Historia de la República de indios en el Bajío

Juancarlos Porras y Manrique, columnista Platino News

El Ángel de la Gloria no solo depositó una corona de laurel en la jaula que encerró la cabeza del padre Hidalgo en 1811. Lo hizo también con Allende, Aldama y Jiménez. Luego, de manera paulatina, tuvo que atender a los otros padres de la Patria hasta completar el santuario laico de una (posible) República que, con el suplicio de miles de pobladores, derribaron al Imperio español.

Era 1824 y la noble y entusiasta nación reunió en sus dos acepciones primarias, “Guadalupe” y “Victoria”, las huellas de un gobierno libertario. Con esta elocuencia el profesor Gregorio Torres Quintero plantea en su libro La patria mexicana. Elementos de historia nacional (1926) las señas de identidad de nuestro país. Su fundamento revela secretos y preside, a decir de Luis Villoro, el trascendental encuentro de dos culturas (que) son, de manera plena, conscientes de su papel histórico.

Así pues, la Revolución de la Independencia nos recuerda el triunfo de gloria y digna memoria que los indios tlaxcaltecas, con Xicoténcatl el Fuerte, obtienen al lado de Cortés. Su disciplinado ejército logró galardones que le fueron―con el paso del tiempo―arrebatados por los peninsulares.

Es el caso del reclamo que realiza la República de indios en las inmediaciones del Pueblo Grande (San Francisco del Rincón) junto con el Pueblito o la Descubridora (Purísima).

Los indios demandaron la devolución de tierras. La justicia local, afincada en la villa de León, atendió la solicitud no sin antes sorprenderse que invoquen a la razón a través de un poema escrito―luego leído en voz alta―como comprobación fedataria de lo que les pertenece:

“Soy Xicoténcatl el fuerte,

De Tlaxcala general,

Y aunque agrio mi natural

Me convencí a la razón

Con que logré galardón

De acompañar a Cortés

Con mi ejército:

Y pues es mi nobleza tan notoria,

Sirva este triunfo de gloria

Y digna memoria de…

 

La abrupta interrupción, hecha por la autoridad en turno, ofrece la nulidad del discurso, pero también la consideración por parte de la Corona española de lo inútil que resulta tener “conciencia indigenista” a finales del siglo XVIII.

Hernán Cortés, valga la cita, afirma en sus escritos personales que es el indio “gente de tanta capacidad, que todo lo entienden y conocen muy bien” (…) siéntese vibrar su admiración ante la voluntad de independencia y libertad de los tlaxcaltecas, que combaten “para excusarse de ser súbditos ni sujetos de nadie”.

En Los grandes momentos del indigenismo en México Luis Villoro señala que “el humanista que revela secretos y preside el trascendental encuentro de dos culturas es plenamente consciente de su papel histórico. No viene a imponer salvajemente una cultura, haciendo tabla rasa de la otra, sino que enfrenta a ambas en un intercambio de valores”.

Huelga decir que más allá de considerar una (mágica) oda al que recibió abundantes mantenimientos en Tlaxcala, concibió con los cuatro señores del reino eximirlos de todo: darles libertad y con ella repartimiento de tierras.

Esta efímera Patria escarnece a más de alguno.

Pero el trance hecho por ambos grupos contra los (incipientes) mexicanos (o mexicas) trasciende para afirmar que, en buena medida, la conquista fue hecha por indios rivales.

Por cierto, la paternidad de la Patria, es decir, el Padre de aquella (primitiva) Patria mexicana es Hernán Cortés: lo menciona un lúcido abogado leonés Toribio Esquivel Obregón en 1934 durante la sesión ordinaria de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística―donde fue ninguneado―.

Dicha tesis la retomó, y la puso como suya, en el año del Bicentenario de la Independencia (2010) John H. Elliot historiador inglés en su obra España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800).

Octavio Paz por cierto incita a revisar los hechos, y es una interpretación y me arriesgo a ella, cuando señala que nuestra historia está llena de frases y episodios que revelan indiferencia de nuestros héroes ante el dolor o el peligro.

De allí que la doble influencia indígena y española se conjugan en nuestra predilección por la ceremonia, las fórmulas y el orden. La alegría vendrá con la negritud.

Por lo anterior no hay que hacer cortesías en el corpus general de la historia cuando alguien que no sabe de la misma nos invita a no olvidarla. Porque la demostración de probidad―hace hablar y entender a los testigos, es decir, a los personajes―que no se someten a un interrogatorio sino a indicar su hoja de ruta. Si es que se sabe interpretar bien el acontecimiento.

La posibilidad de fantasear es inexacta como hacen los políticos del rumbo cuando apelan al sentido histórico.

La comprobación―histórica―es posible puesto que solo lo escrito vale.

Ya lo dijo don Miguel León-Portilla: la historia solo existe en el presente.

Dixi