La desgracia de los desgraciados

Juan José Alvarado, columnista en Platino News

Seguramente es peor una despensa llena y un estómago vacío por no poder comer lo que hay en casa, que un estómago vacío por no tener una despensa llena.

Sabes la de historia que he escuchado en innumerables charlas de café de tantos y tantas que crecieron con hambre por tener la despensa con llave, por que el plato de sopa la mamá lo servía a medias, porque les vendían los refrescos, porque les contaban los panes o los bolillos a la hora de la cena, por que les racionaban las tortillas, porque les daban solamente un vasito de leche. Y vaya que sí había dinero en esas casas.

Las cajas de las galletas bajo llave, para que los niños no comieran más de su dosis, que eran dos o tres, la leche con chocolate apenas pintado, haciendo un soberano esfuerzo para decir, sabe a chocolate, sabe a chocolate, comiendo escasamente una piececita de pollo, negándoles el postre, pues ese era solamente para el papá, viendo el cómo pasaban los plátanos de pecosos a podridos, porque solo papito los come, comiendo carne máximo dos o tres veces por semana, porque está muy cara. Y vaya que sí había dinero en esas casas.

Limitando el baño a un día a la semana, con las luces apagadas en casi toda la inmensa casa, buscando los colegios más baratos (no los mejores), pues nunca salieron del pueblo a estudiar, no digo a Europa, ni siquiera a la capital. Con un cajón de calcetines, otro de calzones, otro de camisetas, otro de camisas, otros de pantalones, todos compartían, sin importar que les quedaran algo grandes o algo chicos. Y vaya que sí había dinero en esas casas.

A algunos les cobraron, con notas y facturas en mano, del embarazo a la universidad, pasando por la primaria, la secundaria, la preparatoria, las enfermedades, la ropa y todos, pero todos los gastos que se hicieron. Y vaya que sí había dinero en esas casas.

Mira nada más, gente con tanto dinero y su familia viviendo con tantas carencias, no solo materiales, sino también afectivas, pues el padre además tenía, muy frecuentemente, otra familia, con hijos e hijas en ambas casas casi de la misma edad. A mucho orgullo, decían, puedo para eso y más. Una era la familia con la niña de sociedad y otra con la sirvienta. Y vaya que sí había dinero en esas casas.

Les desgraciaron la vida a sus hijos y a sus hijas, quienes ahora repiten las estructuras a las que estuvieron sujetos. Vidas miserables de los miserables.

La mente de los humanos, vamos, de los hijos, tiende a perdonar y a justificar. Ahora los escucho decir: mi papito con tanto cariño y veneración, refiriéndose al desgraciado, al miserable, cuando en privado lloran amargamente porque les privaron de tantas cosas. Y vaya que sí había dinero en esas casas.

Ahora, lo recomendable, es romper (cosa que no es fácil), con ese esquema, para no desgraciarles la vida a los hijos, a los nietos, al entorno familiar, que debe de ser el primer circulo de confianza, de ternura y de amor.