare
“He aprendido que la gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo los hiciste sentir.” Maya Angelou
“Tu belleza para mí está en qué existes”. Fernando Pessoa
“Hay aire y sol, hay nubes. Allá arriba en el cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces. . . Hay esperanza, en suma. Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar.” Pedro Páramo / Juan Rulfo
“Recordad, somos nuestras propias penas. Queridos míos. Somos nuestras propias alegrías. Y somos nuestros propios remedios.” Huseyn Raza
Las palabras son el lenguaje del alma. La metáfora y la analogía son formas que las palabras toman para nombrar lo inefable y lo inexplicable y ellas, una a una son las que se atreven ir a donde el alma no se atreve a ir sola. Las palabras son soporte y son sombra, son bastón y extensión de lo que deseamos ser y de la forma en que vamos asimilando y acomodando el mundo, ese mundo que se estructura en la conciencia y en el inconsciente como un todo complejo, por demás caótico y la vez sublime.
Desde la palabra somos el otro, ese, que tiene que nombrar lo que es uno y sus consecuencias y lo que va siendo uno en la vida con sus circunstancias. Las palabras son territorio que asume la forma del deseo y de lo que se va sintiendo en la vida. Las palabras son ese refugio que nos protege de nosotros mismos y a la vez nos lanzan al vacío de la propia existencia, con sus interrogantes y sus desvaríos, las palabras vuelan y llegan a los oídos y a los ojos de quienes quieren ser a la vez escuchados, leídos, comprendidos o al menos sentir y saberse acompañados.
Las palabras son tiempo y son evanescentes, entre suspiros y sollozos, entre gritos y silencios las palabras juegan a ser instantes y a la vez quieren ser eternas. La tensión en la fugacidad de los sucesos y la memoria buscan quedarse para habitar entre nosotros. De ahí que las historias trasmitidas oralmente estuvieron habitando los confines de la memoria hasta que llego la palabra escrita, entre tanto el signo, como el significado y el significante dieron paso al desarrollo del aprendizaje, de la curiosidad por nombrar lo aun no nombrado, a la creatividad de jugar con el tiempo para para proyectar el futuro, para amasar el pasado y hacer del presente un sitio para la aventura de vivir, a dar los saltos -necesarios y urgentes- al abismo de lo desconocido y al misterio de la vida misma.
Las palabras han configurado la cultura, lenguajes, que en estricto sentido son la expresión de las prácticas sociales, de las experiencias, del desarrollo de los sentidos y las exquisitas maneras de recrear desde las emociones y de los sentimientos lo que hacemos sobre y desde la realidad material. La capacidad de sublimar las experiencias de vida para construir el amor, la amistad, la solidaridad y de poder expresar los terrores al abandono, a la soledad, al dolor, a los cambios, a la muerte y las preguntas de la existencia como productos culturales que tienen su andamiaje y fundamento en la naturaleza biológica de los seres humanos multiplican y factorizan las posibilidades las formas y maneras de expresar en la palabra, con sus silencios, sus pausas, su métrica, su sintaxis, su prosodia, pautada entre comas y puntos, entre latidos y espacios para inhalar y exhalar y entre la configuración de la imaginación en el lóbulo frontal del cerebro. Las palabras rompen el silencio, Isabel Allende escribió: “Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte: la vida no es más que el ruido entre dos silencios insondables.”
Y entre las palabras esta la falta, ese vacío que hace que busquemos el deseo, que nos permite ir descubriendo la vida misma, aceptando la incomprensión de lo humano, de lo que es la persona en sí: “Me temo que nunca me comprenderás del todo, y por eso, a veces te asustarás, te molestarás o te alegrarás. Lo que me hace diferente es mi vasta vida interior. Me desenvuelvo en ella, por naturaleza. Cuanto más grande y profunda sea esta vida interior, menos me comprenderás. No pasa nada.” dijo Jack Kerouac poeta y novelista norteamericano.
