“Cada vez que demostraba mi disposición a aceptarlas, las dificultades se transformaban en belleza.” Etty Hillesum
“Quién dentro de tanta oscuridad encuentra la luz, crea la magia de ver más allá del cuerpo, de sentir más allá del corazón, de expresarse más allá de la palabra…Quién encuentra luz toca el alma.” Mariana Vargas O.
“Piensa en lo difícil que es cambiarte a ti mismo, y entenderás lo insignificante que es tu capacidad para cambiar a los demás.” Voltaire
“No hay nada más pesado que la compasión. Ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien, por alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos.” Milan Kundera
“Puedo soportar cualquier cosa…Excepto las tentaciones.” Oscar Wilde
“Formas parte de mí, aunque no vuelva a verte nunca.” Frans Kafka
“Tenía mil cosas para decirle, pero me las tragué, no sé si porque no se merece que se las diga o porque no se merece que yo las sienta”. Jorge Luis Borges
“Los perdedores, como los autodidactas, tienen siempre conocimientos más vastos que los ganadores. Si quieres ganar tienes que saber una cosa sola y no perder tiempo en sabértelas todas; el placer de la erudición está reservado a los perdedores. Cuanto más sabe uno, es que peor le han ido las cosas.” Umberto Eco
“Nací para expresar, no para impresionar».” Clarice Lispector
“La comprensión trae silencio, no palabras.” Nisargadatta Maharaj
“Vivir no es suficiente”, dijo la mariposa. Necesitas tener sol, libertad, y una pequeña flor…” Hans Christian Andersen
“Aprendí a no creerme todo lo que la gente dice. Mis únicas pasiones sin reservas han sido los libros y la música. Y, tal vez como lógica consecuencia de todo ello, me fui convirtiendo en una persona solitaria.” Haruki Murakami
“La soledad tiene manos suaves y sedosas, pero con dedos fuertes agarra el corazón y hace que duela de tristeza.” Khalil Gibran
“Entonces sentí una tremenda opresión en el pecho, una opresión en la que no parecía estar afectado ningún órgano físico, pero que era casi asfixiante, insoportable. Ahí, en el pecho, cerca de la garganta, ahí debe estar el alma, hecha un ovillo.” Mario Benedetti
Las palabras son la posibilidad de ser uno. El lenguaje configura nuestra conciencia y nuestro actuar. La construcción social, histórica y cultural de lo que somos y llegamos a ser pasa por la palabra: por la dicha y por la que no se dice. Aquí aparece un primer juego simbólico: la dicha —el decir— y la dicha como adjetivo que habla de la felicidad, del placer, de la alegría.
Hay un programa en la televisión pública, en el Canal 22, que se llama La Dichosa Palabra. Este espacio se dedica a hablar sobre el lenguaje, la historia, la filología, los usos y costumbres, la literatura en todas sus formas, y el juego del habla, así como sobre la evolución de la cultura, hecha —de una u otra forma— de lenguaje.
Es un programa que ha permanecido en el tiempo, lo cual es raro por su temática, contenido y formato, centrado en la exposición de ideas, argumentos, saberes y sabiduría, sin recurrir a lo estridente ni a la parafernalia del espectáculo mediático.
Hemos aprendido —a veces, de forma torpe— a expresar ideas, pensamientos y, sobre todo, emociones y sentimientos.
De ahí que la palabra escrita sea la posibilidad de ir tejiendo un registro, un código que nos permite acceder a la historia y a la condición humana. Esta utiliza la narrativa, el ensayo, el cuento, la novela, la ficción y la poesía para acercarnos a una esfera cognitiva propia de la inteligencia, que incluye la imaginación, la intuición, la creatividad y la necesidad de comunicar al otro, a los otros, lo que cruza los sentidos y la mente, y nos permite buscar formas de expresar lo que se vive, lo que se piensa y lo que se siente.
Ida Vitale dice, por ejemplo:
“Hay quien solo ve la parte horrible y quien trata de rescatarse o alimentarse también del otro lado. Yo siempre he pensado que el humor salva. No el humor de la carcajada, sino el humor de reflexionar a partir de algo tolerable, no demasiado trágico. Cuando los dramas no son tales, cuando somos nosotros los que tendemos a convertirlos en drama, quizás sea oportuno recurrir al buen humor.”
Alice Kellen expresa:
“Hasta entonces, pensaba que el amor era como una cerilla que prende de golpe y se enciende temblorosa. Pero no. El amor es un chisporroteo suave que precede a los fuegos artificiales. El amor era sentirlo todo en un solo beso.”
La fonética de humor y amor puede confundirnos al escucharlas, y tenemos la oportunidad de reírnos amorosamente. Recurriendo al humor, logramos alguna descarga de lo trágico que es la vida y lo doloroso que es amar y vivir. Para Freud, el chiste es un mecanismo para liberar la tensión psíquica reprimida, una formación del inconsciente, y también una transgresión social al romper las normas del lenguaje.
El amor, por otra parte, no es un deber. Sin embargo, la moral nos lleva a actuar como si amáramos, y entonces hacemos cosas por deber moral, no por lo que se siente libremente. André Comte-Sponville distingue tres tipos de amor: eros (basado en la carencia y el deseo), philia (amor de disfrute y posesión mutua) y ágape (amor desinteresado y sin límites). Para él, el amor no se puede imponer, ya que es una alegría espontánea que no nace de una obligación. La fórmula que propone Comte-Sponville es: “Ama y haz lo que debas”, lo que implica aspirar a que el amor guíe nuestras acciones, pero cuando no sea posible, debemos actuar por deber, realizando las mismas acciones que haríamos desde el amor.
