León, Guanajuato, con seguramente más de dos millones de habitantes, se sitúa como el tercer municipio más poblado de México. Esta gran cifra va acompañada de una severa contradicción: somos también uno de los municipios con más personas en situación de pobreza del país. Más de 800 mil habitantes viven en pobreza y más de 100 mil en pobreza extrema. Esa realidad crítica no puede seguir ignorándose mientras se habla de desarrollo económico o progreso urbano.
Una de las manifestaciones más tangibles de los problemas que crecen en León es el transporte público. Muchas colonias, especialmente las más lejanas o populares, sufren rutas escasas, frecuencias erráticas, unidades deterioradas y tarifas que no siempre guardan proporcionalidad con los ingresos de quienes dependen de ellas. A ello se suma el desorden vial: semáforos que se descomponen con cada lluvia, apagones eléctricos que los dejan sin funcionar en momentos cruciales, cortes de tránsito sin aviso, lo que revienta la movilidad, genera embotellamientos, incrementa la contaminación y agrava la inseguridad.
La infraestructura urbana básica presenta otros retos similares: calles sin pavimentar que se convierten en ríos de lodo cuando llueve, alumbrado deficiente que favorece zonas inseguras, servicios de agua o drenaje cuyos cortes o fugas se reproducen en muchas colonias. Este deterioro en los servicios públicos incide directamente en la calidad de vida, y socava la confianza de la ciudadanía en autoridades municipales y estatales. La pobreza se hace multidimensional: no sólo falta el ingreso, sino carencias de vivienda digna, servicios y movilidad.
Además, la pobreza en León ha crecido rápidamente. En la última década más de un cuarto de millón de personas han pasado a situación de pobreza (lo dicen BBVA Research y el organismo Líder Empresarial). Un dato particularmente alarmante: casi un tercio de la población sufre carencias alimentarias. Estos números muestran que los factores estructurales como salarios bajos, informalidad laboral, dispersión urbana y costos elevados de transporte y vivienda juegan un papel determinante en que muchas personas vivan al límite.
Frente a esta espiral ascendente de carencias, deficiencia de servicios y población vulnerable, ¿qué hacer para cambiar el rumbo? Primero, fortalecer la gestión municipal con un enfoque preventivo: mantenimiento continuo del sistema de semáforos, infraestructura eléctrica y de alumbrado para evitar fallas ante lluvias, diseño urbano que considere drenaje eficiente. Segundo, mejorar el transporte público: rutas más cercanas, frecuencias garantizadas, unidades modernas, tarifarios diferenciados para personas con bajos ingresos, subsidios focalizados, y coordinación metropolitana para evitar que los trabajadores deban gastar mucho en traslado.
Tercero, políticas sociales integrales que combinen apoyo alimentario, salud, educación y vivienda. Programas para eliminar las carencias básicas, con participación ciudadana para asegurar que los recursos lleguen donde más se necesitan. Cuarto, inversión en infraestructura en colonias olvidadas: pavimentación, alumbrado, agua potable, drenaje, servicio de basura, etcétera, para garantizar que toda la ciudad tenga niveles mínimos dignos de servicios.
Finalmente, transparencia y rendición de cuentas: publicar datos reales sobre qué se gasta, dónde se invierte, qué resultados se obtienen. Involucrar a la sociedad civil en seguimiento y vigilancia, para que los compromisos no queden en discursos. León tiene los recursos, el talento y la población para lograr un mejor destino; pero requerimos voluntad política, empeño ciudadano y una visión clara de ciudad humanista, equitativa, donde ser el tercero más poblado no sea sinónimo de inequidad, sino de oportunidad para todos. Luego hablamos de agua, seguridad pública, contaminación y movilidad foránea.