Hace un par de días un gran amigo, muy querido, me compartió un breve poema, lo escribió en inglés y el mismo lo tradujo al español, su simpleza lo hace profundo, su brevedad condensa el estar con otros, la singularidad de quien siente, la biología y la consciencia de si, y la otredad. Lo comparto, sin su permiso, pero también como un elogio a su mirada del mundo puesta en palabras, hecha poema. Esa es la belleza que la poesía nos ofrece y que debe de ser admirada para nutrir el alma.
Away from everything,
I divide my mind.
There is this nigth,
Full of emptiness.
No witnesses around.
Always beetween an abyss and another,
I only exist because you are near.
How trivial is life without you.
Lejos de todo,
divido mi mente.
Hay una noche,
llena de vacío.
Sin testigos alrededor.
Siempre entre un abismo y otro,
solo existo porque estás cerca.
Qué trivial es la vida sin ti.
Es cierto como plasmo Virginia Woolf que “Hay una especie de tristeza que surge cuando se sabe demasiado, cuando se ve el mundo como realmente es. Es la tristeza de comprender que la vida no es una gran aventura, sino una serie de pequeños e insignificantes momentos, que el amor no es un cuento de hadas, sino una emoción frágil y fugaz, que la felicidad no es un estado permanente, sino un raro y fugaz atisbo de algo a lo que nunca podremos aferrarnos. Y en esa comprensión hay una profunda soledad.” Y sin embargo, y asimismo “Con la dulzura se puede sacudir al mundo…” Gandhi.
“Han pasado décadas y nadie llamaría épico a lo que hice, excepto yo, y lo fue. Transformé algo que apenas merecía la pena vivir, en un deseo de vivirlo.” Dijo Stacie Martin y Rainer María Rilke expresó: “Lo que amamos profundamente nunca nos abandona. Puede cambiar de forma, de lugar, de tiempo, pero permanece dentro de nosotros. El verdadero amor es como una marca invisible, grabada en el alma. E incluso si el objeto de ese amor ya no existe, continúa viviendo dentro de nosotros, moldeándonos, inspirándonos. El amor es lo único que sobrevive al paso del tiempo”.
Las palabras nos llevan al descubrimiento de lo que vamos siendo y Juan José Millás lo expresa en dos textos breves de manera genial, y nos recuerda lo que se no se nombra no existe, y lo nombrado toma sentido y significado al poder tener consciencia de sí, que es el reto humano más importante como persona tenemos en el espacio y tiempo que nos tocó vivir: “A veces no me doy cuenta de que me he ido hasta que vuelvo. Para irse no hace falta abrir la puerta, ni bajar las escaleras, ni siquiera moverse del sofá. Se queda uno quieto, con la mirada perdida en cualquier sitio, y desaparece.”
Y de forma poética nos pone en un plano fuera de sí para entonces poder conocernos y encontrarnos y dejando que la vida nos encuentre: “Para encontrar las cosas, lo mismo que para encontrar a las personas, hay que dejar de buscarlas. De ahí que las llaves perdidas aparezcan poco después de que hayamos hecho un duplicado. De ahí también que el adolescente no vuelva a casa el sábado por la noche hasta que sus padres, rendidos, se duermen en el sofá. El hijo pródigo regresa cuando lo dábamos por muerto. El mundo se te entrega cuando renuncias a él. La vida se te ofrece cuando ya no te interesa. Cabría preguntarse si tú mismo eres el objeto perdido de alguien que, al doblar la esquina, más que encontrarte, te reencuentra. Dejemos, pues, de buscar las llaves, las gafas, el amor; de buscar a los difuntos en los rostros de aquellos con los que nos cruzamos en la calle. Y sentémonos a esperar a que den con nosotros, que ya es hora…” Juan José Millás.
Las palabras vuelan y son la arcilla para nombrarnos y para poder ser con y desde los demás.