La importancia social del futbol

Francisco Meza
Francisco Meza pluma Platino News

El futbol es, a final de cuentas, un juego como tantos otros que ha creado el ser humano. El juego es inherente a los seres sensibles. Por esa razón, podemos ver a distintos animales jugar con objetos o entre ellos mismos. No es para nada extraño que interactuemos de manera frecuente con nuestras mascotas con distintos juegos.

En el caso de los seres humanos el juego se convierte en algo más sofisticado pues se van estableciendo reglas y la actividad en conjunto. La creatividad en este sentido es enorme pues se puede ir desde jugar con palitos (changarais) hasta juegos más complejos como intentar meter un balón en un marco solamente con los pies.

Con el paso de los años la actividad lúdica ha alcanzado tanta relevancia que forma de parte de la educación. En las etapas tempranas a través del juego se enseña a respetar reglas y ha socializar con los demás. Prácticamente no hay actividad formativa que no considere el juego para internalizar alguna enseñanza.

El ser humano nunca deja de jugar, solamente lo hace de manera diferente. Cuando algunos juegos se basan en normas previamente establecidas y existe un carácter de competencia podemos hablar del deporte. Y como hemos afirmado del juego, existen tantos y diferentes deportes que es prácticamente imposible enumerarlos, pero el futbol es uno de ellos que tiene muchas características propias. Una de ellas es su globalización.

Existe varios deportes populares, pero el futbol es el más popular a nivel planetario. Lo juegan, lo conocen y lo siguen desde la Patagonia hasta Finlandia con igual emoción.

Como hemos dicho arriba el futbol combina el juego y el deporte formando una amalgama paradigmática. Todo el mundo (y no es exageración) ha terminado jugando el famoso “último gol gana” y otros tantos, religiosamente acuden cada fin de semana a canchas de tierra o pasto a disputar un partido de futbol de alguna liga.

El futbol ya como deporte se ha convertido en un elemento de identidad y de pertenencia con importantes repercusiones sociales. Principalmente jóvenes, pero no pocos adultos, se afirman al pertenecer al equipo de su colonia, de su ciudad o simplemente de su equipo favorito en la liga de su país. El carácter de competencia inevitablemente conduce a experimentarse superior a los demás porque simplemente se busca ganar y ser el mejor. Si esto lo mezclamos con otros elementos culturales adquiere un colorido y folklore únicos.

Esto mismo lo podemos observar en los Mundiales donde las identidades nacionales se afianzan. Por esa razón, somos testigos de la euforia cuando alguna selección consigue algo importante. Lo vemos en los fríos europeos, los herméticos árabes, los sosegados orientales y con mucha mayor claridad en los cálidos latinos.  Lo acabamos de vivir los mexicanos cuando han circulado en redes sociales videos donde niños de varias escuelas festejan la atajada del portero mexicano, Guillermo Ochoa.

Este espíritu de competencia tiene dos caras: una positiva, donde se destaca la entrega, la disciplina, el trabajo de equipo y el logro de objetivos; y otra negativa, es el fanatismo que puede llevar a hechos reprobables. Ejemplo de lo anterior, son el fenómeno de las barras y la violencia en los estadios de Latinoamérica y Europa.

También como seres históricos nos inclinamos por registrar las grandes hazañas y naturalmente, también consideramos las deportivas. Por ello, algunos jugadores y equipos marcan época e incentivan la afición por el futbol. Los aficionados de antaño siguen pensando en Pelé, los adultos de hoy en Maradona y las nuevas generaciones en Cristiano o Messi. El caso es que futbolistas y equipos se convierten en referencia para millones de personas. Los pequeños imitan los movimientos en la cancha, los jóvenes desean la fama y los adultos empujan a sus hijos al gusto por este deporte.

El futbol, como otros deportes, trascienden las canchas y llegan a tener un peso económico más que importante. Pasan a ser parte de la industria del entretenimiento y entonces, se busca mayor espectáculo, más difusión y más ganancias. Familias completas dedican un tiempo especial para seguir el torneo local y los internacionales en los estadios o en los medios de comunicación. Tinta y horas corren para revisar y analizar todo sobre futbol. Canales y periodistas se dedican de tiempo completo a estas tareas. Se desarrollan aplicaciones para revisar a detalle el rendimiento.

De acuerdo con la plataforma Transfermarkt la liga más valiosa es la inglesa con un valor aproximado de 9.1 mil millones de euros; mientras que, la mexicana ronda por los 811 millones de euros. Estas cantidades estratosféricas también las encontramos en los jugadores, por ejemplo, el jugador francés: Kylian Mbappé, tiene un valor en el mercado de 160 millones de euros. El brasileño Vinicius Junior, 120 millones de euros y el español Pedri, 90 millones de euros. Cada año se rompen récord de contrataciones por algún jugador.

El futbol tiene tanta atención que siempre es tema de conversación y ocupa un lugar especial en los medios de comunicación. Pongamos otro ejemplo, la selección mexicana antes del Mundial no generó buenas expectativas, pero después de su debut la foto donde Guillermo Ochoa atajó el penal a Polonia estuvo presente en todas las portadas de los principales periódicos nacionales sin excepción. Por eso mismo, el futbol también puede servir para manipular o para distraer la atención de otros temas sociales. En definitiva, puede convertirse en el gran entretenimiento o en un peligroso narcótico.

Por todo lo anterior y seguramente por algunos otros aspectos que usted podría añadir, el futbol ha conseguido una importancia que no podemos ignorar o minimizar. Una vez reconocida su relevancia debemos procurar el justo medio: no lo podemos absolutizar ni tampoco satanizar. Practicarlo, disfrutarlo y que sea motivo de convivencia es siempre una tarea por realizar.