Josué Bedia Estrada: un cronista bajo el signo del Bajío

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 16 de noviembre de 2020.- Si en la Monografía de Romita. Historia y destino (2010) Josué Bedia Estrada, JBE nos legó “el testimonio cálido y el relato ameno” del ser y quehacer de un pueblo donde la traza primigenia de los padres fundadores, a la manera de un tablero de ajedrez, jugó un papel de primer orden; ahora el testimonio vuelve a reverberar ―por cuarta ocasión― por los ecos de lejanas voces. Es decir, los informantes del cronista, lajeños de cepa ―al fin y al cabo― retoman el fruto insurgente para decir a todos quiénes son, de dónde vienen y hacia dónde van.

No se arredran ni tampoco se ocultan por haber sido la dura férula de Silao que, en su momento, no les permitió adelanto y engrandecimiento, pero con el suficiente lapso crearon puentes culturales que dieron paso a la movilidad cultural, incluso allende de nuestras fronteras (recuérdese la braciada).

Una bien detallada crónica Ecos de lejanas voces. Crónicas romitenses. Vol. 4 (2020) nos entrega ahora JBE que está sin duda ―para México― bajo el signo del Bajío puesto que la serie de estampas, de tiempos idos, que nos ofrece nuestro cronista, nos ayudan a configurar la estrategia ajedrecística donde el pequeño solar se abre para todos.

Allí tenemos entonces el compromiso con los rasgos de identidad y la pertenencia de ser hombres del Bajío que, a decir de Antonio Pompa y Pompa, significa ser mexicano auténtico.

Lo anterior se vierte sin duda como un catalizador de los usos y costumbres de un pueblo como Romita que mira y honra, entre sus mujeres y hombres, las tradiciones que heredaron de sus mayores.

Por ello vemos los lectores el cómo “los cronistas e historiadores mantienen consignado el valor cultural” que no es cosa menor.

Dicho valor cultural, con toda su movilidad, está asociado al resguardo de la noticia ―siempre viva y nítida― puesto que el cronista da aliento a nuestras formas y modo de vida comunitarios.

Los personajes y los juegos van de la mano en estas crónicas junto con los sonidos de la comunidad y el medio ambiente romitense, no sólo por el clima y la música sino también por los bailes, aunado a los lugares de todos conocidos (incluyendo las grandes bocinas).

Así pues, este libro es generoso porque nos sirve de correo entre los habitantes de ayer y de hoy. Su correspondencia es clara y precisa, y como en el género epistolar, encontramos las suficiencias de cómo un grupo de seres humanos en este Bajío se enaltecen por el valor cultural más sencillo de nuestra sociedad: la fraternidad. Mujeres y hombres de Romita que han tenido muchos valores culturales que los hace legatarios del mestizaje somático y cultural del mexicano.

Sólo me resta expresar mi más profundo reconocimiento para este erigido y formal pueblo de Nuestra Señora de Guadalupe ahora ciudad de Romita de Liceaga ya que Josué Bedia Estrada escribe en cronista, no en artesano de la historia.