Por: Mtra. Sandra Bárbara Zapiain Elizalde, Coordinadora de Mi Museo Universitario La Salle
Inicia noviembre y comienza el aroma a pan de muerto y flor de cempasúchil. Las calles se llenan de colores, papel picado, vemos desfilar calacas y calaveritas por doquier.
El 2 de noviembre es ya en nuestra cotidianeidad mexicana un día de fiesta, celebración y homenaje a quienes “se nos adelantaron”. En México, al menos en esa fecha, abrazamos a la muerte y el miedo a morir se torna, por unos días, en una gran celebración.
Esta festividad, que si bien ha sido popularizada recientemente por producciones cinematográficas extrajeras, es sin duda una tradición que, como todo proceso cultural, se ha transformado a lo largo del tiempo, pero continúa como una de las favoritas de chicos y grandes.
A pesar de que en México se ha extendido la idea del origen prehispánico del Día de Muertos y de que esta celebración, tal como la conocemos actualmente, es producto del sincretismo indígena y europeo, investigaciones realizadas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), remiten el origen de las fiestas del 1 y 2 de noviembre (Día de Todos los Santos y Día de los Fieles Difuntos, respectivamente), a la Europa medieval, con fiestas instituidas por la iglesia católica.
Específicamente, el Día de Muertos o de los “Fieles Difuntos”, surge para ser dedicado a aquellas almas que no alcanzaron El Cielo al haber fallecido, pues no cumplieron las penas que les fueron impuestas, o por haber vivido apegados a la vida material. Las almas de estos difuntos que, según la creencia cristiana, se encuentran en el Purgatorio, podrían encontrar la salvación a través de “oraciones, súplicas y sufragios” de los vivos. Con esta intención, el Día de Muertos fue instaurado en Europa en el año 998; la práctica se extendió por la iglesia universal y llegó a México en el siglo XVI.
Si bien en sus orígenes se conformó como una fiesta religiosa, poco a poco –Especialmente a partir de las reformas liberales del periodo juarista- como la secularización de los panteones, la celebración del Día de los Fieles Difuntos tuvo un cambio significativo al popularizarse que los familiares de los fallecidos llevaran a sus tumbas grandes ofrendas de flores, frutas, dulces, “colaciones”, así como el popular pulque, para “llorar el hueso”.
La gente asistía a los panteones luciendo sus mejores galas y adornaban las tumbas de sus muertos con luces, velas, guirnaldas de flores y, en el caso de los ricos, con bellos jarrones. En algunas de las tumbas se comenzaron a colocar las fotografías de las personas que en ellas descansaban.
Mención especial merecen las ofrendas de comida, que los parientes de los muertos llevaban a las tumbas para “convidar” con sus seres queridos, bajo la creencia de que estos regresarían al mundo de los vivos.
Así fue como se comenzaron a instalar altares en las casas, lo que dio lugar a grandes festines, que lejos estaban de la tristeza o el duelo: “ya en muy pocos ojos se ven lágrimas”, decían los cronistas de aquellas épocas.
Fue así como poco a poco la población, de todos los sectores y extractos sociales, se apropió de esta fiesta originalmente religiosa. Como sucede con todo proceso cultural, la costumbre y tradición del Día de Muertos se ha transformado acorde a diferentes necesidades y contextos sociales; de igual forma y de manera paulatina, se integraron los elementos que ahora son característicos de esta festividad, como los alfeñiques o dulces de muertos, la flor de cempasúchil o el papel picado.
Asimismo, el Día de Muertos es un ejemplo claro de la cultura como fenómeno netamente humano, multifactorial, que abarca diferentes aspectos y elementos de la vida en sociedad, como son: la religión, las creencias, la tradición, la gastronomía, el arte popular, la literatura (con las calaveritas literarias), e incluso el teatro, la música y la danza. Durante el Día de Muertos se ve de manera tangible que “la cultura está compuesta por una multitud de partes o elementos interrelacionados” (Colombres, 2009).
A través de los años y de los cambios que ha tenido la celebración del 2 de noviembre, los mexicanos nos hemos visto reflejados y, hemos hecho nuestra, esta peculiar forma de honrar, conmemorar y celebrar la muerte, haciéndola ver como parte de la vida misma.
Referencias
Colombres, A. (2009). Nuevo Manual del Promotor Cultural I. Bases teóricas de la acción. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Dirección General de Culturas Populares.
Ramírez, V. J. (13 de Octubre de 2024). INAH. Obtenido de https://www.inah.gob.mx/especiales- inah/articulos/el-origen-del-dia-de-muertos#_ftn1