Institución pública busca diagnóstico cultural

Juancarlos Porras y Manrique, promotor cultural, escritor, poeta, cronista de la ciudad y columnista Platino.

Partamos de dos modelos de análisis para intentar arrojar luz sobre la política cultural que merecemos en esta parte del Bajío mexicano. El primero ocurre desde un sentido simbólico: el no hacer. Es decir, significa dejar que las cosas ocurran porque a final del día concluirán con el ciclo correspondiente. Aquí el tiempo-espacio determina, no las acciones sino los pareceres conforme avanzamos en él. La institución pública solo espera que los sujetos obligados procedan a realizar su compromiso de manera ferviente.

Si aquellos que desearon el cambio y propusieron estrategias diversas para llegar a evolucionar de manera continua, cumplieron, entonces tendremos una recompensa grandilocuente: la integración real y verdadera de las raíces y las ramas de la Cultura y las Artes donde todos somos partícipes de la misma. La política pública responde con eficacia para beneficio de la sociedad en su conjunto. No hay vacío en la sociedad sino plenitud de vida. O sea, bienestar social.

El segundo aparece solitario, pero no espontáneo, ya que tiene sentido particular a través del punto de vista del hombre. Comienza por él mismo a platicarse, digamos, para luego hacer extensivo el diálogo con algunos otros semejantes. El compartir arroja recuerdos, pero no realidades sino sueños de querer hacer algo con alguien para que los vean. Y con ello los reconozcan como salvadores de los ritos de costumbre que desean conservar.

En ambos casos el arrojo dentro de la historia consiste en reconocer la política del momento, pero cada uno la mira según le conviene. Así, uno abre y cierra la puerta de la finca y el otro sólo tiene la mirilla de la cerradura por donde observa algo. A veces desde afuera y las más desde dentro. Los modelos entonces para diagnosticar el cuerpo de una ciudad como la nuestra se contraponen entre el saber y la utopía.

Por ejemplo, el Instituto Cultural de León, ICL busca uno que le responda no al ejercicio del bienestar de la población, en materia cultural, sino para repartir el recurso económico que tiene con el afán de consignar que atienden todas las esferas culturales del hombre. No procuran crear públicos, ni alentar artistas u ofrecer mejor oferta a la población, como parte de los Derechos culturales, sino sostener la vaga idea que ayudan a los desvalidos del momento.

Allí tenemos las significativas “Transferencias a entidades para la promoción cultural, educativa y recreativa” según el “Oficio ICL/DG/LAE/0447/2023 5018 Instituto Cultural del León donde se dan 710 mil 36 pesos para la impresión de la revista Alternativas (único medio en la ciudad que se enfoca en la vida, quehacer y desarrollo cultural y artístico de León)”. O bien, se anuncian “350 mil pesos Fondo Editorial (escritores [que] se acercan para que se apoye con la edición y publicación de sus libros)”.

De la revista aludida se tiran 7 mil ejemplares que las más de las veces llegan tarde, es decir, las ediciones aparecen a destiempo y la mitad de su ciclo temporal se agota porque no está conforme al inicio del mes en turno, según la Agenda. Además, sus temáticas son aburridas, escritas por un “staff” que desmerece la verdadera y auténtica cultura leonesa dando pie a sus gustos particulares. No tiene medida editorial sino autoral según la ocasión y conveniencia. La falta de rigor es notoria. Pervive el espíritu chambista de quien la llamó “revista cultural” quien se decía “teatrista” ahora conocido como «el teatrero del monte».

En cuanto al Fondo Editorial provisto cuando alguien se acerca a tratar de negociar algún apoyo para editar libros lo primero que le dicen es que espere el momento de las becas. Allí existen posibilidades para hacer un libro. Y entonces aquel se retira del lugar con el consabido oprobio del funcionario en turno que lo atendió no sin antes pasar distintas aduanas donde, los trabajadores de a pie, piden santo y seña del personaje porque no lo conocen como tampoco los directivos.

Pero, al no saber ellos, los funcionarios públicos, la dinámica la cadena de valor del libro, así como no tener una política cultural sobre Promoción al libro y Fomento a la lectura lo salvan con los programas institucionales para los autores: Becas Impulso, Feria del Libro, Premios de Literatura León, en fin. Si eres cercano al ICL te juntarán, aunque no seas escritor en activo. Los foráneos también llevan las de ganar ya que siempre viste más que algún notable publique bajo el sello editorial ICL en coedición con alguna editorial de prestigio.

Para cerrar esta condensación de modelos para diagnosticar el qué producen los artistas, maestros y promotores culturales de la ciudad, para lograr qué resultados y a través de qué medios y cómo beneficiarían a la población, conviene saber que quien dirige el Instituto Cultural de León, ICL está dispuesta a pagar lo que sea para que la saquen del atolladero.

La pregunta que salta ahora es obligada: ¿qué doctor en artes, de los muchos similares que abundan ahora por el rumbo, se anima a diagnosticar al enfermo? ¡Anímense!