Las palabras suerte y muerte solo tienen una letra que las hace distintas. Joaquín Sabina, en la canción Embustera, juega con la sonoridad de las palabras para sugerir que la muerte es una faceta más del destino, al igual que la suerte. La suerte y la muerte colocan la fortuna y la fatalidad como elementos inseparables en el juego de la vida. Para Séneca, la suerte es el resultado de la preparación y la oportunidad. Este filósofo griego no la considera un suceso meramente fortuito, sino el resultado predecible de lo que se hace para que ocurran las cosas que se quieren y desean. La muerte, para Séneca, es un hecho natural: la ausencia de ser —“la muerte es el no ser”—, algo que ya no existe antes de que nosotros nazcamos. El miedo a la muerte es irracional, ya que no hay nada que temer de algo que no se puede experimentar.
Hablar de estas cuatro palabras —vida, muerte, humor y amor— de forma profunda, con la convicción de que, en el diálogo, en el intercambio, podemos encontrar un sentido de plenitud, de ir más allá de las apariencias, de las justificaciones que reafirman creencias y que nublan la razón, que ideologizan el pensamiento y se aferran a dogmas que generan ceguera, intolerancia y odio.
Carlos David Ospina Bonett nos plantea uno de los desafíos más urgentes, tanto en lo personal como en lo colectivo:
“Una de las grandes miserias contemporáneas es que el ser humano se habitúa a lo coloquial porque es un refugio, y allí no hay riesgo de exposición, ni de silencio incómodo, ni de confrontar la propia fragilidad. Las conversaciones ligeras son un simulacro de vínculo: se habla para no pensar, se opina para no sentir. Traspasar ese umbral exige despojarse de las máscaras sociales y del miedo al vacío, pero la mayoría prefiere la comedia del diálogo cotidiano antes que enfrentarse a la desnudez del pensamiento.
La intimidad intelectual aterra, porque revela cuánto se ignora y cuán poco se ha vivido de verdad. En el fondo, el humano actual se siente más cómodo en la superficie, donde todo se comenta, pero nada se comprende, y donde se conversa, pero nadie se comunica. Comunicar, en su sentido más alto, implica despojarse de la vanidad y del miedo.
Eso requiere una honestidad que pocos toleran, pero hay que decir lo que realmente se piensa, incluso si hiere, incluso si desarma. La mayoría no busca comprender ni ser comprendido, solo afirmarse, oír su propio eco en boca ajena.
Hemos delegado la mirada y ya casi nadie observa, solo replica lo visto por otros. Esperamos que el paisaje nos llegue filtrado en una imagen, que la emoción se nos inocule en una melodía, y que el pensamiento venga ya digerido en una cita. Hemos extraviado la contemplación directa, esa forma de ver que no necesita testigos. La distracción moderna es una morfina invisible que adormece sin herir, pero extingue toda percepción genuina.”
Hablar de la vida, de la muerte, hacerlo con humor, como con amor, tendría que ser un imperativo moral y una virtud que nos ayude a poner los pies en la tierra y, al mismo tiempo, poder ver las estrellas. Saber que somos seres temporales, y que la luz de las estrellas es, en sentido estricto, una ilusión: luz emitida hace millones de años que apenas logramos observar.
El dilema de la conversación franca, directa, que acepta la subjetividad, nos lleva a tomar decisiones sobre cómo nos relacionamos con la verdad. Una verdad que implica reconocer nuestra fragilidad y nuestra ignorancia. Incluso la verdad científica es relativa, histórica, circunstancial y subjetiva.
Friedrich Nietzsche escribió:
“No seas víctima de un idealismo excesivo y creas que decir la verdad te acercará a la gente. La gente ama y recompensa a aquellos que pueden calmarlos con ilusiones. Desde tiempos antiguos, la humanidad solo ha castigado a aquellos que hablan la verdad. Si quieres quedarte entre la gente, comparte sus ilusiones. La verdad es dicha sólo por aquellos que están listos para partir.”
Olga Tokarczuk, escritora, novelista, ensayista y poeta polaca galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2018, nos ofrece una pista para acercarnos a los demás, aceptando lo que somos como parte de la condición humana. Poder ser empáticos, amorosos desde la ternura:
“La ternura es la forma más modesta de amor. Aparece donde miramos de cerca y con cuidado a otro ser, a algo que no es nuestro ‘yo’. La ternura es espontánea y desinteresada; va mucho más allá del sentimiento de empatía. Es, en cambio, el compartir consciente —aunque quizás un poco melancólico— del destino común.
La ternura es una profunda preocupación emocional por otro ser, su fragilidad, su naturaleza única y su falta de inmunidad al sufrimiento y a los efectos del tiempo. La ternura percibe los lazos que nos conectan, las similitudes y la similitud entre nosotros. Es una forma de mirar que muestra al mundo como vivo, interconectado, cooperando y codependiente de sí mismo.”
La vida, al final de cuentas es esa posibilidad de reír desde el humor que nos libera; de la capacidad de amar, que nos realiza y nos hace ser con otros y para los demás; de crear y construir la suerte y por tanto las oportunidades; y de saber y poder enfrentar la muerte con dignidad y serenidad ante la finitud, como la única certeza que tenemos.
Porque así es como vivimos la vida…
Entre una gota de lluvia y un rayo de sol…
Y en el medio…
El arcoíris.
Lía Risco







