La propuesta del Plan de Iguala vista desde los ojos de Iturbide

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

¿De dónde nace la ambición particular de Agustín de Iturbide con el pretexto de salvaguardar a la nación? Para el oficial realista, en voz de Lucas Alamán, quien “tenía en sus manos la fuerza” (Lourdes Quintanilla: 1991) hizo la gran maniobra de todo castrense: confiscar el poder del pueblo y con ello conseguir los más sobrados nombres como “Generalísimo-Almirante” para convertirse en la única opción viable de la reconciliación total.

Sigamos al autor de la Historia de México pues contando con “la única autoridad efectiva. De hecho, con este nombramiento la Junta Provisional Gubernativa lo puso en la disyuntiva de convertirse en un Emperador o en un proscrito”.

Con esta estrategia muy definida el lisonjeador, a la postre libertador, logró confundir a la Junta y con ello “entregó a la nación a la incertidumbre de las deliberaciones, generó entonces enteramente nuevo y desconocido en México”.

Es decir, Iturbide, buscó intervenir en todas las decisiones pues, de alguna manera, hizo alarde De la confesión de la propia vileza, Cap. XXXIII del Libro de los Soliloquios del Ánima a Dios de San Agustín: “(…) tarde te conocí, porque tenía una gran nube, y llena de vanidad, la cual me ponía impedimento para que no pudiese ver el sol de justicia y hambre de la noche, y amaba mi oscuridad porque no conocía la lumbre. Estaba ciego y amaba mi ceguedad, e iba a las tinieblas por medio de las tinieblas. ¿Quién restituyó la vista estando asentado en las tinieblas y sombra de muerte? ¿Quién es el que me tomó por la mano y me sacó de tanta oscuridad?”. Pues luego de la liberación de sus tinieblas, su beligerancia se dio en el terreno de las palabras.

A lo largo de la guerra ya tuvo la suficiencia de sus extravíos, errores y crueldades. Buscó en este momento “el furor de gobernar” (Mirabeau dixit) y con ello consiguió el título de “Primer Jefe del Ejército de las Tres Garantías”. Los Iturbidistas están más vivos que nunca pues instalan a un vacilante Emperador que nació, un 27 de septiembre de 1783, bajo el sino del Glorioso Padre San Agustín. Pero tienen confianza en el empeño que pondrá para gobernar por todo género de medios al naciente país.

Iturbide tiene una insinuante conversación. Es de carácter impetuoso. Se le recuerda también por aquella exigencia de azotes “que se supuso haber dado a un individuo, que lo había ofendido de palabra”. Además, por haber perdido “su caudal, que se había formado con sus comercios en el Bajío, y se hallaba en muy triste fortuna, cuando ocurrió el restablecimiento de la constitución, y las consecuencias que produjo, vinieron a abrir un campo a su ambición de gloria, honores, representación, celebridad y riqueza”, bien apunta José María de Liceaga.

Así se da el nuevo orden de cosas, la falta de moderación que había en los causantes del nuevo sistema. Por el Bajío mexicano escuchamos todavía: “Iturbidistas de México, uníos”.

Ahora bien, partamos entonces de la observación hecha por un escritor mexicano a mitad del siglo XIX: “Las revoluciones por muchos años, destruyen la moral pública de los pueblos, desvirtuando o extraviando los dos grandes agentes del corazón humano, el temor, la esperanza, y sobrecargando de dificultades los deberes comunes de fácil cumplimiento en estado de tranquilidad y en un orden asegurado”.

Después vayamos al año 1821 cuando Iturbide pretendía “lograr la Independencia sin derramamiento de sangre” a través de acuerdos con los grupos en pugna pues, en aquel momento, sabía “que como los desórdenes y atrocidades que cometían los insurgentes, hacían imposible ese acuerdo, no quedaba otro arbitrio para la consecución de ese objeto, que acabar primeramente con ellos”.

Así la postura del conciliador del momento: eliminar a los insurgentes para imponer su proyecto de independencia y con ello adquirir, cuenta José María de Liceaga, “una celebridad a la que no habían llegado los hombres que habían figurado hasta entonces en los partidos beligerantes, y el que ella recomiende el conocimiento de su biografía”.

Cabe preguntar entonces: ¿a qué grupo le interesaría renovar las heridas de nuestra Patria, excitando enemistades y rencores que nos alejarían del fin a que debemos aspirar?

La respuesta es por demás obvia. Sin embargo a nuestro libertador le interesa “el nuevo orden de cosas, el estado de fermentación en que se hallaba la península, las maquinaciones de los descontentos, la falta de moderación que había en los causantes del nuevo sistema, la indecisión de las autoridades, y la conducta del gobierno de Madrid y de las cortes que parecían empeñadas en perder estas posesiones según los decretos que expedían y los discursos que pronunciaban algunos diputados, avivó en los benévolos patricios el deseo de hacer la independencia: en los españoles en el país el temor de que se repitiesen las horrorosas escenas que ocurrieron en la insurrección”.

Siempre desconfiado Iturbide no paró hasta pactar y contar con los oficiales que le ayudasen a su propósito particular y entonces habló con el capitán Francisco Quintanilla quien le solventó unos “documentos intachables” que le harían desaparecer toda incertidumbre…

Aquellos documentos que puso en sus manos eran nada menos “el plan que después fue proclamado en Iguala, y le enseñó toda la correspondencia que llevaba con varias personas de México, entre cuyas firmas vio Quintanilla con no menos sorpresa las de sujetos de la más alta categoría; y entonces le aseguró este que el batallón haría todo cuanto Iturbide le mandase, quien recomendándole a Quintanilla que guardara el más riguroso secreto le previno además que no diera paso alguno sin consultarle”.

De todos es sabido por cierto la compra de barras de plata, y las que se hallaban detenidas en Querétaro que convertiría en moneda de cambio para sus arbitrios y maniobras, que le proporcionarían grandes ventajas y cuantiosos lucros en el Bajío.

La solemne unión que buscaba, con ambos partidos agraviados, no detuvo al caudillo. Así llegó a la consolidación del Plan de Igual o de las Tres Garantías con la veintena de indicaciones pues ya la rama es igual al tronco, apunta.